DIÓGENES VALDEZ
En el mundo literario de la contemporaneidad nipona no existen escritores tan disímiles y a la vez tan parecidos, como Yukío Mishima y Yasunari Kawabata. El primero, extrovertido, mundano, talentoso y eterno aspirante al Nobel de Literatura, el segundo, tranquilo, taciturno poeta, grandioso en su labor de construir metáforas que lo llevarían a conquistar en 1968 el más alto galardón que en vida se pueda conceder a un escritor. Kawabata fue un escritor de obras memorables, algunas llevadas al cine con un éxito extraordinario. Un ejemplo es su relato Rashomon; nombre de una antigua puerta que todavía existe y que en la antigüedad permitía el acceso a la ciudad de Kyoto. Otro relato suyo, de infinita belleza es, La bailarina de Izu.
Gran parte de su vida la pasaría Kawabata, en su oscuro pueblo japonés (Kamakura), trabajando en sus nuevas creaciones, o puliendo sus obras anteriores. Yasunari, como se le llamaba, vivía en comunión perfecta con la naturaleza y con los dioses de su religión, sin embargo rompió ese equilibrio y de repente todas las fantasías e ilusiones del anciano escritor se vinieron al suelo, se desmoronaron como un castillo de naipes al soplo de una brisa leve, o como una torre de arena azotada por el vaivén de una ola impetuosa. Antes de 1968 él era un hombre feliz porque vivía ignorado, después de esa fecha, se volvió rico y famoso, aunque decidió seguir viviendo de la misma forma humilde, como lo hacía antes de ganar el Nobel de literatura. A partir de aquel momento estuvo constantemente asediado por los grandes emporios editoriales. El Nobel le había traído prosperidad y reconocimiento a nivel internacional, ya que en su país era ampliamente conocido, pero en cambio, le había robado la paz, el sosiego y la privacidad, elementos consubtanciales a su naturaleza. Perdidos -casi robados por la fama- estos intangibles bienes, pocas cosas quedaban en este mundo que le resultaran atrayentes, por eso, en su noche fría y solitaria abrió la válvula de gas de su cocina y se sentó a aspirar el mortífero elemento; lentamente sus sentidos se fueron adormeciendo, sus pulmones se llenaron de metano y plácidamente, sin despedirse de nadie, sin dejar siquiera una nota, cerró los ojos para siempre. Yasunari Kawabata había muerto en la misma forma en que había vivido: solo y en paz consigo mismo.
En lo personal, pero sobre todo en lo profesional, Kawabata fue un hombre generoso. Sabiéndose competidor de Mishima, cuando algunas filtraciones hicieron saber al mundo que el comité que otorgaba el Nobel de Literatura estaba considerando a un escritor japonés, se expresó de la siguiente forma:
Un genio literario como el de Mishima, sólo lo produce la humanidad cada dos o tres siglos.
Conocido ya el veredicto de la Real Academia Sueca de las Letras, al preguntársele sobre Mishima, con humildad respondió:
(…) Suele decirse equivocadamente que es mi discípulo. No lo es. Tiene un talento superior al mío, comprensible en Japón y en Occidente. Es un genio universal. Probablemente usted querrá saber qué opino del Premio Nobel y no se atreve a preguntarlo.
Le diré que antes de concedérmelo siempre pensé que sería para Mishima; creo que me lo han dado como un homenaje a Japón más que a mí. Mishima tiene un don casi milagroso para las palabras. Su último libro Nieve de primavera expresa el límite de ese don. No sé cómo quedará en las traducciones, pero en japonés es una obra maestra.
Yukío Mishima era el reverso de la medalla. Era todo lo contrario a Kawabata, quien nunca dejó de sentirse un japonés. Mishima en cambio, era mentalmente un hombre de occidente nacido por equivocación en la tierra del sol naciente.
Pocos intelectuales han tenido una vida tan atormentada como la que le tocó vivir a Mishima. Entre los escritores malditos de los tiempos presentes, su nombre merece figurar junto a Ezra Pound, Knut Hamsum, Thomas de Quincey, Nicolás Gógol, Hermann Melville y algunos otros más que ahora se escapan de la memoria.
En 1966, su nombre se menciona por primera vez como un fuerte candidato a Nobel de Literatura, pero el afortunado fue el guatemalteco Miguel Angel Asturias. Nuevamente vuelve a sonar en 1967, pero esta vez el premiado es Samuel Becket. Pero como a la tercera es la vencida, en 1968 todos dan a Yukío, como el seguro ganador del Nobel, sin embargo, Kawabata es le vencedor. Muchos críticos consideran que el no recibir este galardón, fue la gran decepción en la vida de Mishima, aunque no el motivo principal para que se desprendiera de ella.
Parece que es desde entonces cuando Mishima toma la firme decisión de quitarse la vida, pero no de una manera común y corriente, sino una dramática, casi teatral, como fue todo en su vida, y un 25 de noviembre del año 1970, en compañía de varios miembros del Tate-no-kai (Sociedad del Escudo), una especie de ejército privado que ha formado y que financia con sus propios recursos, toma por la fuerza un cuartel del ejército, hace prisionero al comandante de la misma, y desde un balcón del destacamento militar lanza una proclama política a favor de Japón y de apoyo al emperador, y procede a inmolarse en una ceremonia denominada seppuku, que consiste en abrirse el vientre de un extremo a otro y el posterior decapitamiento con una filosa katana a cargo de uno de sus acompañantes, quien también debe morir decapitado. De esa manera se consuma lo que periodísticamente se ha dado a conocer con el nombre de el incidente.
Es a partir de su muerte cuando las obras de Mishima comienzan a interesar a las editoras en castellano. Hasta ese instante su novelística era absolutamente desconocida en nuestro idioma. Dos años más tarde, 1972, Yasunari Kawabata decide seguir el ejemplo de su discípulo y procede a quitarse la vida anteriormente descrita.