Para escribirte un prólogo de algas y calamares, para buscar nota a nota el rumor del jazz más antiguo, nos perderemos en la muchedumbre que tu cámara inventó, con la curiosidad de un soldado desarmado, que se niega a perder su guerra larga de sueños.
Hacedor de memorias y vitrales viejos, colorido alegre que de tu viva voz salía como reclamo a una patria chica, Siempre Puro Mar, demolida por los tizones oscuros de los autoritarismos polvorientos, recalentados en la sangre indefensa, escondida entre matorrales cómplices, sin denuncias aparentes, tu rabia estaba a flor de piel, como un trino largo de eco limpio.
Tu tierra es tu tierra, tu cielo es tu cielo, los trombones como mares de metales, tu música difícil para la vida en acto único, sin arcadias posibles, sembradas en espejos rayados, de caminos y veredas, recorriendo el mundo.
Cosmopolita de varios tiempos, en el aire consumabas la curiosidad
del párvulo que fuiste con orgullo y desenfado, porque la vida así era mejor.
Insular inveterado, de gigante corazón, ad libitum entre las olas revueltas de una playa de muertos alegres pensantes, Chet Baker te canta, en la media voz que te contenía, extraño la conversación del absurdo, la agudeza de aquella mirada social, con el humor irrenunciable y la sorna dispersa, en un coral de risas como campanadas en una iglesia San Pedro o un parque Salvador del tedio de la tarde, repleta de oro al final del río.
Confiésale ahora al guloya gigante, de la mirada adusta y la melancolía en su corona, tu amor fanático, a sus cintas de colores y a la historia que refleja en sus vidrios colgantes. fragmentados, marcados con tierras insulares de lejos, mares antiguos que mudos por las faenas coloniales de entonces, han quedado mudo y sin ritmos, solo la rebeldía sonora del jazz estridente y sin reparos les devuelve esa voz salobre y sin descanso.
Confiésale todo, desde la foto de perfil y sus ojos esquivos hasta la angulación exquisita, para ritualizar su rostro, estatua helénica en ébano tallado.
¿Y de toda aquella nuestra epifanía de diálogos en mecedoras rodantes, en esta casa de largo pasillo romano, cuando la Jacqueline Bouvier Kennedy te miraba desde nuestras paredes, qué queda?
Te sobraron voltios de alegría para esta invisible epifanía que nos espera, te sobraron
trúcamelos de cenizas y caracolas en los portales de Villa Velázquez o Placer Bonito, recuerdo de acciones y micromítines en la penumbra represiva de los años aciagos.
Te sobraron cadencias de trompetas a lo Donald Byrd, para esa celebración entre 6 y 7 de la tarde, en la calle angosta serpenteada de aquella Ciudad Colonial, tu bastión de soldado humilde y soñador sobreviviente festivo “del viento frío” más largo de los siglos y por siglos.
Entonces, te inventaste el jazz de los remedios, claves de notas para arropar un dolor y aquel olor a pólvora enterrada.
Jazz, para acá, allí el jazz, debajo el jazz, allá el jazz, oh el jazz y all That jazz, decir del Sur perdido en el slang del qué me importa mí.
En aquella bandera, llena de instrumentos y brillos, sordinas y sombreros extraños, nos encontramos un laberinto de sonidos descifrables e indescifrables: discute con Charlie Parker ahora los riff de Nows Is the time, demuéstrale que exageraba la nota alta del final, atrévete y haznos morir de envidias, cuando te dé la razón con su extensa sonrisa de niño acribillado en Kansas City, por la errancia en caballo blanco, entre las ciudades de aquella nueva música.
Te lo digo, te sobraron voltios cargados de alegrías, esperábamos con gran entusiasmo ell Juan Dolio Jazz Festival, donde el góspel iba a ser el rey de los vientos y los mares verdes saltarines.
Finalmente, cuéntale también, como en Comala de Rulfo, a Don Pedro Mir, esas ganas de una masa gris entre tus ojos, masa de agua vista desde lejos, ese Mississsipi Blues de todas nuestras vidas, porque no hay jazzómano que se respete, que no rinda tributo a ese puente envuelto de brumas y aguas sepias de New Orleans, pero hazlo con la pasión conocida, con los gestos explícitos de quien memoriza su propio San Pedro, entre un Miramar ghetto de black english y un extraño colegio San Esteban, de curas que peleaban en inglés, entre salmos convertidos en canciones, de la que mi madre te podrá contar.
Lo que hasta el momento no se había descubierto, explorador de música inmensa y tierna, es tu gran secreto entre el Higuamo y el Mississippi, que no figura en la famosa nota de Don Pedro Mir, escrita en la nación en mayo de 1945.
En aquella nota quizás habías nacido o no lo habías hecho, porque planeabas sin ser Tom Sawyer, Mark Twain obliga, la travesía presentida, desde el Mississippi al Higuamo, por Pedro Mir.
Un día desnudo, según don Antonio Machado, como los hijos de la mar, creaste tu gran conspiración pluvial, tomaste fuerzas desde el Higuamo, sereno poema de aguas verdes sin esperanzas, y cavaste un sumergido sendero, entre aguas subterráneas, galerías húmedas, para sueños de jazzistas navegantes.
Te hiciste marinero-jazz y entre aguas pequeñas y grandes, te lanzaste hacia el mississippi, empresa larga y fructífera, tu libro, “desde el Mississippi hasta Perdido”, así lo prueba.
No hay adarga posible para rescatarte, ovalado corazón de amigo en batalla. No hay largo bastón de nubes, nada será necesario amigo,
envuelto en las constelaciones del jazz, cada estrella será tu canción,
y esperamos tus voltios para la nueva epifanía, de confites convocados,
Chuchy querido, entre la jota gigante y el saxo de oro, de tus ilusiones (Cfe)