¡Ya es tiempo!

¡Ya es tiempo!

Estamos viviendo el tiempo litúrgico más importante. Aquél que da razón de nuestra esperanza:

La Resurrección de Cristo. ¿Meditamos tan siquiera en grado suficiente lo que significa este gran misterio?

¿Nos damos cuenta de la inmensurable misericordia divina?

¿Avivamos nuestra fe con la esperanza de Cristo Resucitado?

Ya es tiempo.

Tiempo que nos regala nuestro Padre Dios para glorificarle, servirle y sobretodo amarle.

Si meditásemos más en este misterio, seríamos plenamente felices aún en medio del dolor.

Suena paradójico, y ciertamente lo es. Sin embargo, en la esencia, la plataforma es la roca firme de Cristo Resucitado que nos sostiene aún en medio de las más fuertes pruebas que podamos estar pasando.

Tenemos que aprender a poner nuestro corazón en Dios, y a “aspirar las cosas de arriba”, sabiendo relativizar justamente las cosas de aquí abajo. “Donde está tu tesoro allí está tu corazón”. (Mt 6, 21) decía el Señor, invitando a sus oyentes a preocuparse de amontonar tesoros en el cielo, no en la tierra… y que aprendiesen a confiar en la providencia divina, que da alimento a los pájaros y viste a los lirios del campo…

Quien en El confía, jamás será defraudado. El nos prometió dejarnos Su Espíritu y así lo hizo.

El Consolador, el que nos inspira las obras más nobles y los sentimientos más puros. El que nos enseña a amar como Jesús nos amó.

Amando no sólo a quienes nos aman, sino a aquéllos que nos rechazan o nos “mal quieren”.

En fin, este es el secreto: amar sin medidas. Y como decía Agustín, el Santo y Doctor de la Iglesia:

“¡Ama y haz lo que quieras!” Esto así, porque quien ama no hace daño. Al contrario, busca el bien del amado.

Una gran enseñanza del Salvador y Maestro, Jesús de Nazareth fue señalarnos que quien da, recibe más que el que recibe. El amor es así. Mientras más repartes, más se te devuelve. Y el círculo se torna virtuoso en vez de vicioso, llevándonos a un bienestar espiritual que no se puede describir como son las cosas del Espíritu.

Día a día, vivamos en fe practicando el amor mientras nos sostiene la esperanza de encontrarnos un día cara a cara con Dios en el encuentro definitivo y victorioso que gracias a Jesús podemos alcanzar la vida eterna sin nada que esperar porque todo nos será dado según hemos esperado.

“Nos hiciste, Señor, para Ti, e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en Ti”. San Agustín.

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