Viaje por la Historia
La historia de los antepasados libaneses de Hugo Tolentino Dipp es de novela. La de sus ancestros dominicanos es de una élite intelectual que se dedicó al estudio, el trabajo y a permanentes ejercicios de lectura.
Su tradición de origen familiar santiaguera se extinguió porque sus tíos y tías tuvieron pocos hijos. Uno de los más notables, Rafael César, no se casó.
Hijo de Vicente Tolentino Rojas y de Catar Dipp Attie, libanesa, cuenta el acontecer de ambos con el mismo orgullo con que exhibe una singular colección de fotos de todos, libaneses y dominicanos, en la gran biblioteca en que quedó convertido su antiguo apartamento de la calle Doctor Delgado.
El abuelo materno vino del Líbano solo, en los años de 1920, no para quedarse. Tuvo problemas políticos y prometió a la esposa, Abdala Dipp, que volvería pero al esta no ver la hora del retorno decidió venir a buscarlo con la madre de Hugo y lo encontraron viviendo entre los pueblos de Sánchez y Cabrera. Le llamaban “Chago el turco”, era un personaje que se aplatanó en el país. La niña Catar tendría siete u ocho años. Entre las viejas fotos están también Kirieke Attie, la bisabuela, y el tío Kemil Dipp, con quien se las ingeniaba don Vicente para hacerle llegar las remesas a Hugo a París cuando Trujillo arreció sus ataques al joven desterrado.
Eran acomodados y aristocráticos por ambos lados. Se aprecian elegantes, en viajes y encuentros sociales ostentosos. Los hermanos Tolentino Dipp fueron retratados desde que eran recién nacidos. Los Tolentino Rojas figuran en conferencias junto a la intelectualidad más distinguida, en paseos y excursiones por el extranjero y en giras locales.
Vicente y César fueron funcionarios, profesionales y ejecutivos de la comunicación. Ambos tuvieron gran influencia en Santiago, donde dirigieron La Información. Los editoriales de Rafael César eran buscados y celebrados y su estilo despertaba gran admiración. Vicente era además agrimensor.
Hubo una época en que la familia vivió en la Mansión Presidencial, donde nació Mario Tolentino Dipp. Rafael César y Vicente sirvieron a Horacio Vásquez y a Trujillo pero no fueron “trujillistas fervorosos”, explica Hugo. “Mi padre era hostosiano, librepensador, geógrafo, estadístico, fue diputado, senador y presidente del Partido Dominicano”.
“Yo fui antitrujillista pero nunca he hecho alarde de antitrujillismo en términos pretensiosos”, exclama. Agrega que siempre ha tenido cierto pudor “y creo que se debe al hecho de que reconozco que en mi familia, sin que en ella existiera ningún matarife, hubo trujillistas”, agrega. Pero no se enriquecieron en el trujillato.
Les llamaban miembros de “la oligarquía mulata de Santiago”. Eran socios de los más exclusivos centros de aquella ciudad donde vivieron con opulencia, tuvieron propiedades y recibieron herencias.
Físicamente Hugo es una mezcla de sus antepasados libaneses y dominicanos. Su color y su fisonomía exóticos causaron furor entre nativas y extranjeras. A estas características se unen su inteligencia, educación, caballerosidad y la esplendidez en su trato. No guarda gran parecido físico con sus hermanos Mario, Olga Beatriz, Vicente, Alfredo, Amparo y Luis, de los cuales sobreviven Olga, Luis y Hugo.
Votos en contra. El poeta, hortelano, chef, historiador, maestro, arquitecto, declamador, pastor de ovejas, académico, político, decorador, ha casado dos veces, primero con Ligia Bonetti, madre de su única hija, Beatriz Micaela. Su esposa actual es Sarah Bermúdez.
Desde joven escribió poemas en los Cuadernos Dominicanos de Cultura, “y ya siempre tuve el latido que me impulsaba a sentarme a escribir poesías, y lo hice”, cuenta para luego leer algunos de los publicados en “Vocablos” y “Palabra Nueva”. También es autor, con Marcio Veloz Maggiolo de “La cocina dominicana”. “No es un recetario, es un libro acerca de la formación de la gastronomía dominicana desde finales del siglo XVI”, impregnado del sabor de la cotidianidad.
A sus 84 años se mantiene activo en el trabajo. Va al campo, siembra árboles endémicos, legendarios, monta a caballo, cuida su rebaño, acaricia y diluye en las manos sus oréganos, romero, laurel, yerba buena, albahaca, tomillo, estragón. Se deleita con sus ceibas y baobab, y sus plantaciones de café cuyo cultivo dice deber a la generosidad de Rafael Perelló. Tiene múltiples frutas exóticas, dulces, jugosas.
Se levanta de madrugada, lee, escribe y va a la Cámara Baja cuando hay sesión. Este luchador incansable, partícipe de todos los procesos trascendentes de la historia dominicana desde Trujillo, no abandona la sensibilidad social ni la defensa de las causas justas.
“Estoy en las sesiones tres, cuatro, cinco horas, hasta su término, y mis votos siempre son de acuerdo a mi criterio: contra los empréstitos, contra la repartición de las tierras del Estado y contra todo aquello que pueda lesionar derechos adquiridos y humanos”.
No piensa retirarse. El trabajo, para él, es un hábito y la felicidad no es una utopía. Dice que “mientras tenga cierto aliento y no se encuentre disminuido” seguirá con esa dinámica “vital, espontánea, temperamental, que me lleva a sentirme capaz de crear cosas”.
Concluye negado a abundar en más interioridades de su valiosa y útil vida pública. “Ya te he dicho mucho, yo he sido muy indiscreto contigo”.