Yolanda Incháustegui

Yolanda Incháustegui

RAFAEL GONZÁLEZ TIRADO
IN MEMORIAM

El dos de agosto de este año se cumplió el tercer aniversario de la muerte de la profesora doña Yolanda Incháustegui de Hernández, distinguida e inolvidable profesora nuestra de quinto curso de educación primaria, en el año 1945.

Era el edificio un caserón colonial, que luego fue transferido a la firma comercial Kettle Sánchez, ubicado en la penúltima cuadra de la calle Isabel la Católica, barrio de Santa Bárbara, Santo Domingo.

Recuerdo a algunos profesores: Mimí Geraldino, los hermanos Ortega, Josefita Palaus de Payán, a dos directores de distintos momentos, señores Aybar y Frías. Algo que no recuerdo son nombres de muchos alumnos, aunque de mi mente no se borran José Escuder, Luis Leonel Luna y Bolívar Campos Navarro. Sobrevive Campos Navarro.

La escuela se llamaba República de Argentina.

Usábamos un trajecito de dril azul marino, con saco, camisa blanca y corbata negra.

Fueron días deliciosos de aquella edad. Entre los maestros nunca olvidé a doña Yolanda: serena, equilibrada, buen control, nunca tronaba en el aula. Tanto así es que, con el tiempo, fui perdiendo su tono controlado. Así nos compenetrábamos más con la maestra y se nos grababan multitud de detalles de su personalidad. Pero el largo período transcurrido no me ayudó a retener el tono de su voz, pues nunca más volví a verla.

La profesora Yolanda Incháustegui se casó con el doctor Francisco Hernández Álvarez y procrearon cuatros hijos: Yolanda, Francisco, Pedro y Daisy. Recuerdo que el doctor Hernández ejerció como médico en San Cristóbal junto a don Celito García, con mucho éxito, y vino o volvió a vivir a Santo Domingo en la avenida Máximo Gómez, casi vecino de Joaquín Balaguer.

Al doctor Hernández prácticamente no lo conozco. Lo vi una o dos veces cerca de la escuela. A don Celito, también médico, lo conocí recientemente en la Academia Dominicana de la Lengua, cuando era invitado por su colega don Mariano Lebrón Saviñón, que fue durante más de 25 años presidente de la Corporación. Don Celito vive en San Cristóbal, y en el frente del jardín de su casa hay un hermoso árbol de flamboyán amarillo.

Por años quise llegar a casa de mi profesora de aquellos tiempos. Verla cómo había evolucionado, hasta qué época estuvo en el magisterio y sus satisfacciones por lo que aportó a la educación y al país. Contarle cómo profundizó en mis recuerdos, hasta dónde sembró en mis sentimientos y en mis convicciones, cuando apenas tenía yo unos doce años, y aspiraba a ser un profesor como ella.

Me pregunto: ¿Cuál es mi perfil? ¿Por qué me faltó valor para llegar hasta sus puertas que, por tantos años, han estado en el corazón de la ciudad.

Desde el 2 de agosto del 2004, cuando doña Yolanda se marchó para siempre, aquello se convirtió en un imposible.

¡Y también en un imperdonable! ¡Cuántos maestros aguardan una decisión como la que yo como alumno no supe cumplir!

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