Fugitiva, lúcida, precisa, profundamente sensible en su vitalidad, obra y diálogo, Amanda Carmona Bosch (1956) retorna hacia las zonas tórridas de la psique ancestral. Hasta las abrasadoras geografías de la pasión. Hasta las raíces de la luz. Ante el espejo subvertido del suelo natal. Desde el 4 de noviembre del 2003 hasta el 11 de enero del 2004, en la Sala 8 (segundo piso) el Museo de Arte de las Américas, ubicado en el Antiguo Cuartel de Ballajá del Viejo San Juan, mantiene abierta la exposición retrospectiva de su obra realizada durante el proceso de trashumancia que esta excepcional artista puertorriqueña ha vivido en las últimas dos décadas.
Con los auspicios de la galería La Casa del Arte, dirigida por Guillermo Rodríguez, y bajo el título de Rojo Profundo, la retrospectiva de Amanda Carmona se sostiene sobre un conjunto de obras de autonomía estética y significado respetable. En este conjunto se destaca una serie de obras fuertemente impulsivas, tales como Autorretrato (1984), Autorretrato azul (1984), Conexión a tres (1984) y Tríptico de la Pietá (1985), resultado de su primera experiencia europea (Austria 1978 1985), período de búsqueda autoexigente junto a la pintora checa Tamara Horokova y los escultores austríacos Ewald Maurer, Gehardt Moswitzer. La persistencia de lo figural, de la línea y la efectividad del dibujo se equipara a la inminencia del enfático y riguroso aire abstractoexpresionista que caracteriza estas obras del periodo austríaco.
Con otra serie de obras de calidad especializada y sorprendente grado de sutileza expresiva, entre las cuales podemos señalar las tituladas En la matriz, Tres yoes (1990 94), La menina, El reloj de arena, Anunciación Maternidad y La última cena (1996 2000), la mayoría de ellas realizadas como propuesta de tesis para su Maestría en Pintura de la Universidad de Massachusetts (Amherst), donde la artista también asistiría a los cursos graduados en Historia del Arte con Mark Roskill y Craig Harbison, por supuesto, luego de exponer en Puerto Rico (Liga de Arte de San Juan, (1985) y de su estancia en España (Granada, entre 1987 y 1994).
El instante más intenso en Rojo Profundo lo constituye el efectivo tríptico conformado por Pirata, Maja y Japonesa (2003), mientras que el broche de oro estaría cifrado en Bagdad, impactante y conmovedor óleo sobre lino (90 x 66) que nos hace pensar en la incontrastable afirmación de Friedrich Nietzsche (1844 1900) de que el arte vale más que la verdad. Pero a este consistente cuerpo de obras hay que agregar un tríptico formidable: Partida, Ausencia y Retorno (2002). Así veremos que el conjunto se torna suficiente para proporcionarnos una seleccion considerable de una producción pictórica que emerge sobre las huellas de la dispersión y el desarraigo y que por tal virtud ya se nos revela definitivamente resistente, digna de atención y seguimiento profundo.
Los mismos títulos de las pinturas de Amanda constituyen claves privilegiadas para advertir las bases de su programa poético operativo. Desde los contenidos formales y objetivos de estas imágenes arden los filamentos del acto reflexivo. Reflexión que se aleja de las preocupaciones folklóricas y antropofágicas para enfilar hacia el análisis de la tradición pictórica europea como materia prima de la imaginación. Así, en la estética pictórica de Carmona Bosch se asimilan y transmutan las técnicas y las poeticas capitales de la modernidad artística de Occidente al mismo tiempo que subyacen enigmáticamente el aire y el delirio de las islas, las espectrologías abstractas que activan desde las raíces mágicas de la luz del Caribe y sus miríadas de cosmos aglutinantes
La turbiedad del color es una expresión de la turbación del hombre, acusaba el neoconcretista alemán Otto Piene en su defensa de una voluntad de pureza del color en la pintura contemporánea. Pero El mundo se va oscureciendo, nos advertía Heidegger en uno de sus demoledores instantes de lucidez. En la obra de arte opera la totalidad de la consciencia. He ahí los vestigios de toda la transparencia del Ser en la turbiedad de las esplendorosas utopías materializadas de artistas como Dubuffet, Mathieu, Wols, Hartung, Pollock, Tapies o en la imposibilidad de la pintura de Fautrier.
Por esta vía, si fuera factible aun, en estos instantes de signos devaluados y turbias transparencias posmodernas precisamente cuando el Mundo jamás se había tornado tan perversamente luctuoso , seguir confrontando la creación artística auténtica como aquella capaz de revelarnos el sentido de la Tierra o las múltiples transmutaciones vitales de la materia; como imagen o reacción estética polivalente que cristalinamente ha de operar como metrum: medida, concentración y anticipación de todo lo que es.
Si dejamos abierta la posibilidad de aproximarnos al auténtico creador como ese que constantemente tiene que ser combate y devenir, el que ejecuta su accionar, como entrega depurada de sus propias devastaciones ontológicas o como signo, materia y cifra claves de su íntimo Universo, el caso de Amanda Carmona Bosch se nos revelará sumamente apropiado para viajar lúcidamente hacia las inefables regiones de la fantasía, la imaginación y el pensamiento; para jugar al develamiento en y a través de su rigurosa obra pictórica no sólo de su compenetración sanguínea con los fundamentos del hecho plástico o con los secretos técnicos y facturales del sistema pictórico occidental, sino también de la potencialidad ética y la gracia rotunda con que en esta práctica excepcional resplandece la materia espiritualizada.
Asimismo, en la obra pictórica de Amanda Carmona Bosch nos enfrentamos ante los depurados niveles de elaboración simbólica que en su poética alcanzan asuntos como la libertad expresiva, la experimentación con las formas, el gesto, el espacio y las texturas de la materia, así como los ritos ancestrales y cotidianos , las creencias, las ideas, los sentimientos y las relaciones de poder que perfilan la condición humana contemporánea.
Esta obra se sostiene en su propia autonomía estética y simbólica. En ella son perceptibles las potencialidades mismas del enigma y de la magia de la existencia. Desde los fundamentos alquímicos de su ética y discreta policromía se tornan perceptibles unos caudales imagéticos capaces de revelarnos sus fuentes telúricas, sus mundos luminosos y sus recintos energéticos, así como los pormenores de la vigilia que ha sido necesaria para su creación. Aquí nos asedian el reino de los ocres y su melancolía; los rescoldos del polvo esencial, del sueño y del deseo. Aquí se instaura la vigencia de una práctica de la imaginación cuyos resultados más acabados nos inquietan y se expanden vertiginosamente en nuestros sentidos.
Pero el viaje abiertamente lúdico hacia el develamiento de los caminos de la memoria, los cuales ha tenido que desandar Amanda Carmona Bosch hasta su preciosa materialización de las raíces de la iluminación, podría ser interminable. Así es que, por ahora, he ahí la fracturada, polvorienta y caótica imagen de Bagdad(2003). El turbión estremecedor; los grises instantes del espanto y el desasosiego; la tensión, la angustia monocroma; los poderosos contrastes de los campos matéricos y energéticos, más los signos del cuarteamiento de la tierra evidente alusión hacia el dispositivo tecnológico aniquilador , que nos conducen irremediablemente hacia la conciencia de la terrible herida de la especie. Hacia los depurados resortes poéticos de un repertorio simbólico cuya autora nos revela el esplendor, la miseria, las contradicciones y la plenitud de su propia cultura.