YING Y YANG
¡A Dios gracias,  los hombres y las mujeres son diferentes pero a Dios gracias, nos complementamos!

<STRONG>YING Y YANG<BR></STRONG>¡A Dios gracias,  los hombres y las mujeres son diferentes pero a Dios gracias, nos complementamos!

  “El matrimonio es la unión de dos divinidades a fin de hacer de ellas en la Tierra una tercera.  Es la unión de dos almas en un amor profundo para abolir lo que les separa. Es esa unidad superior que brota de unidades separadas en los dos espíritus.  Es el anillo de oro de una cadena cuyo principio es una mirada y cuyo fin es la Eternidad.  Es la lluvia pura que cae de un cielo sin mancha para bendecir y hacer fructificar los campos de la naturaleza divina.”   Gibran Jalil Gibran, Los tesoros de la sabiduría

Los hombres y mujeres, somos, definitivamente, totalmente distintos Así como los hombres se sorprenden con nuestros cambios de humores y emociones, a nosotras las mujeres nos desesperan los silencios de los hombres.  Era una de las cosas que no alcanzaba a comprender en mis relaciones personales, especialmente con los compañeros de vida. Me intrigaba, preocupaba y molestaba siempre cuando veía a Rafael pensativo y ensimismado. Lo abrumaba con múltiples preguntas. Lo interrogaba una y otra vez hasta molestarlo. No lograba más que sacar de sus labios simples monosílabos, respuesta que no aceptaba. Entonces le reclamaba enojada. Le recriminaba el  porqué no me comunicaba sus preocupaciones. Expresaba con enojo y molestia que esa falta de comunicación evidenciaba una falta terrible de confianza… ¡Cuánto habrá sufrido mi pobre marido con mis reclamos!

Como las cosas no mejoraban, decidí buscar respuestas. Leí algunos libros que explicaban los diferentes comportamientos entre los hombres y las mujeres. Encontrar explicaciones al porqué se producen reacciones tan disímiles ante las mismas realidades. Los reclamos femeninos y lo silencios desesperantes masculinos, son dos caras de la misma moneda. Busqué, busqué, hurgué, hurgué…. Hasta que empecé a comprender el mutismo, los monosílabos y el ensimismamiento de mi compañero de vida.   Entendí que los hombres meditan profundamente cuando tienen un problema, luego, una vez vislumbradas las posibles soluciones, salen de su propia cueva y hablan con sus compañeras para compartir sus decisiones, a veces, lamentablemente, solo comunicarla. 

Aprendí la lección a fuerza de desventuras. Ahora cuando veo a Rafael en silencio, meditabundo, escribiendo en una pequeña libreta personal, con la mirada perdida en el infinito, absorto escuchando los sonidos del mundo, lo dejo tranquilo. Me dispongo a habitar mi propio mundo. Comienzo a leer, a escribir, a hacer muchas otras cosas, con la esperanza de que salga pronto de su ensimismamiento para que me comunique cuáles eran esas preocupaciones que tanto ocupaban sus pensamientos.

Observando a mi compañero, comparo mi propio comportamiento y el de las otras mujeres. Contrario a los hombres, cuando estamos preocupadas, necesitamos comunicarnos, hablar, hablar, hablar de nuestras cosas. Hablar sin la pretensión de buscar soluciones, solo de ser escuchadas. Nos contamos nuestras vidas y milagros, nos conformamos con sentir que un alma amiga te escucha. Agradecemos, si hay posibilidad, un consejo útil.

Los hombres, sin embargo, no tienen esa actitud. Aunque se amen profundamente, aunque su corazones estén rotos por la pena y las preocupaciones, cuando se juntan, evaden hablar o escuchar de problemas personales. Recuerdo muy bien que Rafael visitaba casi diariamente a su amigo-hermano muy querido, Eduardo Latorre, que estaba postrado en una cama esperando pacientemente su muerte con un cáncer fatal. Procuraba visitarlo cada tarde. Cuando llegaba a la casa, le preguntaba con ansiedad cómo estaba el amigo, cuáles eran sus preocupaciones, cómo se sentía, inquiría sobre el tratamiento, si  iba bien o si estaba tolerando las medicinas…en fin un sinnúmero de preguntas que nunca encontraron respuestas. Rafael se pasaba dos horas acompañando a su amigo y hablando de política, de libros o de deportes. Ambos hombres se profesaban un amor profundo,  se sabían entrañables pero la conversación personal pertenecía a un mundo que no era el de ellos. El amigo murió y juntos le dimos el adiós.

Yo en cambio tengo amigas muy queridas que están padeciendo la misma enfermedad.  Las llamo, las visito y mis conversaciones con ellas son radicalmente distintas.  Lloramos juntas, esperamos con ansiedad las noticias médicas. He sido testigo de sus inquietudes y emociones, de sus esperanzas, de sus dudas… 

¿Serán estas diferencias el complemento del Ying y del Yang? Es posible.  ¡A Dios gracias somos diferentes! Y ¡A Dios gracias, nos complementamos!

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