Después de haber escrito su artículo “El poder y el liderazgo: entre puestos y sobrecitos”, Leonel Fernández no tenía otro camino que no fuera cerrar las instalaciones de FUNGLODE. Ése areópago de genios y celebridades es un monumento a la teoría, al discurso; que hemos pagado todos los dominicanos a través de nuestros impuestos. Pero el discurso teórico suele convertirse en obediencia y taciturnidad. La política es, en esencia, el ocultamiento del verdadero pensamiento, la sustracción en el habla de las reales intenciones, el escamoteo cínico de lo que nunca se deja conocer. Por eso, para entender los procesos sociales y los líderes que lo encarnan, es mejor leer prácticas y no discursos. Un solo acto puede derrumbar un edificio de palabras. Abandonarse, aunque sea únicamente un segundo, a la fiera descripción del ejercicio de su propia práctica disolvente, es un trance consciente y encarnizado de negarse a sí mismo.
¿Para qué necesita ahora FUNGLODE el mismo hombre que define la raíz de su liderazgo como un acto de fenomenología clientelar? ¿Esa amargura que no encuentra el fundamento de una relación de poder más que en la dádiva y el uso instrumental de los fondos públicos, no es su propia alma machucada disminuyendo el liderazgo del “otro”, pero gozándose en su práctica que describe la memoria del manejo de las plebes (el pueblo separado del poder)? ¿No son los veleidosos sentimientos de las plebes (el pueblo separado del poder); el dominio que se puede ejercer sobre ellas con las dádivas que reparten los “líderes”, lo que describe Leonel Fernández burlonamente en su artículo, para demostrarle al “otro” que no es más que un “líder” de circunstancia? ¿No es ése artículo el lugar exacto de su desnudez, la cátedra empinada desde la cual renuncia al señorio del pensamiento, la aurora griega de su noción de poder? En cierto modo, lo que ese encolerizado hombre escribió es su propia teoría y práctica del poder. ¿Acaso esa ruptura insólita de su cordura no es la frustración de su pretensión de ejercer un liderazgo único dentro del PLD, incluso prostituyendo todas las instituciones del Estado para lograrlo, y ubicándose en su lugar?
¿El Estado no era para él como un baño lustral que lo transformaba en Dios? ¿No es la “democracia dominicana”, en última instancia, una plutocracia desvergonzada? ¿No son esas viñetas que pinta de las plebes (el pueblo separado del poder) atormentadas detrás de un sobrecito con dinero, la esencia misma de sus sentimientos hacia el pueblo? ¿No hay una ideología en esa parábola que esculpe a las plebes (el pueblo alejado del poder) como una manada moldeable por el sobrecito que esgrime el “líder? En el fondo, ¿no hay un odio rampante, un asco por el pueblo, un despreciable eructo por el proteo comportamiento del populacho?
Roland Barthes dijo que “el estereotipo es la figura mayor de la ideología”. Refiriéndose a la fuente del poder en la República Dominicana, Leonel Fernández ha producido un estereotipo desmañado del pueblo dominicano que es su ideología. Esas plebes (el pueblo separado del poder), son domesticables; porque este no es un país, sino un calvario, una nada encarnada. Y ya no es necesaria ninguna teoría para la dominación. FUNGLODE era eso que los franceses llaman “les semblants”, la apariencia, el “allante” en dominicano. Y después de haber escrito ese artículo todos sabemos cómo se “hace” un “líder”. ¡Ese es el país real que hay en su mente” Al cual odia, pero finge amar. Al diablo con Gilles Deleuze, George Canguilhem, Jacques Derrida, y Michel Foucault; junto a Jurgen Habermas, Gaston Bachelard, y muchos otros que se le olvidaron en el artículo. Un sobrecito es suficiente para doblegar la altivez de un pueblo miserable que él mismo ha ayudado a encanallecer.
Ahí está el discurso y la práctica de un “gran líder”, aullando por el hambre de mandar. Su discurso y su práctica han quedado al desnudo.