Edgar Morín y los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Enfrentar las incertidumbres para enseñar la comprensión

Edgar Morín  y los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Enfrentar las incertidumbres para enseñar la comprensión

Dedicado a mi hermana-amiga mexicana Patricia Gascón Muro

Incertidumbre

Es la obsesión por el mañana

lo que arrebata la libertad y serenidad de hoy.

Incertidumbre que lo hace a uno cautivo del futuro,

del miedo a qué puede pasar.

Desasosiego que destruye la confianza,

ensombrece el momento,

preocupa por un tiempo que no existe,

que estará por venir.

Siempre conjeturando,

adelantando vísperas,

imaginando escenarios,

atribulado, angustiado,

preparándose para lo ficticio.

Creas, supones, previenes

algo que nadie puede asegurar que vendrá

o que el día de mañana querrás,

necesitarás, valorarás

o simplemente que vivirás.

Alfredo Mendoza Cornejo, Marzo del 2006. Guadalajara, Jalisco.

Continuamos con la serie de artículos de la obra de Edgar Morín bajo el título “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”. En las entregas anteriores hablamos de los siguientes saberes: “Las cegueras del conocimiento”; “Los principios de un conocimiento pertinente”; “Enseñar la condición humana” y “Enseñar la identidad terrenal”.

Como podrá verse, estos 7 saberes constituyen una síntesis de lo que hemos venido planteando a lo largo de esta serie. El saber 5, “Enfrentar las incertidumbres”, fue más o menos descrito en el artículo titulado “La educación como enseñanza de la incertidumbre” publicado en el mes de marzo pasado.

Morín defiende el concepto de la incertidumbre histórica, afirma que la historia camina de forma inesperada, no linealmente como planteaban los marxistas, sino con desviaciones y creaciones internas, o también por accidentes externos, o, sencillamente, por el azar mismo. La historia es un complejo proceso de orden, de desorden y de organización. Es más provocador todavía cuando asegura que toda evolución ha sido, es y será el producto de la desviación que se desarrolla, provocando la transformación del sistema. La desviación, dice, lleva en si misma el germen de la desorganización, pero luego las reorganiza.

Aún no hemos incorporado en nosotros el mensaje de Eurípides que es esperar lo inesperado. El fin del siglo XX ha sido propicio, sin embargo, para comprender la incertidumbre irremediablemente de la historia humana.

Los siglos anteriores siempre creyeron en un futuro repetido o progresivo. El siglo XX ha descubierto la pérdida del futuro, es decir su impredecibilidad. Esta toma de conciencia debe estar acompañada de otra retroactiva y correlativa: la de la historia humana que ha sido y sigue siendo un aventura desconocida. Una gran conquista de la inteligencia poder, al fin, deshacerse de la ilusión de predecir el destino humano. El avenir queda abierto e impredecible…La civilización moderna ha vivido con la certeza del progreso histórico. La toma de conciencia de la incertidumbre histórica se hace hoy con el derrumbamiento del mito del progreso….(p. 39)

Así pues, la humanidad ha vivido la aventura de lo incierto y lo desconocido. La incertidumbre ha sido su signo al caminar. Morín afirma que existen varios tipos de incertidumbres, a saber:

La incertidumbre de lo real. “Nuestra realidad no es otra que nuestra idea de la realidad”. (p. 42)

La incertidumbre del conocimiento. No hay dudas que el conocimiento avanza gracias a la aventura incierta de la duda.

Las incertidumbres y la ecología de la acción. Es definida por Morín como la toma de conciencia de que la acción es decisión, elección y apuesta. “La ecología de la acción es, en suma, tener en cuenta su propia complejidad, es decir, riesgo, azar, iniciativa, decisión, inesperado, imprevisto, conciencia de desviaciones y transformaciones”. (P. 43)

Concluye este apartado que el signo de la humanidad es la “impredicibilidad en el largo plazo”. Se pueden hacer cálculos sobre los efectos de una medida, pero es muy difícil. Ninguna acción, afirma Morín, tiene la certeza de obrar en el sentido de su intención. Pues aunque se tomen decisiones con plena conciencia, la incertidumbre se vuelve la “plena conciencia de una apuesta”. Y es esa sensación de incertidumbre constante lo que ha permitido a la humanidad caminar, transitar en el tiempo y el espacio.

Enseñar la incertidumbre para desarrollar la comprensión es la gran tarea de la educación del siglo XXI. La comprensión se ha vuelto esencial para los seres humanos. Es importante diferenciarla de la información. Ninguna tecnología aporta comprensión: “la comprensión, dice Morín, no puede digitarse”. Educar va más allá de la comprensión de las matemáticas, la geografía o la historia. Educar para la comprensión humana es otra cosa. Esa es la verdadera misión espiritual de la educación: debemos propiciar la comprensión entre las personas, como condición y garantía de la solidaridad y la ética.

Comunicarnos bien nos lleva a la comprensión. Comprender no es almacenar información. Comprender significa que intelectual y racionalmente podemos aprehender y explicar lo que hemos leído. Pero la comprensión humana va más allá, sobrepasa la explicación, lo meramente intelectual y objetivo; pues comprender implica, necesariamente, un proceso de empatía, identificación y proyección.

Educar para comprender requiere el abandono del egoísmo y la auto justificación, y sobre todo la auto-glorificación, y la tendencia a acusar a los demás, extraños o no, de ser la causa de todos los males. Propone entonces Morín la “ética de la comprensión”:

La ética de la comprensión es un arte de vivir que nos pide, en primer lugar, comprender de manera desinteresada. Pide un gran esfuerzo ya que no puede esperar ninguna reciprocidad…La ética de la comprensión pide argumentar y refutar en vez de excomulgar… La comprensión no excusa ni acusa: ella nos pide evitar la condena perentoria, irremediable, como si uno mismo no hubiera conocido nunca la flaqueza ni hubiera cometido errores. Si sabemos comprender antes de condenar estaremos en la vía de la humanización de las relaciones humanas. (p. 50)

Finalmente esta “ética de la comprensión” implica la interiorización profunda de la tolerancia, y la asunción de que la cultura debe ser planetaria, pues la comprensión es al mismo tiempo medio y fin de la comunicación humana. El planeta, finaliza el pensador, necesita urgentemente de comprensiones mutuas en todos los sentidos y en todos los planos. Pero, ojo, el desarrollo de la comprensión requiere de una reforma urgente de las mentalidades. En ese punto la educación juega un papel vital.

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