La mención de su bibliografía ocuparía este espacio. Difícil detallar títulos, premios y antologías. Diecinueve libros publicados y la constancia de una columna especializada, cuya permanencia alcanza 50 años, es tarea ardua. Premio Nacional de Literatura, creador del Capitán Cardona, Chichí La Salsa, el autor de Concerto Grosso, Perdidos en el Parque, es uno de los autores de ficción más prolíficos del país y uno de los mejores cuentistas. Ineludible la mención de El Gato, la obra que inauguró la espléndida producción y mereció el premio, ex aequo, del Primer Concurso Dominicano de Cuentos-1966-. La motivación de uno de los miembros del jurado, su querido Juan Bosch, pautó el rumbo.
Cuando suspendió los estudios superiores su padre decretó: si no estudias, trabaja. Y Armando Almánzar Rodríguez fue maestro en Guanábano, vendió, compró, inventó, hasta acomodar su vocación con el trabajo, entonces descubrió la publicidad, la radio, la tv, los periódicos, para poder escribir y escribir. Es ese don Juan, maestro del género, que en la Introducción de Infancia Feliz-premio Casa de Teatro 1977- califica como “obra maestra” su cuento.
La trashumancia forjó su esencia. El empleo del padre, convirtió a la familia en nómada. El progenitor, maestro cabal, cumplió con el rigor laboral de la tiranía y de director de escuela rural, ascendió a inspector de Educación, luego a Intendente, hasta merecer, después del deambular isleño, la Secretaría de Estado de Educación. Abrir y cerrar maletas, enfrentarse a vecindarios y geografías diferentes, dejar amigos cuando comenzaba a quererlos, gestó en Armando una condición que la creatividad compensaría. La curiosidad infantil observó aridez y exuberancia, paisajes agrestes y ubérrimos. Guardó como historias fantásticas el cotilleo pueblerino.
Un soplón vegano obligó el éxodo a la capital. El foro público, aquella temida columna redactada por la vileza y la genuflexión, denunció como peligrosas sus conversaciones en el parque de la ciudad olímpica. El muchacho contestó, pero debía abandonar la comarca. El trote se detuvo en Ciudad Trujillo y otros fueron los pendientes.
Incansable, inagotable. Asume el oficio con rigor insospechado. Metódico, cumplidor, disfruta la tarea y agradece la paciencia de Patricia García, compañera que comprendió temprano el talante del cinéfilo escritor. Armando hace lo que le gusta, convencido de la imposibilidad de enriquecerse con la decisión, circunstancia insignificante porque la ostentación le es ajena. Sus caprichos mundanos los satisface con poco. Para disfrutar del mar, del dominó, del fútbol, del cine, de la música, del Martini, tiene recursos más que suficientes y familia. También amigos, y la amistad es prenda que valora porque una de sus quejas, y son pocas, es que debido al trajinar del padre no pudo contar con amigos de infancia, esos que perviven en el recuerdo y en el acopio de ternura, a pesar del tiempo.
Hombre con apariencia hosca y estupendo sentido del humor. Repudia los abusos y a los abusadores. Respeta a los demás, sin poses coyunturales. Respondón, mordaz e imprudente. Aunque su opinión provoque malquerencias, es guía para asistir al cine. El creador de cuentos excelentes, relator de chistes malos y anécdotas muy buenas, atendió el llamado de la patria en el 1965. Sin alardes ni reclamos, estuvo en la trinchera del honor. Lo que pude hacer, lo hice, dice satisfecho. Ateo más piadoso que cualquier beato, reparte admiración entre Cortázar y Woody Allen y le sobra cariño para Toby, su mascota.
Durante 24 años hemos compartido el atrevimiento del programa El Matutino Alternativo, igual que la aventura editorial y los sueños como hacedores de una literatura náufraga. Lo he visto encanecer como él me ha visto envejecer. De manera inexplicable, como si tratara de los misterios de uno de sus personajes, llega a la misma hora. Sin importar las condiciones del tiempo, del tránsito, los avatares personales o planetarios, cuando el reloj marca las 8:20 a.m., aparece en la cabina. Compartir con este personaje, obliga la proclamación del cariño y del reconocimiento. Con 81 años, Armando es legendario y leyenda.