En diciembre pasado, cuando los Yanquis divulgaban un comunicado de prensa tras otro anunciando una nueva contratación, el dueño del equipo de Nueva York calcó como nunca la retórica de su fallecido padre.
“El deseo único e inquebrantable de esta organización es armar un equipo que en cada temporada pueda disputar trascendentales juegos de béisbol en los últimos días de octubre”, escribió Hank Steinbrenner.
Estos son los Yanquis de siempre, sin recato para desbocarse gastando en agentes libres, sobre todo si vienen de perderse la postemporada por apenas segunda vez en 19 años.
Por meses, en las oficinas ejecutivas del Bronx han estado diciendo que querían que la nómina no rebasara los 189 millones de dólares, el monto límite antes de pagar el denominado “impuesto de lujo”. La idea era restaurar a cero la tasa, de modo de sacar provecho al reembolso establecido en el último convenio laboral.