Ylonka Nacidit-Perdomo – ¿Por quién votan las mujeres?

Ylonka Nacidit-Perdomo – ¿Por quién votan las mujeres?

Un factor muy importante en el proceso electoral ha influido en la configuración ideológica del electorado pragmático, en la mentalidad del electorado medio, de las masas, y sobre todo, de las mujeres para participar políticamente.

Tradicionalmente el electorado dominicano había interactuado de manera desorganizada, pero en el ínterin de hoy, reasumieron después de las elecciones del 2000 y 2002, una obediencia civilista impresionante, tal vez amparados en el credo del cambio, no de la alternabilidad como la única opción razonable para dejar atrás lastres del pasado.

¿Qué movió a las mujeres a concentrarse con tanta afluencia en los colegios electorales, a actuar tan cuidadosamente en su rol de ciudadana, siendo por excelencia, al decir de muchos, uno de los grupos menos «autónomos» a la hora de votar, si la mujer, se dice, no hace política, le tiene miedo a la política, y es influenciada por su marido, el padre, el amigo, el cuñado, el novio? Al parecer las mujeres decidieron abandonar su invisibilidad y desinterés por la política.

El proceso comicial que se desarrolló el pasado 16 de mayo (con toda seguridad) avanzó como un hermoso idilio entre las electoras, la sociedad civil y el alto tribunal electoral. De acuerdo al patrón de la Junta Central Electoral 2,521,601 millones de mujeres están inscritas, de un total de 5,020,703 millones de votantes, representando con respecto al porcentaje de los hombres, 122,499 mujeres más.

Después de las elecciones en las calles se respira un ambiente de calma, de sosiego fundamentado en el orden y en la gobernabilidad como una práctica civilista coherente, equilibrada con el interés nacional. Este es un anuncio ex profeso de que en el seno de la sociedad se desean cambios.

La propaganda masiva de la pasada campaña electoral indujo a la sociedad a actuar llena de sugestiones y de impresiones. Entonces se respiraba una enorme fatiga, un lastimoso hastío en el ánimo de muchos.

Al parecer los paradigmas en torno a la gobernabilidad propuestos por los partidos en esta ocasión alentaron traduciéndose en acciones, en garantías confiables de democratización de las instituciones a través de un orden ético que prevalezca como norma para la convivencia. De hecho, se intuye cierto acomodamiento en sus planteamientos y exposiciones para concertar o hacer una agencia consensuada en torno al interés nacional para el cuatrenio venidero.

En las mujeres dominicanas, entiendo, hubo un deseo impertérrito de que «alguien» pueda remediar las necesidades básicas de los más empobrecidos.

Las mujeres comprendieron que con el poder de su voto, en el proceso comicial del 16 de mayo iban a actuar conscientemente, no como votantes cautivas e ingenuas, en un extraordinario proceso plebiscitario para censurar a los útiles, menos útiles e inútiles funcionarios del Estado, o aislar como castigo a los que abdican contra la Nación.

No en vano entendemos que la organización de las elecciones, y su realización en conjunto, tuvo como impronta proveer a los ciudadanos del país de una lucidez histórica, en el sentido de instruirlos sobre lo que es la soberanía política nacional.

Lo difícil de todo esto es, que las llamadas clases-apoyo tienen el ánimo de ver en el Primer Ejecutivo a un salvador que representa el orden, y que los proveerá de bienes y servicios para mitigar sus necesidades primarias.

Sin embargo, observamos que la élite dirigencial de los partidos enarbola con continuidad el principio del cambio como un principio introducido antagónicamente que no obra sobre el principio del orden ético, sino sobre lamentables confrontaciones de interés y creencias.

El universo tradicional dominicano (lo hemos visto reiteradamente) es, esencialmente, tolerante a las concelebraciones de las distorsiones de principios, puesto que se abandera blandamente ante grupos muy peculiares, ante inocuos que hacen la peor propaganda a la democracia.

Viendo en síntesis, a través de un calidoscopio, la insostenible crisis económica y la descomposición social empujó a las mujeres más desposeídas a votar en contra de quienes no estaban aptos para ser elegidos y ejercer su derecho de ciudadanía.

Por tanto, es un sentir muy enraizado en los círculos de estudios académicos, que en los próximos años necesitaremos de nuevos idealistas utópicos ante el ocaso que pueda avecinarse.

En tal sentido las mujeres comprenden con mucho acierto que, la influencia de los grupos sociales trae consigo un valor regla que uniformemente encaja como herramienta para la negociación o discusión en torno a un malestar que la comunidad expresa.

Las mujeres votantes han entendido a la política, aún con opiniones divergentes, como un instrumento para ampliar los sistemas de valores y aptitudes de los individuos, en torno a un bien común, que ontológicamente es el bien de las mayorías.

Pero una amplia mayoría de mujeres votaron contra la persistente y desenfrenada práctica hedonista, inconmovedora, de quienes nos asfixiaban con su prepotencia.

Las mujeres votaron para evitar que la sociedad dominicana continuara siendo empujada a la depravación y a la intensa aquiescencia al delito, a la libérrima democracia que exhibe la dual inverticalidad de lo que y de lo que debe ser.

Por lo que se observa, se lee, se siente, y palpita, las mujeres votaron en contra de la una práctica política del poder orientada a la ambigüedad con una audacia espantosa. Votaron contra quienes escribían diariamente un epitafio sobre el mástil que ondea la dominicanidad a fin de «prodigarnos» un caprichoso bordado con los estigmas de la doble moral.

Yendo por las calles (antes del 16 de mayo) una sentía por momentos que los corazones humanos no palpitaban, que la consagración de algún ideal en esta etapa de la vida nacional se estaba disluyendo con una perspicacia singular. Sin embargo, creo que todos nos preguntábamos: ¿qué no hemos hecho, qué hemos dejado de hacer para que la sangre corra por las venas de muchos fría e indiferente, para que la faceta primordial de estos días sea la sistemática y mortal existencia del peligro?

Las mujeres comprendieron que la colectividad no debía ser coercionada a dividirse por un odio estimulado por el partidismo clientelista, ahora cuando los paradigmas y las máscaras caen y un increíble vacío existencial se percibe como una pintura renacentista donde sólo se comparten emociones triviales.

Las mujeres votaron por quienes comprendían que la garantía más eficaz de vida consiste en la protección de las libertades, en una economía saneada y en el respeto de las instituciones estatales.

Las mujeres votaron por quienes garantizaran que el orden social dominicano de hoy no continuara expresándose como un esclavo de la transvaluación, porque el ideal político de la opción de cambio conlleva una configuración mínima de prerrequisitos, no eufemismos, para no ahogar ni sofocar la dote de la legitimidad del proceso.

Las mujeres votaron por quienes le garanticen las conquistas genuinas de sus derechos, para que la mayoría de los dominicanos no continúen en un empobrecimiento espiritual y material, y un nivel de vida sobre la base de la sobrevivencia.

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