¡Ya no me interesa vivir!

¡Ya no me interesa vivir!

Julio Ravelo Astacio

“Vivían en un pueblo del sur de nuestro país, eran padres preocupados, dedicados a la crianza y educación de sus hijos. El padre, siempre tratando de ofrecerle lo mejor a sus hijos, unió esfuerzos junto a su esposa, se habían dedicado al comercio y les iba muy bien, tanto que compró una finquita donde tenía una crianza de animales, algunas tareas dedicadas a la agricultura. Todo marchaba bien, pensó que debía comprarse un nuevo auto, de esos que todos lo tienen, que si usted se descuida hasta le leen los pensamientos, frenan por usted, le avisan si se está saliendo de la vía, con cámaras que todo lo ven y hasta lo graban.

Entusiasmado, realizó la compra, esa nueva prenda le cambió la vida, pero la felicidad dura poco. El hijo mayor cumplía sus dieciocho abriles, sus papeles en orden: cédula licencia de conducir, se disponía a ingresar a la vida adulta. Ese sábado se reunieron para celebrarlos. Familiares, amigos disfrutaron llenos de entusiasmo hasta la madrugada. Al día siguiente los positivos comentarios se expresaban, sin disimulos, cual crecida de río posterior a intensas lluvias.

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De nuevo reunidos, mientras esperaban el almuerzo, el hijo un tanto inseguro pide al padre que le permita dar una vuelta alrededor del parque en el nuevo auto. De inicio el padre se niega, pero, ante la insistencia del hijo y el apoyo de algunos de los presentes, acoge la petición. Le insiste al chico en las precauciones y entrega la llave del auto, advirtiéndole que era sólo para dar unas vueltas al parque de la ciudad.

El chico no cabe de contento y, al desplazarse, pronto encontró un amigo que montó al auto y este casi de inmediato le dijo: “Déjate de estar de pendejo que nadie lo sabrá, ¡Vámonos para la pista a sentir verdaderas emociones!” Así lo hicieron, disfrutando al máximo, aumentando la velocidad, rebasó un autobús, pero de pronto apareció una patana que no le dio tiempo a respirar y le aplastó.

Los padres no salían del asombro, anonadados, se resisten a aceptar lo ocurrido. El padre se considera el culpable de la tragedia, se niega a ingerir alimentos, visita todos los días por horas la tumba de su hijo. “No me perdono, perdí a mi hijo que era mi adoración, mi única esperanza, por estar de flojo provoqué su muerte; ¡Dr., ya no me interesa vivir!, quiero marcharme para encontrarme con él, halarle las orejas y al mismo tiempo pedirle disculpas”.

Un accidente, pérdida brusca, inesperada, puede desencadenar en la familia respuestas que incluso le llevan a pensar y decir: “¿Por qué eso no me ocurrió a mí? Él apenas comenzaba a vivir, en cambio, yo, prácticamente he quemado todas las etapas”.

Hechos como el antes descrito van a trastornar la vida familiar, aunque casi siempre unos miembros pueden ser más afectados que otros. La respuesta tiende a ser devastadora: aislamiento, llanto, sensación de ira, impotencia, pérdida de interés, sentimientos de culpabilidad, tristeza, ansiedad, flashback, pensamientos reiterativos, insomnio, desesperanza. Luego de lo ocurrido, todo se acabó…

En las primeras semanas y hasta meses la persona no quiere hablar, compartir, encerrada en su dolor, todo gira en torno al hecho ocurrido, la vida pierde su natural interés, la persona devastada sólo piensa en el hecho trágico, pero, por suerte, la medicina, la psiquiatría, como el conocimiento y la ciencia en general, continúan avanzando y aportando soluciones a la mayoría de nuestras necesidades. El padre del chico, transcurrido unos dos años, aceptó la trágica partida de su hijo.
Sugerencias:

  • Recuerde siempre el papel de los padres, ellos deben ser por los años vividos, su experiencia y capacidad los que tracen las pautas a sus hijos.
  • No olvide la responsabilidad que conlleva dar n “sí” o por el contrario explicar “por qué no” puede acceder a esa petición.
  • El rol de los padres es cuidar, enseñar, motivar a sus hijos, con la obligación de imponer ciertas normas para conducir a su familia en un marco de respeto
    y estabilidad.

“Ya no me interesa vivir” pensé, pero, despejada la mente, recuperado el ánimo, dispuesto estoy a enfrentar los desafíos de la vida.

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