No fue por casualidad, porque no tenía de qué hablar, que el embajador de Estados Unidos en el país, James W. Brewster, aprovechó su participación en el Almuerzo de la Cámara Americana de Comercio para pedir a la sociedad dominicana que enfrente la corrupción, como no fue un hecho fortuito su reciente visita el Procurador General de la República, Francisco Domínguez Brito, para expresarle su apoyo al trabajo que realiza en medio de cuestionamientos públicos cuyo único propósito era descalificar las acciones judiciales contra el senador peledeísta por San Juan, Félix Bautista, acusado de corrupción y lavado de activos. Tampoco fue un hecho fortuito que, como consecuencia de esos ataques indiscriminados, se produjera una oleada de muestras de respaldo, de parte de las llamadas fuerzas vivas de la nación, al Procurador, alentándolo para que continúe adelante con sus acciones contra el Secretario de Organización del PLD. La corrupción, y mas que nada la impunidad que ha hecho posible que esta crezca y se multiplique como la verdolaga, se ha convertido en fuente de preocupación para buena parte de la sociedad dominicana, como han confirmado recientes encuestas de opinión, y a juzgar por las palabras de Brewster es evidente que también para la Embajada. ¿Qué falta para que ese deseo colectivo de sancionar la corrupción, de ponerle freno a la depredación de los recursos públicos que ha hecho posible las obscenas fortunas que exhiben sin rubor políticos pertenecientes al partido de gobierno, se haga realidad? Monseñor Agripino Núñez Collado, cuestionado por periodistas tras el discurso del embajador Brewster, dio la única respuesta posible: que funcione la justicia. Pero para que eso ocurra, monseñor, primero hay que rescatarla de las manipulaciones interesadas de los políticos que nos gobiernan, que la han convertido en un instrumento de legitimación de sus riquezas malhabidas.