Todos los que durante más de 18 años nos negamos a validar la mayor estafa de la historia inmobiliaria del país, materializada en la apropiación de la Bahía de las Águilas, en Pedernales, tenemos razón suficiente para celebrar el dictamen de la jueza Alba Beard que anuló más de un millar de los títulos de propiedad de esa área del territorio nacional que fueron apropiados fraudulentamente.
Salta a la memoria el recuerdo de la doctora Pîcky Lora Iglesias, quien siendo directora del Catastro Nacional denunció la estafa contra el Estado, y que aún en temprana cama de muerte legó en su hija Laura Acosta Lora el seguimiento a la demanda de reparación que ella había iniciado. Hay que decir que, digna heredera de toda la dignidad, honestidad y valentía que encarnaba su madre, Laura Acosta ha cumplido la encomienda, trabajando incansablemente y sin cobrar honorarios, para deshacer la estafa.
Todos hemos cumplido con el deber de reconocer al presidente Danilo Medina, por haber escuchado nuestro clamor, manifiesto en aquel encuentro que auspició en febrero del año pasado, luego que hiciéramos firme oposición a su decisión original de reconocer el 45 por ciento del valor de esas tierras a quienes usurpaban títulos originados en un supuesto asentamiento agrario. Él tuvo la virtud de rectificar, contrariando a varios altos funcionarios de su propio Gobierno que, como quedó en evidencia, estaba utilizando el pretexto de una supuesta inversión de 1,145 millones de dólares para consumar la estafa y participar en el reparto.
Aunque un tribunal hace meses que declaró prescrita la acción penal para los responsables del enorme fraude, hay que sintetizar la maniobra para comprensión de las nuevas generaciones: En diciembre de 1995 el director del Instituto Agrario solicita al Registrador de Títulos de Barahona el traspaso de la parcela 215-A que implica la hermosa Bahía de las Águilas en Pedernales, para realizar un supuesto asentamiento agrario, aunque esos terrenos no son aptos para eso, sino para proyectos turísticos.
El mismo día el registrador, doctor Ramírez Suberbí realiza el traspaso, sin la menor averiguación, aunque la petición no tenía el aval del directorio del IAD ni del presidente de la República, como correspondía. Dos meses después el administrador de Bienes Nacionales, Carlos Eligio Linares, remite el expediente, con su aprobación, al Registador de Títulos de Barahona, quien ya al día siguiente lo había acogido, emitiendo un nuevo título a nombre del IAD, cuyo titular procedió de inmediato al “asentamiento campesino”, favoreciendo a decenas de personas relacionadas de un senador y dirigentes políticos y otras que nunca supieron que eran parceleros de la reforma agraria. Mediante otras maniobras se fueron traspasando esos títulos a los verdaderos beneficiarios de la estafa.
La doctora Picky Lora investigó y documentó el fraude: Todo había sido ilegal, incluyendo el que los terrenos de la reforma agraria no pueden ser traspasados ni vendidos. La denuncia del entonces director del IAD, Wilton Guerrero, llevó a su antecesor a la cárcel, al igual que otro de los responsabilizados de la maniobra, pero pasaron 18 años sin que la justicia por lo menos revocara la estafa, como acaba de ocurrir ahora.
Hay motivos para celebrar que se haya revocado esa estafa, que de acuerdo a cálculos sobre el valor actual de la bahía, involucraría una suma de entre 7 y 11 mil millones de dólares. Pero hay que hacerlo manteniendo la vigilancia, ya que algunos de los que “compraron los terrenos de buena fé” contemplan seguirlos reclamando en las cortes superiores. Esa estafa no puede prevalecer.