Y si fuera un mal negocio

Y si fuera un mal negocio

CARMEN IMBERT BRUGAL
Transcurría el año 1988, comenzaba el balbuceo de la nueva normativa procesal penal y la intención de uniformar el derecho en Centro, Suramérica y el Caribe. El Instituto Latinoamericano de Naciones Unidas Para la Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente-ILANUD- empeñado en la capacitación de los servidores judiciales y representantes del Ministerio Público, auspiciaba la pasantía en el Centro de Estudios Judiciales de la Universidad Complutense.

El autor del Código Penal colombiano, juez de la Corte Suprema de Justicia, era uno de los participantes en aquellos ciclos educativos. Los jueces y fiscales dominicanos deslumbrados con su erudición, no comprendían su actitud. Edgar Saavedra había sustituido al magistrado Alfonso Reyes,   víctima del asalto al Palacio de Justicia, sede de la Corte Suprema de Colombia, hecho por un comando del grupo guerrillero M-19 (1985).

Después   de preguntar, discutir y exponer en el aula, desaparecía, cauteloso. Su libertad de tránsito estaba limitada. En su país se trasladaba usando automóviles blindados, las líneas aéreas le negaban pasaje y ninguna compañía aseguradora firmaba un contrato con él. Contaba experiencias que los demás ignoraban, la influencia de los mentores del tráfico de drogas ilícitas en República Dominicana, todavía era incipiente.

El magistrado bibliómano, aficionado a la buena mesa y al arte gótico, decía con desenfado: En Colombia fue la clase emergente que buscó la posibilidad de satisfacer el consumo, a través del narcotráfico, hoy son las grandes familias, con poder económico y político que compiten en la narco empresa. Eso hace más difícil el control, sobre todo si se tiene en cuenta que no sólo es en Colombia y no sólo son los colombianos que tienen intereses en esa empresa”.

Diecinueve años después, los hechos provocan espanto y pesadumbre. El destape es grotesco, la impotencia enorme. Cualquier texto convertido en éxito de librería consigna nombres, estrategias, el funcionamiento de la red de complicidad que trasciende fronteras y estamentos. Divulga el descaro y  la tenacidad de los capos, la debilidad de las autoridades, vencidas por el imperio de la ilicitud, sujetas a la potestad de una empresa multinacional, capaz de interferir instancias sacrosantas. O los autores de esos textos mienten, se arriesgan para vender o simplemente describen la derrota y ratifican el poder omnímodo del narcotráfico.

La reciente publicación de “Los Narco Abogados” avala lo expresado. Ricardo Ravelo, periodista mexicano, asignado por la revista Proceso a la Procuraduría General de la República, redacta con naturalidad el enlace de los capos mexicanos y colombianos, con la oficialidad. Sin la maestría de Puzo convertida en trágica belleza por Ford Coppola cuando muestra en El Padrino la urdimbre clásica del crimen organizado, la exquisita connivencia entre prelados, financistas, políticos, militares, Ravelo escribe una crónica tenebrosa. Los nombres de los jefes de Estado están ahí, la sustitución de las fuerzas del orden por grupos paramilitares, encargados del ajuste de cuentas, aparece sin remilgos, la incorporación de las maras a los comandos asesinos del narco, los mercenarios suscritos a la nómina de sangre, el control de aeropuertos, bancos, centros turísticos, la venganza inmisericorde en las calles, también.  Cada minuto sirve para el reclutamiento de militares, policías, periodistas, jueces, abogados, senadores, diputados…

La paradoja regional es desconcertante, mientras aumentan las reformas legales, el interés por defender la integridad de los imputados, se deteriora la efectividad del poder judicial, de la acción persecutoria. Los capos escapan de las condenas por la deficiencia de las pruebas y obligan al acorralado sistema judicial a negociar.

Los analistas especializados en la política centro y sur americana, coinciden cuando afirman que después de décadas de confrontación política la región ha quedado desamparada. Se creía que la paz política y la oleada de reformas   servirían para encaminar a los países depauperados por senderos diferentes. Olvidaron los problemas legendarios, las desigualdades sociales. La ausencia de empaque ideológico ha permitido que el crimen sirva de escape. Los negocios ilícitos sustituyen la lucha de antaño. El narco-poder es aspiración e inspiración. La marginalidad y las élites convergen y el entramado se fortalece. Saavedra Rojas aseveraba: el narcotráfico es un buen negocio, el mejor. La única solución es convertirlo en un mal negocio. ¿Quién podrá hacer la conversión?.

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