¡Yo no voy a renunciar!

¡Yo no voy a renunciar!

JUAN MIGUEL PÉREZ  
A doña Elisa José de Lalane, in memoria.
«Mírame, madre, y por tu amor, no llores: Si esclavo de mi edad y mis doctrinas tu mártir corazón llené de espinas, piensa que nacen entre espinas flores»
José Martí

Es tierra de hornos…cuando el fascismo hincha su tripa bacante…en esa hacienda de nocturnas sierpes… ¡movilizaros los trompos, siempre presentes!…rozando a la vida con su braza de cosquilla hirviente…hiriente… ¿en la costilla?: sangre…sangre…seca y crujiente…

Llegaban con humos de sudor metálico, con el ronquido templado de manicuradas llagas, de todo andaba esa misma de cerro adentro trama.

Eran las montañas que escarpaban boca abajo, la unción cargada de fustes y sonetos…ardía la liturgia de cuádruple sus flamas y de cavernícola boceto…agonizante, con las almas atadas e insurrecto, esperaba sereno el rabioso cuarteto…libraba la escaramuza valiente, en un casino vertebrado por el verso…el afán que se hacía como espectros de martillo… por el enemigo brutal que deambulaba…con sesos en las manos y miedo en el bolsillo.

Se internaba la ranura de febrero, con un corrientazo en la médula de la arena…granos, erizos, saladas las uvas olvidadas por los rucios mecenas…un vidrioso batel forró las encías de la costa…en pirueta de surcos y con botas, amarraron los tiempos y le cambiaron el número. En aquel corazón sin ocio ni consorcio, viajaba de fama la urgencia…con una ráfaga de mosquiteros y rosales…con una lumbre auspiciante de exigencia…envuelta andaba la moral, en un manicomio blindado por la vergüenza.

Heberto para hacerse soberano de la sed…para apresar sin remos y con metralla el hambre de una historia arrebatada todavía lustros después. La época, esa, de las gargantas escindidas…de la voz estrujada…esa, de los espíritus obstruidos…de la brisa enfunerada…esa, partía aquella locomotora de ficciones inciertas, de pasos extraviados, de frontispicios secos, al sol puestos para ser fusilados

…Risas ser entre las risas y en el Monte Verdinegro ser…

Un temblor lunático prolongó sus alas, irrumpiendo con su tronco por el austro nacional…una escuadra de helechos prendidos, se soldaron al pundonor, ya con caquexia vestido.

El desierto se inflamaba con ampollas de acero, cada colina un pedazo de agua, cada estepa un vaso de fuego…cada sierra era un mortero de madrugadas…entablando el combate como el mÁs laborioso prometeo. Comenzaron los corintos y las oquedades, el cielo atento a los incestos, y un desfile prolijo de disparos, burla, muertos al vapor…mientras un aguacero se rasgaba el pescuezo, con mudez e impotencias de estentor.

Y allí acurrucada, tiritaba la injusticia, con los cuerpos ya sembrados, como el higo dulce y tibio, que pregonaba una vez al Contramaestre desbordado.

Caería sobre ellos un reguero de besos empozados…una carabina de como de hormigas insomnes, que prorrogara la noche de cocuyos derramada…

Y en la ubre suprema de todo aquello, doña Elisa aguardaba…está ella cocida a mi memoria con buches gordos y de cera cara, destellando su pendón de madre, su cabello de marfil y nieve cana.

La recuerdo en aquellos domingos estampados, su figura magna estatuada, en una mecedora de pensamientos…inmutables, suntuariamente tiernos como reservados.

La evoco vestida de un solo color, como los principios de sus instintos…como la impetración de su nacido Herberto…la observo con su alma truncada, por el más ciclónico de los dolores prefectos, acarreando en el silencio la incontestable pregunta, sobre el cíclope y titán afecto…la repaso con su inmensa estirpe, arrastrando el sufrimiento de la plegaria materna…

¿Cuántos suspiros en secreto habrá echado doña Elisa?

¿Cuántas interrogantes desesperantes y desesperadas habrá por grandeza callado en el trecho?

Con esa humanidad nos recibía, esos domingos fundadores de tantos sentimientos…infantes mis hermanos y yo…con Geordano como consigna siempre y para todo en la vida de lo nuestro.

Ahora…heme aquí, yo…sin ella y sin su hijo…debiendo empinar para continuar…en un país asaltado por los remanentes de la infamia y los herederos del oprobio…en un país mil veces traicionado por los que no mueren de cara al sol, pero otras tantas veces dignificado con la marcha de los sagrados, esos que como Martí –y a instancias martianas-, pregonaban y portaban el decoro de todo un pueblo.

35 años de Caracoles…y la mirada de Heberto Geordano Lalane José continúa pendiente, continúa abonando…insistente, tan firme y tan fuerte, como el régimen de su inequívoca ética, como el pulso indoblegable de su mano, con la misma que amaba y disparaba, con esa mirada tan fija en el mediodía de la justicia y en la dignidad plena de las y los dominicanos.

Con esa miramiento envuelto en la hojarasca árida de una guerrilla, con ese atisbo tan sugerente como convidante…esos ojos de vida, esos ojos de verte, esos ojos de historia, esos ojos de serte, esos ojos de madre, esos ojos de aviador…sin ningún tipo de escama a cualquier sospecha de muerte.

De noche y en la altura, se figura la pesadilla coetánea, con la cual la Sun Land y la impostura, asumen voluntarios tú segunda, tercera, o cuarta sepultura.

Pero tu rostro es demasiado fuerte como para no tener la verdad en las manos e izar con ella la obligación de vencer, el imperativo presuroso de derrotar a un presente moralmente insoportable…con ese ojo avizor de Papilo…con ese me quedo yo…no para la foto…sino para su laurel…a pesar de todo, y a sabiendas de la muy “probable ingratitud de los hombres”.

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