Yahvé versus Eros

Yahvé versus Eros

Rafael Acevedo

Hay varias formas de amor. Ágape, el que existe entre Dios y sus criaturas. Amor filial, entre padres e hijos, que puede incluir la amistad y otras formas de simpatía y afectividad. Y la afectividad o amor erótico, que los griegos asociaban con Eros, el demiurgo responsable de la atracción sexual, del amor sensual y la atracción sexual, asociado también a la fertilidad.

Al que llamamos amor romántico es mezcla con diversas formas y proporciones del erótico con el espiritual, y con idealizaciones quijotescas, platónicas, imaginativas y poéticas.

En todo caso ninguna de estas variantes de simpatía y afecto debe ser confundida con el hecho simple y animal de “tener sexo”, ni mucho menos, con perversidades asociadas a la fornicación y a la violencia sexual que de amor se disfraza.

Ya Freud y otros nos explicaron que si no se controlaba el amor y el sexo no podía haber civilización. Aunque no advirtieron que luego de estar todos civilizados y globalizados, podrían surgir formas aberrantes de amor o atracción erótica. Pero el fracaso del amor o la afectividad en cualquiera de sus formas, produce una gama inmensa de patologías de la personalidad.

Poquísima atención se le ha prestado a posibles conflictos entre el amor a Dios y las formas de afectividad erótica. Siguiendo las expresiones de afecto de la gente común recogidas por la poesía popular, las canciones románticas y el folklore, nos encontramos con canciones que juran: “Sin ti no podré vivir jamás (…)”, y otra: “(…) porque eres mi vida, mi cielo y mi Dios”.

Eso que aparenta ser tan solo una simple metáfora, suele ser un sentimiento real a juzgar por la violencia que provocan los celos y los abandonos; ya que a un individuo que le quitan su cielo y su gloria lo más natural es que agreda o mate al que intenta robárselos o negárselos. Son casos de Eros (y egos) tan enfermos que no hay San Valentín que los sane. Por su parte, Yahvé nos advierte sobre lo que sucede a quienes ponen a Eros primero que a Él, haciendo un ídolo de una persona humana (Éxodo 20). Yahvé es celoso, como un papá que no quiere que su hija se le eche a perder con cualquiera.

Una mujer, por bella y dulce, o un hombre, por hermoso y rico, no deben ser puestos como el fin, sentido y razón de ser de la vida de nadie. Hacerlo es ignorancia, pura estulticia. En países más religiosos (no digo fanatizados), y más educados, las tasas de femenicidio son mucho más bajas. Allí es raro que alguien muera de pena por un rompimiento amoroso. Cuando damos a la otra persona el puesto correcto, el que Dios ha recomendado, se produce una relación disciplinada moral y espiritualmente. La relación transcurre sin mayores trastornos. Individuo, familia y sociedad armonizan. Sin enfermiza dependencia emocional, ni la traición que rompe la psiquis, produciendo locura y violencia, ni el absurdo endiosamiento del otro. “Ay, amor, ya no me quieras tanto”, decía el insigne jíbaro Rafael Hernández.

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