En una cafetería de una playa en Atenas está sentado Thanos Marinos. Este griego cuarentón se jacta de ser el primero que introdujo bitcoin, una moneda digital, en su país corto de efectivo hace un año.
“En ese momento no lo vi como un negocio”, dice Marinos. “La principal razón fue generar conciencia sobre bitcoin y la tecnología de la cadena de bloques (“blockchain”) en Grecia”.
La demanda nunca había sido tan fuerte, dice, un 500 por ciento más en cuatro semanas.
Sin embargo, empezando desde cero, ni siquiera 500 por ciento es tanto. Grecia es un país de más de 10 millones de habitantes y la edad promedio es 43,5 años. Una encuesta rápida sin rigor científico que abarcó a 10 personas en la calle reveló que sólo dos habían oído hablar de las bitcoins.
Eso no desalentó a otros a sumarse. Una librería en un suburbio en el noroeste de Atenas alberga el único cajero automático con bitcoin del país. Un hombre se está surtiendo. Su nombre es Felix Weis, programador informático que se tomó un año libre para viajar por el mundo con una sola salvedad: puede utilizar únicamente bitcoins y efectivo como último recurso.
“Tengo que hacerlo porque di de baja mi tarjeta de crédito”, dice Felix. “En Grecia ofrezco un 30 por ciento extra para tratar de convencer a la gente de empezar a aceptar bitcoins porque realmente creo en la moneda”.
Felix tiene 27 años y es luxemburgués. Abandonó una carrera de Informática y Economía en Alemania después de apenas un año.
“Vengo programando desde que era chico. No aprendía nada nuevo. Del lado de la economía, los principios económicos fundamentales estaban bien”, dice. “Pero no para todo”.
Él también tiene una opinión respecto de lo que debería pasar en Grecia. “Es muy difícil competir en la eurozona. Después de todo, uno mira a Rumania. En comparación con lo que se ve en Atenas, le va mejor, pese a que el salario mínimo es más bajo”.
Todo esto es explicado en un viaje en taxi a uno de los únicos establecimientos en Grecia que acepta bitcoins, un restaurante griego propiedad de una familia. Después de insistir en repartir el costo del viaje, la única alternativa que queda es abrir una cuenta y aceptar las £3,43.
El restaurante está cerrado pero eso no representa ningún problema para Felix.
La comunidad de bitcoin es pequeña y él conoce a Nikos Houtas, el hijo del dueño, que trae el ouzo y la ensalada. Todo se paga sin una sola moneda, ni tarjeta a la vista.
En el último año, cuatro o cinco clientes han pagado usando bitcoins, según Houtas. Si va a ser una alternativa viable, muchos más tendrán que sacarle partido pronto.