Zygmunt Bauman y el motoconchista de Pedernales

Zygmunt Bauman y el motoconchista de Pedernales

Rafael Acevedo Pérez

Un amigo que estuvo hace días por Pedernales, conversaba con un motoconchista, quien le confesó: “Yo simpatizo por el PRM, y voté por Abinader, y creo que es un buen presidente. Pero mi familia no come con eso”.

Se trata de una expresión crudamente existencialista, propia de gentes pobres que abundan en el país. Hay otros que echan de menos los tiempos idos, los días antes de la pandemia, y antes de que se desatase el gran entramado de corrupción, cuando el Gobierno de Danilo Medina parecía un buen Gobierno.

En los tiempos recientes, vivimos momentos de desilusión y desesperanza, pero como quiera tenemos apremio por no quedarnos fuera del proceso de cambio del modo de existencia que está viviendo la humanidad.

Hoy muchos miran el pasado con nostalgia, tiempos en que vivíamos más seguros; experimentamos una especie de lo que Bauman llamó “retro topía”, mirando hacia los inicios del siglo 20, cuando todos pensaban que el futuro sería mucho mejor.

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Bauman también nos habló de nuestros vacíos de afecto y solidaridad, y de la falta de continuidad de un mundo fragmentado (líquido), donde ya nadie sabe siquiera cómo se llama su vecino, y cada vez tenemos menos contacto directo con familiares y amigos.

Pero los que más sufren estas dualidades entre utopías y retro-topías, entre añoranzas e ilusiones desvanecientes, son los ciudadanos más pobres, mayormente los que tuvieron un pasado rural, bucólico y provinciano; quienes son defraudados día por día por los espejismos del consumismo.

Para el motoconchista de Pedernales, el futuro no le ha traído mejoría a su familia, pues el gobierno aún está lejos de favorecerlos significativamente; aunque obviamente ellos saben que Bahía de la Águilas y Pelempito están ahí, como enormes posibilidades para la Región.

Pero para el hombre común, el día a día no suele tener poesía, ni huele a futuro, a pesar de un par de cervezas bien frías. Ni siquiera un buen Gobierno alcanzaría a darle nuevas esperanzas. Porque son muchas décadas de deuda social, de siglos de corrupción y de falsas promesas.

Similarmente, a citadinos y clasemedias se les dificulta romper con su pesimismo existencial; a su enemigo no se le ve la cara, se disfraza de demagogia y se atrinchera en el hambre, el analfabetismo y la corrupción. Les cuesta convencerse de que el presente gobierno esté haciendo las cosas del buen modo posible; porque los gobiernos siempre les han fallado.

Las deficiencias estructurales de un país subdesarrollado apenas permiten pequeños éxitos a mediano plazo en áreas específicas; y solo a veces es posible eliminar determinados enclaves de inoperancia y corrupción dentro del aparato del Estado. La gente común rara vez está en condiciones de esperar y confiar en algo mejor, y sucumbe a las promesas de la demagogia.

Las gentes de la Frontera, además, se mantienen en vilo respecto a la conspiración de intereses hegemónicos mundiales; temerosas de que cualquier día sus predios y propiedades amanezcan ocupados, y una bandera extraña ondee en sus escuelas y oficinas públicas.

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