POR CHIQUI VICIOSO
Crítica literaria y de artes plásticas, editora y novelista, especialista en literatura africana y negra, única dominicana que participó en París en el Movimiento Surrealista, lo que la hace una de nuestras primeras intelectuales de la «diáspora», Aída brotó al mundo de las letras con el grupo de la Poesía Sorprendida, reputado como la sociedad literaria más importante en la historia del país, donde también fue la única mujer que se impuso como igual con sus primeros dos cuadernos poéticos: «Víspera del sueño» y «Del sueño al mundo».
En una modificación sutil de los criterios que se utilizaron para evaluar el trabajo y la vida de poetas tan importantes como nuestra poetisa nacional y madre de la educación dominicana Salomé Ureña de Henríquez, los poetas sorprendidos exaltaron su producción lliteraria por ser el resultado de una juventud de trabajo poético y de cierta parquedad: «su colaboración poética ha sido muy parca siempre», decía el crítico literario chileno Alberto Baeza Flores, que no era más que «estrictez y rechazo de lo circunstancial». Y, un logro extraordinario para una poeta ya establecida dentro de un estilo poético, también se le celebra como una poeta comprometida socialmente a partir de su libro «La tierra escrita».
A ese período pertenecen estos poemas:
SED DEL DOLOR
El llanto de la tarde se apagó en la montaña
las palomas del sueño se han herido en las alas
la infinita ternura con que el olvido
acuna el dolor
para hacerlo olvidar
es una queja vaga rezagada en la arena
donde el dolor se abre
pero el agua no llega.
(De Víspera del Sueño. Poemas para un atardecer, 1944).
En la introducción a su segundo cuaderno poético DEL SUEÑO AL MUNDO, los poetas sorprendidos vuelven a alabar el trabajo de Aída, esta vez no solo por demostrar «una rigurosidad que se torna más resuelta, absoluta y pura», sino porque «aunque alejándose un tanto del candor temblorosamente lírico de sorprendidos milagros de su primer libro, trabaja un acento más estricto en la forma»:
DEL SUEñO AL MUNDO
Del sueño al mundo
con un mundo en los ojos
que me ha dado mi sueño
con párpados abiertos en las dalias que nacen
en las aguas rendidas.
(De: Del sueño al mundo, 1945)
En el lapso entre la publicación de sus primeros dos cuadernos poéticos y la de su último trabajo: «Yania Tierra» (1980), Aída escribió «Mi mundo el mar», donde dejó el «verso plumétrico por una prosa poética de gran densidad» y asumió el papel de protagonista. Renuncia en parte a la instancia metafísica de «Víspera del sueño» y «Del sueño al mundo» (1945), estableciendo las bases para el surgimiento de lo que podría considerarse como el primer manifiesto poético femenino dominicano con su poema «UNA MUJER ESTÁ SOLA.
En este poema, como declara el reputado cuentista y crítico literario José Alcántara, nos encontramos con una voz «definida que dice sus verdades con tremenda conciencia de su desamparo y soledad», una voz que admite por primera vez las limitaciones de su condición de mujer y sus limitaciones políticas.
«Una mujer está sola.
Sola con su estatura. Con los brazos abiertos.
Con el corazón abierto como un silencio ancho.
Espera en la desesperada y desesperante noche
sin perder la esperanza
una mujer está sola
piensa que ahora todo es nada
y nadie dice nada de las fiestas
o el luto
de la sangre que salta
de la sangre que corre
de la sangre que gesta
o muere de la muerte.
(De Una mujer está sola, 1955).
Este período en la poesía de Aída, en el cual está más cerca que nunca de crear su propia literatura y de establecer las bases para una corriente literaria verdaderamente femenina en la República Dominicana, cambia cuando, después de la caída del dictador Rafael Leonidas
Trujillo, publica «La voz desatada» (1962), «La Tierra Escrita» (1967), Yania Tierra (1981), Y En la casa del tiempo (1984), libros que el bloque radical de la entonces joven poesía, enarbola como símbolos de ruptura con la tradición literaria femenina porque Aída «trueca el verso complicado por uno simple que pueda calar en las masas». Renuncia al intimismo, declarándose partidaria de una «poesía objetiva»; reniega de la poesía «subjetiva» que evade la realidad y aboga por una poesía de «utilidad social».
Es importante señalar que ambas corrientes literarias, la de la llamada «poesía pura», representada por la Poesía Sorprendida y poetas como Manuel Rueda, Freddy Gatón Arce, y Mariano Lebrón Saviñón, entre otros; y la del movimiento de la joven poesía, o poesía de pos-guerra, consideraron a Aída Cartagena Portalatín como la máxima exponente femenina de la poesía de su tiempo, y de todos los tiempos, aunque ninguna de las dos escuelas poéticas puso énfasis en su poesía negroide y en poemas como «Memorias negras», donde ella abarca no solo la realidad de los negros y negras en nuestra isla, sino también la de la población negra en los Estados Unidos, como lo evidencian estos fragmentos:
Tono I
Vertical camino derribado
reducido a esencia original
fatalidad: el hombre
su problema inherente
simplemente la raza
el verbo de los ágrafos
betún de la piel negra
la cama en el pajal.
Tono II
Era tanta la lluvia en Sharpeville
la nube cerró el ojo
para no verse mojar los cadáveres
era tanta la muerte en Sharpeville
la lluvia se tapó el oído
para no oírse caer sobre cadáveres.
(De la «Casa del tiempo», 1984).
Y el poema «Mi madre fue una de las grandes mamás del mundo», donde se reconoce mulata:
«de su vientre nacieron siete hijos
que serían en Dallas, Memphis o Birmingham
un problema racial
(ni blancos ni negros).
O el poema «Otoño negro», donde lamenta el asesinato de cuatro niñas negras:
«Sé que era otoño sin alondras ni hojas
yo que lloro el árbol, al pez y a la paloma
me resisto a los blancos del sur
a esos blancos con su odio apuntando a los negros
no les pregunto nunca, porque responderían
que en Alabama pueden florecer las dos razas
más después del verano de Medgar W. Evers
hicieron un otoño de cuatro niñas negras.
(Ibidem).
Otra dimensión de Aída que ha sido rescatada por las mujeres escritoras y que parece haber pasado desapercibida para críticos literarios, tanto de la escuela de la poesía «universal» como los de la escuela de la poesía «socialmente comprometida,» es la de Aída como piedra fundacional de lo que luego se convertiría en la poesía femenina dominicana; y la dimensión de su poema Estación en la tierra, como su primer manifiesto:
No creo que yo esté aquí demás.
Aquí hace falta una mujer, y esa mujer soy yo.
No regreso hecha llanto. No quiero conciliarme
Con los hechos extraños.
Antiguamente tuve la inútil velada de levantar las tejas
Para aplaudir los párrafos de la experiencia ajena.
Antiguamente no había despertado.
No era necesario despertar.
Sin embargo, he despertado de espalda a tus discursos,
Definitivamente de frente a la verídica, sencilla y clara
Necesidad de ir a mi encuentro.
(Del poemario Una mujer está sola, 1955)
Primer manifiesto de toda mujer que aspire a salirse de los muros del llanto «empecé por llorar lágrimas que no tenía en los ojos, el mundo es ancho, la huella de mi planta breve. Mi pié hirió los caminos verdes, sollozo inconcluso de las voces del valle. Fui más allá de todas las distancias».
De los pequeños bordes de su socialización: «buscaré los contornos donde no se oiga un nombre y haré una nueva lumbre en la ventana oculta donde la vida reza, desvelada y sentida».
De las fronteras de esta isla: «El cosmos es la morada de mis sueños» e irse con sus escaleras no ya para subir, como Aída, a Notredame o Montmartre, a discutir de tú a tú con André Bretón, o conocer la poesía de Guillaume Apollinaire, leer a Baudelaire, a Verlaine o los «malditos».
Proclama de toda mujer que aspire a no hacer de su vida un monumento a las aprisionantes cotidianidades, a la neurosis colectiva o la propia, sino VER. Ver más allá de quienes puedan acompañarle y saber que está hecha para habitar la palabra. Esa «enemiga de siempre» que es su única pasión perdurable.
Palabra-lugar donde nunca se está sola.
LIBROS CONSULTADOS:
1.-La Poesía Sorprendida. Colección Completa 1943-1947. Santo Domingo. Talleres de la Editora Cultural Dominicana S.A. 1974.
2.-Alcántara, José. Estudios de Poesía Dominicana. Santo Domingo. Editora Alfa y Omega, 1979.