Lidia Mora está consciente de que con narrar su experiencia en el hospital de maternidad Nuestra Señora de la Altagracia, donde perdió a su hijo a pocos días de nacido, su situación no cambiará pues nada le devolverá la vida. Su único fin es que las mujeres que a diferencia de ella no tienen alternativa de llegar a un centro de salud privado para alumbrar, tengan derecho a parir con dignidad.
Con voz compungida y ojos llorosos maldice el día en que fue referida a dicho hospital por su médico de cabecera, Juan Cid Troncoso, quien en vista de que su parto era prematuro entendió que ese centro de salud era el ideal para recibir a su criatura, que apenas alcanzaba las 33 semanas, por la moderna unidad de perinatología que posee.
Sin embargo, el desenlace fue fatal, pues lejos de salir con la alegría de toda madre con su bebé en brazos, en su caso fue dolor y un sabor muy amargo por las atenciones recibidas en el hospital.
“Desde que tu llegas a esa emergencia, eso es un infierno”, dijo la madre. Describe que el olor nauseabundo que da la bienvenida al centro, en el que hay que esperar horas para ser atendida, es insoportable. Algo que dice no se explica en un hospital y menos de este tipo.