Debate presidencial: el gran ausente

Debate presidencial: el gran ausente

Ya que han pasado varios meses de las elecciones dominicanas de mayo 2016, y más de una década de peticiones fallidas para que en República Dominicana se realice un debate presidencial, vale la pena comentar sobre por qué no se ha realizado, y cómo podría, quizás, lograrse uno en el 2020.
Estados Unidos es el referente principal de los debates presidenciales. Desde las elecciones de 1960 entre John F. Kennedy y Richard Nixon, se han hecho costumbre. Negarse a participar sería una expresión de cobardía o arrogancia política.
En la experiencia de Estados Unidos hay que diferenciar entre los debates en las primarias y los debates entre candidatos presidenciales. En las primarias, los debates sirven para eliminar precandidaturas; en los debates presidenciales, para acumular votos.
Los debates no son panaceas en sí mismos, ni tampoco sustitutos de otras formas de conexión entre los candidatos y el electorado. Pero sí constituyen un ingrediente importante en el menú de estrategias que tienen los partidos y sus candidatos para relacionarse con el electorado.
En República Dominicana, la resistencia a debatir ha provenido de quien se siente ganador o superior. En la última década, donde ha dominado el PLD, sus candidatos se han negado siempre a participar. El argumento ha sido que el oponente no tiene capacidad de debatir, no conceptualiza, o sólo critica. Ha sido una posición arrogante peledeísta, porque la superioridad de una candidatura la determina el electorado, no un partido o candidato.
Hacia la ciudadanía, la actitud de rechazo del PLD al debate demuestra la baja valoración de las reglas de competencia electoral. Los debates son una oportunidad para mostrarle al pueblo de manera entendible los planes de gobierno, y también, una forma de que los candidatos debatan cara a cara y muestren en intercambios sus características personales.
El otro factor que ha dificultado la celebración de debates presidenciales en República Dominicana tiene que ver con la oposición. En cada elección desde 2004 ha habido claramente dos fuerzas políticas que han concitado más del 90% de los votos, pero los candidatos de partidos muy pequeños demandan participar. Eso desincentiva al candidato de un partido grande con posibilidad de triunfar.
En las elecciones de mayo de 2016 se postularon ocho candidaturas presidenciales. Las dos candidaturas principales, la de Danilo Medina y de Luis Abinader, concitaron el apoyo del 97% de los votantes. Las otras seis candidaturas eran muy minoritarias, y un debate entre ocho es imposible de llevar adecuadamente.
En nombre de la democracia se plantea que hay que dar cabida en los debates a todos los candidatos presidenciales, pero no es así. Un debate presidencial se produce cerca de las elecciones, y para esa fecha, ya se sabe cuáles candidatos tienen mayor nivel de aceptación y posibilidades reales de competir. Esos deben participar.
En los debates de Estados Unidos de 2016 se reguló que para un tercer candidato poder participar debía estar inscrito en suficientes estados para que fuera matemáticamente posible ganar, y también, tener en promedio por lo menos 15% de intención de votos, medido con cinco encuestas de compañías respetables. Una decisión sensata.
La democracia electoral en un sistema presidencial no funciona bien con muchas candidaturas presidenciales minoritarias, sino con por lo menos dos opciones políticas con capacidad de aglutinar apoyos y competir.
Para el 2020 se podrá realizar un debate presidencial en República Dominicana si el PLD depone su arrogancia, y la oposición acepta que el debate debe ser entre los candidatos mejor posicionados en el electorado. Si no, el debate presidencial seguirá siendo el gran ausente en las campañas dominicanas.

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