Yamal, donde el mundo termina

Yamal, donde el mundo termina

En el lenguaje de los pueblos samoyedos, Yamal significa “el fin del mundo”.
Así llamaron los nenets, una de las etnias nómadas que habitan gran parte del extremo norte de Rusia, a la península de Siberia Occidental en las casi siempre congeladas aguas del océano Glacial Ártico y donde se ha instalado una de las plantas gasísticas rusas más relevantes.
La península de Siberia Occidental está tan al norte que muchos han dejado para siempre esas tierras y se marcharon al sur, donde están más cerca de los enclenques bosques de la rica región autónoma de Yamalo-Nenetsk.
Los poblados de nenets en esa zona los conforman pequeñas casas de madera que se mezclan con los “chum”, tradicionales cabañas en forma de cono, construidas con ramas de abetos y cubiertas de pieles de reno.
No hace tanto aún pastaban en verano a sus renos en la tundra de Yamal, pero ahora pocos mantienen grandes rebaños y ya no tienen que buscar nuevos pastos para alimentar a sus animales.
50 grados bajo cero. Sólo los más tradicionalistas campan en el norte de la península incluso en invierno, sin miedo a las gélidas ventiscas polares, ni a los 50 grados centígrados bajo cero que se alcanzan aquí en esta época del año.
Sobreviven comerciando con los trabajadores de los numerosos yacimientos que salpican este territorio, que esconde bajo sus suelos permanentemente congelados inmensas reservas de petróleo y gas natural.
Les venden carne de reno, cálidas botas hechas con la piel de ese animal, valioso pescado que capturan bajo el hielo y preciadas pieles de zorro ártico.
Los pastos de los renos nenets se extienden hasta los alrededores del yacimiento “South Tambey”, en la costa nororiental de Yamal. Hace 15 años vivían en este lugar menos de 20 personas, y hace una década desapareció la base fundada aquí en 1980 por un grupo de geólogos soviéticos.
Osos polares y zorros árticos volvieron a hacerse dueños de estas tierras, hasta que la gasística rusa Novatek obtuvo luz verde del Kremlin para levantar, a orillas del océano, la mayor planta de licuefacción de gas natural del país, y de paso, construir una ciudad para albergar a los trabajadores de la industria.
Hace unas semanas Efe acudió a la inauguración de la planta Yamal LNG e indagó en la vida de los habitantes de Sabetta, la ciudad puerto surgida de la nada en menos de cinco años.
Los idealistas del comunismo que imperó en Rusia durante 70 años imaginaban un mundo sin dinero, en el que todos vivirían en comunas. Los arquitectos constructivistas de los primeros años de la Unión Soviética materializaron varios edificios de viviendas inspirados en esas ideas.
En grandes ciudades como Moscú, San Petersburgo o Yekaterimburgo se construyeron bloques de apartamentos sin cocina, con comedores públicos en las zonas comunes, pensadas para que todos los vecinos compartieran ahí sus comidas y su tiempo libre.
Turnos de 30 o 60 días sin libranza. El experimento fracasó, pero el modelo cuajó en lugares como Sabetta, donde ninguno de sus 30,000 habitantes vive de forma permanente durante más de dos meses seguidos. La mayoría son ingenieros y obreros que trabajan en la imparable obra de la planta de licuefacción, que seguirá ampliándose al menos hasta 2019.

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