¿Y si me quedo qué?

¿Y si me quedo qué?

MARIEN ARISTY CAPITÁN
Ayer en la mañana me desperté con un terrible sobresalto. Aunque no sudaba, como sucede en las películas, no tardé en reparar que apenas despuntaba el alba: una pesadilla me había robado el sueño. Cuando recordé qué había soñado tuve que reírme. Mi angustia, esa opresión que me ahogó el pecho en el mundo onírico, se debía a algo tan simple como quedarme sin gasolina. Eran las once de la mañana de un sábado cualquiera. Estaba casi en la puerta de una bomba de gasolina pero, pobre de mí, me quedé sin combustible a escasos metros de ella. Fue entonces, cuando un par de lágrimas surcó mi rostro, que un señor se apiadó de mis penas y me prestó un galón que guardaba en el baúl.

Un poco más tranquila, después de cerrar bien mi carro (que se quedó seco después de durar una hora haciendo fila para entrar a la estación), me dirigí hasta el bombero para que me llenara el galón y con él poder llegar hasta la máquina expendedora de combustible.

Cual fue mi sorpresa y mi indignación cuando el señor, exagerado en su respeto a los dictámenes gubernamentales, me dijo que estaba prohibido vender gasolina en envases y que no me vendería absolutamente nada. Sonreí, supliqué, grité, lloré, volví a sonreír, entonces rogué, grité, lloré, volví a gritar… hasta que el reloj marcó las doce del mediodía y me quedé sin nada.

Mi carro, varado, tuvo que ser empujado hasta un parqueo cercano. Yo lo miraba, presa de ira, e insultaba al Gobierno. Pero desperté. Y me pregunté, ¿por qué dejar el carro sin gasolina un viernes en la noche?

Es estúpido, pensé, pero recordé que eso nos sucedió a muchos la semana pasada. Porque, ¿cómo llenar un tanque un viernes si tú sabes que al día siguiente costará doce pesos menos?

A causa de la rebaja mucha gente esperó hasta el sábado para repostar. El problema es que todos pensamos lo mismo y, causa de ello, los tapones fueron interminables y la gente perdió más de lo que ahorró. Muchos, como en mi pesadilla, tuvieron que dejar sus carros tirados porque no tenían cómo regresar a sus casas. Esto, ¿es justo?

Si bien es cierto que la venta de galoncitos puede incomodar cuando uno espera que le llenen el tanque, no menos cierto es que la mayoría de los que van a buscar un galón de gasolina lo hacen porque están quedados o necesitan echarle un poco de combustible a la planta que tienen en sus negocios o en sus casas.

No sé hasta qué punto alguien pueda especular con un galón de gasolina, pero me parece estúpido pensar que la gente corra el riesgo de ir acumulando galones en sus casas a sabiendas del peligro que representa.

Ahora bien, como hay de todo en la viña del Señor, nada esto sucedería de no haber puesto un horario tan rígido y absurdo a la venta de combustibles. Porque, ¿tiene sentido que las estaciones estén abiertas los sábados sólo hasta las doce del día, que es la hora en que la gente sale de trabajar? ¿No sería mejor dejarlas hasta las dos o tres de la tarde? ¿Por qué no pensamos, si de ahorrar se trata, en adoptar otras medidas que no tengan que ver con un horario de suministro?

Una buena opción sería, por ejemplo, hacer cambios en los horarios de los empleados públicos y los colegios. Si evitamos los tapones, alternando los horarios de entradas y salidas de los trabajos, nos ahorraríamos bastante combustible.

Piensen en lo mucho que se gasta en gasolina desde las siete y cuarto a ocho y cuarenta de la mañana, cuando todo el mundo se afana por llegar a su destino. También de cinco de la tarde a siete de la noche, cuando otro tropel sacude la ciudad.

Eficientizando el tránsito y el suministro de energía eléctrica (ay, cuánto se gasta en plantas) es mucho lo que se puede ahorrar. Intentémoslo, por favor, a ver si podemos volver a echar gasolina con tranquilidad.

m.capitan@hoy.com.do

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