De señal en señal. Gargía Márquez en París

De señal en señal. Gargía Márquez en París

Eran años en que asomaban ya los clamores de las independencias de Argelia e Indochina. París era un refugio de los independentistas de toda África del Norte, Túnez, Marruecos, Argelia y Mauritania, y de muchos países del África negra del oeste como Senegal y Mali, una ciudad donde brotaba la efervescencia de libertad, que atraía a los independentistas y revolucionarios del mundo.

La vida y el pensamiento se animaban con la presencia de artistas, intelectuales y políticos, como Alejo Carpentier, Lidia Cabrera, Neruda, Semprun, Theodorakis, Buñuel, Miguel Ángel Asturias, Atahualpa Yupanqui, un París que se despertaba con la esencia de la inteligencia universal manifestada en los cafés, en la vida de los bistrots, de la música, de mucha música popular parisina en lugares emblemáticos como el Balajo, la Rue de Lappe, el Bataclán Boulevard Voltaire, y en otros barrios y lugares emblemáticos, cantando y sonando el acordeón, ese instrumento que Gabo adoraba, y que fue su compañero durante toda su niñez, adolescencia y juventud, ese instrumento que le conmovió y le hacía recordar su vallenato, ese acordeón le esperaba también en París…

Llegó a mediados de la década del 50, venía de Roma, eran las vísperas de Navidad, hacía frío, mucho frío. El Gabo se hospedó en la Rue Cujas en pleno Barrio Latino a dos minutos de la Sorbonne, del Panteón y del Luxemburgo, donde se sentó en todas las sillas de hierro heladas para leer frente al Palacio del Senado las noticias de América y del mundo. Eran años en un país de sombras y luces, pues Francia estaba resolviendo sus contradicciones políticas de la posguerra y enfrentando las reivindicaciones de libertad e independencia de los países que todavía vivían bajo administración francesa.

Su gran amigo de entonces, y de siempre, el escritor Plinio Apuleyo Mendoza, recuerda en sus Memorias su encuentro con García Márquez en París.

“Estaba muy solo y observaba todo de cerca y en silencio, y su primera palabra, que escuché con vida fue: ¡“Mierda!”, al salir de un restaurante barato del Boulevard Saint Michel. Se puso loco viendo la nieve y echó a correr como un niño. Le encantaba Saint- Michel, los puentes del Sena, y adivinar a Notre Dame a través de la niebla, así como las gabarras flotando en las aguas hechas hielo del río”.

Ese París de sombras y luces de los 50, era también el París de un Gabo pobre, extremadamente pobre. Eran noches donde los errantes corrían los peligros de sus recogidas por la Policía.

Los acontecimientos de Argelia e Indochina imponían un aumento policial nocturno, y Gabo siempre contó la anécdota de cómo le confundían con un árabe o un turco. En París, tuvo muchos contactos políticos con el Frente de Liberación de Argelia –nos comenta Apuleyo–.

“Lo vi perfilarse en la niebla, por la misma acera y con el mismo ritmo que yo, y vi muy cerca su chaqueta escocesa de cuadros rojos y negros, y en el instante en que nos cruzamos en medio del puente vi su cabello alborotado, su bigote de turco, su semblante triste de hambres atrasadas y mal dormir, y vi sus ojos anegados en lágrimas. Se me heló el corazón, porque aquel hombre parecía ser yo mismo que venía de regreso”.

Gabo era corresponsal del periódico colombiano El Espectador en Europa, y vivía de sus corresponsalías periodísticas. Obviamente, sus honorarios no le permitían vivir “La vie en rose” y la situación fue para él dramática cuando leyó en el periódico “Le Monde” que El Espectador cerraba, Plinio Apuleyo también se refiere a este acontecimiento que tuvo consecuencias personales y literarias sobre el Gabo.

“Era nada menos que su modus vivendi, el diario del cual él era corresponsal en París. De modo que no volvió a recibir su cheque mensual, no pudo pagar su buhardilla del Hotel Flandres”.

Pero París no abandona, ni a los duendes ni al genio, y Gabriel García Márquez siguió viviendo en su hotel, escribiendo todos los días, seis y siete horas, y también durante gran parte de la noche. La dueña del hotel de Flandres, Madame Lacroix, con mucho respeto y serenidad aceptaba la situación precaria de Gabo y todas las semanas le entregaba religiosamente su factura sin exigencia de pago, mientras el novelista esperaba en su correo la carta que llegara de Colombia con los cheques de sus trabajos periodísticos, pero como en la obra del “Coronel no tiene quien le escriba”, tampoco Gabriel tenía quien le escribiera… Y fue en ese hotel, habitación No. 17, que este ingenioso escritor abrió el panorama de su obra literaria. Fueron tiempos de intensa escritura, lo que le permitió alcanzar esa excepcional obra literaria “El coronel no tiene quien le escriba”, su segunda novela, después de La Hojarasca.

El Gabo vivió París intensamente, de noche y de día, su precariedad en ningún momento le cortó la reserva de su alegría y de su potencial optimista de hombre caribeño, acudía a los bares de su zona del Barrio Latino, era un hombre feliz con él mismo, totalmente dedicado a su obra y era joven, muy joven, con mucha fuerza existencial.

 

El fruto de esta trayectoria caracterizó su relación amorosa con Tacha Quintanar, actriz vasco española, republicana, que había sido compañera del poeta Otero. …

 

La relación fue profunda y de significados intensos, la figura femenina de Tacha tiene mucho que ver con la personalidad afectiva de la esposa del Coronel. Era protectora, autoritaria y realista.

 

“El coronel no tiene quien le escriba” es una narración de una situación, que aborda la espera y la precariedad, en el contexto de una pareja cuyos personajes sin nombre representan la realidad, la mujer, y la ilusión del coronel. Es la memoria de una convivencia imposible entre el sueño y la dialéctica de la cotidianidad.

París le ofreció las puertas de Europa, junto a su amigo Apuleyo, luego, visitarán Europa del Este, después de pasar por Hungría, vuelve a París, donde escribirá una serie de artículos sobre sus viajes hasta publicar “90 días detrás de la cortina de hierro” (90 jours derriere le rideaau de fer), de viaje por los países socialistas en el año 1959.

García Márquez estrechó sus relaciones con personalidades internacionales y latinoamericanas que pasaban por París en las trayectorias de sus destinos y exilios, conociendo algunos intelectuales franceses interesados en sus obras, entre ellos Couturier, un traductor apasionado por “La Hojarasca”, que se impresionó mucho por “El coronel no tiene quien le escriba” e hizo algunas traducciones experimentales y le manifestó a Gabriel García Márquez toda su admiración e intentó convencerle de quedarse más tiempo en París y traducir su obra, pero El Gabo no creía que su éxito fuese posible en Francia.

París fue una ciudad en la que Gabo puso a fermentar la fuerza de su imaginación y la búsqueda de sus historias que también son las nuestras.

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