¿Y si lo intenta?

¿Y si lo intenta?

CARMEN IMBERT BRUGAL
El proyecto de nación, más que un postulado, es una actitud que ha estado ausente de la vida dominicana. Preocupación para diletantes, estudio para académicos, artificio político, desde la fundación de la República. Nos sorprende el mundo estrecho y único – relegando a Ciro Alegría con aquello de ancho y ajeno- buscando identidad. Desubicados.

Despreciamos lo que tenemos porque no sabemos qué es. Miles de nacionales sueñan con una bodega en Washington Heights, con una oportunidad en Madrid, con la posibilidad de acompañar a su pareja en Nápoles, Munich, Ginebra. El mundo global está en los ipods que manda la madrina, en los Nike para el hijo que espera en un colmado de El Pozo. Hay una ansiedad local por lo universal. El territorio se ha convertido en una eventualidad que el avión o la yola superan.

La descalificación adviene cuando alguien osa referirse a conceptos como frontera, identidad, tradición, bandera y otras lindezas devaluadas en nombre de la modernidad discursiva. Es el temor a que intuyan aptitudes decadentes cuando se afirma que existen diferencias entre un conglomerado social y otro. Es la aspiración de uniformar antípodas.

Entre la denostación de algunos y la victimización de otros, la inteligencia dominicana recalca nuestros vicios desechando las virtudes. Así se forjan las generaciones de antes y de ahora. Es un ritual de gozo mencionar nuestras taras e incompetencias. Repetimos que los indígenas eran unos seres holgazanes, hacedores de casabe y atontados por la cohoba. Nos hicieron creer hispanos hasta el otro día, como si los esclavos africanos se hubieran marchado después de cumplir un contrato de trabajo. La intrepidez fue asignada a próceres autoritarios y entreguistas. La biografía de Juan Pablo Duarte es confusa. El perfil del gestor de la República fue diseñado usando la mansedumbre de un apóstol recompensado con el destierro y la traición.

Un idealista olvidado y sufriente. La contemporaneidad se resolvió entre gobernantes tiránicos y atisbos de personajes desprovistos de cualidades suficientes para la emulación. No hay una figura histórica que concite admiración colectiva. La globalización nos sorprende exhibiendo como enseña a los peloteros.

Encantados con la opulencia de lanzadores y bateadores.

Poco importa dónde se formaron, cómo hablan, cómo piensan.

Sus joyas, mansiones, vehículos, son el triunfo.

La desvalorización de lo propio está documentada. El Informe Nacional de Desarrollo Humano es una alerta importante. Estamos a la deriva. Ignoramos cómo llegar a cualquier puerto. La preocupación individual por sobrevivir posterga la responsabilidad colectiva. La isla es una estación. Que se fastidien los que no logran la travesía.

La emigración convierte al compatriota disoluto en acatador de leyes y reclamante de derechos, en laborioso obrero y pundonoroso profesional. De otra manera no puede permanecer allende los mares. A su arribo se integra al caos. Llega al patio, al lar nativo que permite la juerga cotidiana y la violación de la norma. Descansa donde todo está permitido.

Nada sacrifica porque no hay recompensa.

Descartada la influencia de los liderazgos tradicionales, agotado el estilo con la muerte de sus representantes, urge un referente que permita logros. El país necesita ejemplo, conducción. Menos propuestas irrealizables, perturbadoras para la indigencia de la mayoría. Proposiciones contundentes, capaces de involucrarnos en su realización para conseguir, a corto plazo, resultados motivadores. Una dirección acorde con las exigencias contemporáneas, que olvide alardes más allá de lo imposible. La impronta mesiánica está eliminada. El aserto no desconoce que cualquier colectivo requiere directrices institucionales.

Desfallecemos. No bastan el cosquilleo que produce la bachata y el regurgite alcohólico. La fiesta no conjura el desmadre. Los organismos internacionales develan la realidad. Sin inversión en Educación, sin incentivos sociales, ningún pueblo deja de parapetarse detrás de consignas ni abandona la monserga de noble y sufrido para devenir en hacedor de su presente.

Después de lo ocurrido en las urnas, el 16 de mayo, e independientemente de las victorias regionales, el presidente Leonel Fernández obtiene lauros innegables que lo conminan a emprender la transformación postergada de esta sociedad. Debe comprometer la ciudadanía para lograrla. Exigir sobriedad, evitar el sainete de una modificación constitucional inoportuna. Propiciar, con denuedo irrenunciable, el cumplimiento de lo dispuesto en la Carta Magna y las demás leyes. Él reconoció la precariedad nacional. Consta en el discurso pronunciado ante la Asamblea Nacional, el 27 de febrero del 2004. “La República Dominicana no puede seguir como va. No puede seguir con la inseguridad ciudadana. Con el tráfico de influencias. Con el clientelismo. Con el enriquecimiento ilícito. Con el abuso de poder. Con el irrespeto. En fin, con la falta de seriedad en todo. La RD no puede seguir albergando temores de fraude en cada proceso electoral. Los ciudadanos no deben sentirse intimidados o perseguidos por el poder de turno. La prensa no debe ser censurada.

Construyamos una nueva sociedad. Más solidaria. Más justa.

Más próspera. Más humana. Más democrática. Más transparente. Más participativa.”

¿Por qué no lo intenta? ¿Por qué no comienza promoviendo el estado de derecho? Sería una decisión irrebatible, aunque luzca rotundamente pedestre. Primitiva. Ajena a sus pretensiones digitales, empero, es la única salvación para una grey desmoronada, desesperada por lo que no tiene y le prometen. Cómoda con el desbarajuste conveniente.

Desalentada. Aterrada con la violencia. Cansada de escuchar e indiferente a las acciones de supuestos liderazgos.

Convencida de que una nación no puede ser proyecto durante tanto tiempo y por eso prefiere integrarse a la globalización emigrando. Ojalá el Presidente lo intente. Su aval lo exige. Es el último recurso para comenzar. Lo demás vendrá por añadidura. 

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