Juan Pablo Duarte se murió sin entender la sociedad dominicana. Pero la patología social de los grupos lo abortaron dado su sanidad en su personalidad. El antes, durante y después de él, para llegar o mantenerse en el poder había que renunciar del “yo personal” para entrar y socializar al yo colectivo del grupo. O sea, a la maledicencia que encierra el personalismo, el individualismo, el egocentrismo, el resentimiento, la envidia, el chisme y el odio como instrumento de las actitudes emocionales negativas que se utiliza en la dinámica de los grupos para aprender a dividir, confrontar, comprar o desaparecer los contrarios; mantener en raya a unos, controlar a otros y comprar incondicionales a través de la cultura del “repartir y dar” de forma particular y grupal, que son forma de mantener la dinámica conocida como: pauta de regulación o autocontrol. La estructura del carácter y temperamento de Duarte no ayudaban para el perfil de los grupos sociales, ya que nunca renunció al yo personal por la sustitución del yo grupal. Pero tampoco, le ayudaban sus rasgos de personalidad, ni sus valores, su referencia familiar, ni sus actitudes altruistas, de compasión y solidaridad colectiva para alcanzar propósitos duraderos, transcendentales y para el bien común. Literalmente, Juan Pablo Duarte no tenía rasgos de conducta disocial, ni megalomanía, ni psicopatía en la moral, ni actitudes pragmáticas para negar los principios y la dignidad cuando las circunstancias lo requieran. Los grupos no entendían ni asimilaban a Duarte cuando se negó en tres ocasiones ser presidente por señalación o por arreglos de grupos y, mucho menos, entender el desprendimiento de él y su familia de entregar su riqueza a la causa de la independencia, cuando lo pateaban y desterraban del país. La Junta Gubernativa no entendió al Duarte que entregó una lista de gastos de cada centavo de su participación en la confrontación del 1844 en Baní junto a Pedro Santana. Juan Pablo Duarte tenía la sanidad familiar y la sanidad en la personalidad que no tenía Pedro Santana, con su trastorno Bipolar tipo II y su ausencia de Identidad psicosocial, ni la relación ambivalente con la figura del padre. Duarte no tenía la personalidad psicopática de Buenaventura Báez, ni su narcisismo, ni megalomanía, ni perversidad moral ni social para repartir y robarle al Estado; No podía Duarte con el pragmatismo de Bobadilla, el oportunismo y falta de integridad para dividir, repartir y negociar los principios para sacar ventajas con los grupos religiosos, políticos y económicos. Duarte no podía asesinar y robar y sembrar el terror a lo Lilís o Trujillo para llegar o mantenerse en el poder. Sencillamente, no era que Duarte no supo responder a las circunstancias, ni que le faltaba los “colgantes” o no se sabía manejar con “el dejar hacer y dejar pasar” y repartir para llegar y mantenerse. Repito, Duarte no tenían la patología en la personalidad para la política en sociedades patologizadas en los grupos sociales como la nuestra. Como psiquiatra llevo décadas estudiando la historia dominicana y los personajes que incidieron en ella y, encuentro, que mientras más disfuncional o de mayor trastorno psicosocial o de personalidad tiene el político más fácil llega o se mantiene. Al igual que Duarte, no llegó Espaillat, ni Bosch, ni Hostos, ni Bonó, debido a la ausencia de patologías en su personalidad, no a la falta de inteligencia, coraje o de actitud con el poder. Al menos, que demos como inteligencia y normalidad, la corrupción, los crímenes, las anexiones, las traiciones, la perversidad y la repartición de la riqueza pública, entregada a la oligarquía y a la colonia. Juan Pablo Duarte es el político más sano y sin patología que trascendió y sigue siendo la referencia moral y política del pueblo dominicano.