Yo, una isla: 2016

Yo, una isla: 2016

RAFAEL AUGUSTO SÁNCHEZ HIJO
Si, soy una isla. No de aquellas que tuvieron la gestación planetaria entendida y aplicada por las leyes del Gran Arquitecto del universo. De aquellas que fueron emergiendo del corazón de la tierra a través de los millones de años necesarios para crecer. No. Fui producto de la mente brillante de un arquitecto de carne y hueso quien me concibió hace muchos años y después de un tiempo de flotar en la fantasía de sus sueños, me cristalizó en un programa de computadora. Cierto bellaco le pidió en calidad de préstamo el cd con esa idea y la misma fue a parar a manos de mis padres adoptivos, sin que su creador tuviera conocimiento, y muchos menos que hubiera dado su consentimiento. Pero de todos modos, yo lo agradezco, porque sin esos pasos engañosos y fraudulentos, hoy yo no estaría aquí contándoles la historia a ustedes.

Ya estamos en el año 2016 y todavía aquí estoy parada, aunque un huracán me destruyó una parte importante de mi cuerpo hace unos meses. Estoy esperando que llegue diciembre y termine el período de huracanes para hacer un gran arreglo millonario sin el cual no podría seguir existiendo. No sabría decir que pasaría en caso de que viniera un tsunami. En realidad no me importaría tanto que esto ocurriera porque en ese caso, después de diez años, ya habré cumplido mi cometido de haber producido beneficios incalculables a mis propietarios, y, en el peor de los casos, me destruirían por completo y crearían una hermana similar. Ese siniestro y los que podrían suceder en el futuro se debe a que nunca se hicieron los estudios científicos necesarios de factibilidad ni mucho menos de impacto ambiental. El metro que han intentado hacer mis vecinos de Santo Domingo y yo tenemos rasgos similares y algunas diferencias. El principal parecido es que se fueron dejando en el limbo de la memoria de los dominicanos ambos proyectos y el día menos pensado, con un silencio tétrico y unos pasos hábiles y sigilosos, se comenzaron a mover grandes porciones de tierra y roca para asombro de todos y dejando mudos y boquiabiertos a todo el conglomerado social, sin que nadie pudiese hacer nada. Ese “palo acechao” tuvo una medida clave: haberlos escondido en el olvido. Porque ese pueblo olvida mucho, sufre de amnesia histórica. Por esa falta de estudios se han encontrado muchos obstáculos en la construcción del metro. Las furnias, muy profundas, algunas llenas de agua, y las tierras movedizas han sido algunas de ellas. Entre ambos proyectos existió una diferencia grande: El mío, contó con una cláusula innegociable e inteligente. Afortunadamente, en el contrato firmado por mis promotores y el estado dominicano, éste le confiere un aval irrestricto a mi construcción. Ya el Estado tuvo que aportar grandes recursos económicos y logísticos para mi feliz nacimiento. De no haber cumplido con su compromiso el G-7 habría tomado cartas en el asunto y le habría halado las orejas de mala manera a la Nación dominicana, representada en este caso por el gobierno. La globalización, impuesta por estas potencias, principalmente a través de tratados, hacían imposible evadir la responsabilidad del Estado dominicano quien debió respaldar este proyecto como si fuera suyo.

Para que  mi vida  pudiera ver la luz del sol se tuvo que luchar muy duro porque los pocos habitantes conscientes de la isla que tengo enfrente de mí, hicieron esfuerzos denodados para impedir mi parto. Ellos tenían razón en evitar mi existencia porque todas las consideraciones técnicas científicas demostraban los grandes perjuicios que le acarrearía mi aparición en escena. Pero, afortunadamente, ellos no tenían dinero ni poder. Después que el Poder Ejecutivo hubo sometido mi proyecto al Congreso fue algo que duró un tiempo y trajo consigo algunos inconvenientes hasta que el hombre del maletín comenzó a pasearse por algunos pasillos conocidos. Estuve mucho tiempo riéndome de los que decían que su famoso malecón, dizque era mas bello que el de la Habana, y que  se le iba a dañar el gran paisaje del horizonte azul. Más risa me provocó el ridículo estribillo de que su Ciudad Colonial había sido declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad, porque entre otras cosas, era la Ciudad Primada de América.  Poco importó tampoco el hecho de que en el contrato se estableciera que se reservarían el derecho de acceso a la isla cuando en el articulo ocho de su Carta Magna dispone el derecho de tránsito de todos los ciudadanos dominicanos. Si eso mismo han venido haciendo los hoteleros nacionales y extranjeros por muchos años, aunque la ley establezca que la franja de tierra que va desde la orilla hasta sesenta metros es propiedad del Estado, ¿Por qué no podemos nosotros hacer lo mismo? Aquí entran y salen quienes nos agraden, quienes nos traigan mucho dinero y no nos traigan problemas de sindicatos,  de prestaciones laborales y de atracos. Los únicos robos que permitimos son los que se hacen, con mucha organización,  desde mis casinos a los obsesivos jugadores. Casinos de los cuales estoy bien orgullosa. Imagínense ustedes que soy conocida internacionalmente como “Las Vegas en Miniatura”. Aquí solo son permitidas las mafias decentes, las mafias discretas, que no andan pregonando a los cuatro vientos todas sus fullerías.

Otra diferencia con el saboreado metro ha sido, que hace diez años  lo comenzaron a hacer y todavía no lo terminan. El Presidente Electo que comienza su mandato en los próximos meses ha dicho que el Estado dominicano no tiene dinero para terminarlo. Dice que todavía faltan cien mil millones de dólares. Porque no es lo mismo cuando las obras las comienza el Estado que cuando las comienza el sector privado. Por eso a mí me dejaron nacer. Los devoradores de los negocios y los representantes del neoliberalismo tenían un gran interés en mí. Por eso yo soy isla y aquél no es metro.

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