Después del 30

Después del 30

La ilusión era imposible. Redención no había. Los más ilusos imaginaron amnistía, cárceles abiertas, gritos inmediatos de libertad. El horror sin “el jefe” ocupó el territorio y sepultó la esperanza. El odio y el miedo se adueñaron del espacio. Tres días después del atentado que produjo la muerte del tirano, la venganza perseguía sin misericordia a cualquier allegado, familiar directo o colateral, de los gestores de la trama. Sin importar edad ni condición, el exterminio fue consigna. Desde el 30 de mayo del 1961 hasta noviembre,la razia fue contundente, despiadada, está documentada. No hubo tregua ni para responso.
El tiranicidio no podía ser crimen perfecto. El talante de los involucrados era riesgo, bastaba la identificación de uno y a partir de ahí el hilo de Ariadna. Ninguno era ajeno a la tiranía. Además de la condición de los participantes y la cobardía alterando el proceso, los indicios eran suficientes. La sorpresa de un Zacarías de la Cruz herido, una prótesis en el pavimento, la pistola utilizada por Antonio de la Maza encontrada en el lugar de los hechos, registrada a nombre de Juan Tomás Díaz, la visita a la Clínica Internacional, buscando asistencia para Pedro Livio Cedeño, fueron pruebas que trazaron la ruta.También, la indecisión y el temor impidieron la realización de la segunda parte de la trama: el plan político anejo a la acción. Y antes de la medianoche del 30 de mayo, los sabuesos del Servicio de Inteligencia Militar-el temible SIM- tenían las evidencias servidas por el azar.
Primero sin el jefe y luego con un Ramfis desquiciado, el peligro acechaba. No hubo lugar seguro. La rabia y la insania de Trujillo Martínez logró cotas demenciales. Nunca la burla había dolido tanto. Órdenes de fusilamiento sin ejecutar, mujeres temblando con valor espartano, a pesar de la desnudez y el desamparo. Sicarios excitados apaleando, alimentando tiburones, solazándose frente a muñones, moretones. Cuerpos estremecidos, humillados, sangrantes tumefactos, extremidades pisoteadas, restos esparcidos por doquier. Torturados deseando la muerte para paliar el suplicio.El sentimiento no está en la historia, la crónica no tiene la dimensión del llanto ni de la desesperación. Tampoco asume el latido del miedo, el temblor previo al hachazo, al disparo. Lo peor de ese periodo es que los compinches continuaron ejerciendo el sadismo de estado, sin la presencia del sátrapa.Militancia incólume, fidelidad con el oprobio. Gozaron y se gozaron. Y la barbarie en la Hacienda María fue el clímax. Cual filme de Ford Coppola mientras el templo Nuestra Señora de la Consolación, en San Cristóbal, reunía traidores, dolientes,pusilánimes, alrededor del féretro con el cadáver de Trujillo y Balaguer leía el panegírico, los matones trabajaban.“He aquí, señores,tronchados por el soplo de una ráfaga aleve, el roble poderoso que durante másde treinta años desafío todos los rayos y salió vencedor de todas las tempestades.El hecho horrendo consterna nuestro ánimo y estremece con fragoroso estrépitode catástrofe el alma nacional. Jamás la muerte de un hombre produjo talsentimiento de consternación en un pueblo…”Hablabael presidente, el calor sofocaba, las miradas se cruzaban, las sospechas atenazaban y afuera se multiplicaban los cadáveres. La racha continuaría indetenible. El autor del panegírico demostró sus cualidades de prestidigitador político y denunció, el 2 de octubre, en la Asamblea de la ONU,el terror imperante durante la era de Trujillo. “Era de Terror” le llamó en el foro. La denuncia desató el enojo de la familia Trujillo. La matrona, enfurecida, exigió al primogénito actuar. El timorato de Radhamés garabateó un texto pidiendo al hermano perseguir a los traidores. Balaguer regresó impávido y continuó indiferente ante las tropelías. La atrocidad cometida por Ramfis y sus secuaces en la Hacienda María culminó su estadía. Huyó sin quitarse del cuerpo los rastros de pólvora, sangre y alcohol. Durante décadas sus cofrades contaban miserias y fantasías. Quizás alguna vez el remordimiento los atormentó, aunquefueron beneficiariosde la complicidad y disfrutaron la indulgencia de una sacristía perversa.

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