Yo, Judas Iscariote

Yo, Judas Iscariote

SERGIO SARITA VALDEZ
No hace mucho que para el común de la gente el segundo era el período más breve de tiempo que alguien podía imaginarse. Llegó un momento en que esa unidad logró fraccionarse en mil intervalos, luego en un millón de partes y hoy ya hablamos del nanosegundo. Esa capacidad tecnológica de medir en fracciones infinitesimales el movimiento de la masa en el espacio no le quita validez a la trascendental ley de la relatividad formulada por el matemático judío alemán Albert Einsten.

¿Cuántos nanosegundos habrán transcurrido desde que vengo tratando y conociendo al autor de la novela Yo, Judas Iscariote, quizás la más corta y sustanciosa que en ese género haya llegado a leer? Les aseguro que ha pasado más de un cuarto de siglo que vengo relacionándome de uno u otro modo con Luis Tomás, por lo que me imagino que vuestras calculadoras electrónicas de bolsillo se verán en apuros convirtiendo esos años a nanosegundos.

A Luis Tomás Oviedo empecé a tratarle a principio de la década de los ochenta en el Comité Intermedio Pedro Albizu Campos, organismo del Partido de la Liberación Dominicana, ubicado para ese entonces en la cercanía del Colegio Don Bosco en Santo Domingo. Teníamos en común, aparte de la afinidad ideológica, la profesión de médico y la inquietud cultural y literaria. Digamos que hasta ayer creí conocerle lo suficiente como para no sorprenderme respecto a sus destrezas. Confieso, en relación a esto último, que me equivoqué agradablemente de medio a medio como decimos en el argot dominicano. Jamás pensé que Luis Tomás incursionaría en la novela de una manera tan sui géneris como acaba de hacerlo. Me he sentado a leer su primogénita y admito que no pude despegarme de ella por más que traté. Ahora paso a dar las razones del enganche al que me vi sometido de modo irreversible durante la lectura.

El autor hace de Judas el interlocutor principal, tomando siempre como referencia al maestro Jesús. Hay en el trabajo una coherencia total de principio hasta el final, con una trama que de una forma parecida al cuento mantiene cautiva la atención del lector. El eje primordial del libro lo constituye a nuestro modo de interpretación un profundo amor al prójimo, llegando al sacrificio máximo que es el de dar la vida por los demás. Observemos el párrafo final de una carta que supuestamente escribe Cristo a su hermano el Iscariote: «Judas, en este proyecto que he venido elaborando por años, tu juegas un papel importante, no puedes fallarme. No te corrompas, sé justo, practica el amor al prójimo, anda siempre por el camino recto, para que cuando llegue la hora, no me avergüence de ser tu amigo y de tenerte a mi lado».

Aspiremos la esencia humana de este trabajo con la exhortación que el novelista coloca en labios del rabino de Galilea: «¡Desdeñen las riquezas materiales!- comenzó diciendo- Que son atacadas por el óxido y la polilla.

¡Trabajen por las riquezas del espíritu, que no pueden ser atacadas ni corroídas por nada conocido! ¡No permitan que el oro les ciegue, pues a la hora de su muerte ese mismo oro será el lastre que los empujará hacia los abismos! ¡Déjenle el oro al César, porque ese es su alimento! Porque en verdad les digo, que más fácil sería para ustedes meter un camello en un morral que para un rico lograr la salvación».

Oviedo hace que Cristo aconseje a sus discípulos:»Cuando ya estén solos y sientan que no pueden con la terrible tarea que he puesto sobre sus hombros, de crear la hermandad universal que habrá de sobrevivirnos a todos, la hermandad que habrá de construir la sociedad del futuro, de la cual la solidaridad será columna y el amor mampostería, cuando sientan que se agotan sus fuerzas, abatidas por la adversidad, retírense un rato a un lugar como éste y oren: <<Señor, / tú que manejas el curso de los ríos,/ tú que sembraste el vuelo de mi alma,/ levántate y mírame las manos,/ hazlas crecer y estrechar a mi hermano./ Juntos iremos unidos por la sangre,/ hoy es el tiempo que puede ser mañana./ Líbranos de aquel que nos domina en la miseria./ Tráenos tu reino de justicia/ e igualdad./ Sopla como el viento/ la flor de la quebrada,/ limpia como el fuego/ mi moral para seguir…>>

Cual estruendoso final sinfónico, a lo Beethoven, concluye el doctor Luis Tomás Oviedo esta gema literaria con un magistral discurso dirigido a sus apóstoles por el Jesús resucitado:»Hermanos, ya no tengo nada que darles. Mi vida, que es lo más precioso que un ser humano puede tener, ya se la di. Mi ejemplo, mis consejos, lo que humildemente he podido enseñarles, es lo único de mí que quedará con ustedes. Sólo me resta pedirles que cumplan con el mandamiento más importante, con el mandamiento principal: Ámense los unos a los otros; es el único camino a la felicidad».

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