[A Elías Michelén, profesor de metodología de la investigación, compañero de grandes jornadas académicas en nuestra querida Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, Recinto Santo Tomás de Aquino].
Era abril de 1972. Lugar: el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, Nueva Jersey, famoso por ser el lugar de trabajo de Albert Einstein y de John von Neumann. Thomas S. Kuhn, autor de la famosa obra “La estructura de las revoluciones científicas” y el padre de la teoría del cambio de paradigmas se encontraba discutiendo con Errol Morris, un joven estudiante de posgrado de 24 años, los resultados de su evaluación de un trabajo sobre la teoría de la corriente de desplazamiento de James Clerk Maxwell, presentado en un curso de Kuhn sobre magnetismo y electricidad en el siglo XIX.
¿Meollo de la discusión? Morris sostenía que, si era cierto que, como afirmaba Kuhn en el citado libro, los paradigmas científicos eran inconmensurables entre sí, en la medida en que son tan diferentes que presuponen teorías explicativas y métodos de experimentación y de verificación absolutamente disímiles, por lo que es imposible una “demostración” efectiva de la verdad de un paradigma frente a su rival, entonces la historia de la ciencia no sería posible, pues consistiría tan solo interpretar el pasado a la luz del presente. La discusión fue tan intensa que terminó Kuhn –impenitente fumador en cadena- lanzándole a Morris un cenicero de cristal que casi le rompe la cabeza.
No es esta la primera agria discusión entre un profesor que sostiene su teoría frente a un estudiante que la cuestiona. Tampoco es la primera entre académicos. Cèlebre es la confrontación, acontecida en 1946 en la arena del King’s College de Cambridge, Inglaterra, entre Karl Popper y Ludwig Wittgenstein, actuando como árbitro Bertrand Russell, donde Wittgenstein contradijo las afirmaciones de Popper sobre la naturaleza de los problemas filosóficos, blandiendo, como refuerzo de su argumentación, un atizador del fuego de la chimenea, que estaba, por cierto, al rojo vivo. Esta discusión, que Popper resumiría proclamando el denominado “principio del atizador”, en virtud del cual nadie debería amenazar con un atizador a los profesores visitantes de una universidad, fue objeto de un libro, “El atizador de Wittgenstein”, de David Edmonds y John Eidinow.
Lo mismo ha ocurrido con la discusión Kuhn/Morris que ha originado, 46 años después, un libro (“The Ashtray Or the Man Who Denied Reality”) que su autor, el antiguo estudiante de filosofía y hoy famoso cineasta y documentalista Errol Morris, ganador del Oscar a mejor documental con su magnífica “Niebla de guerra”, sobre Robert McNamara y Vietnam, ha calificado provocadoramente como una “vendetta” retardada contra su profesor.
La principal imputación que le hace Morris a Kuhn es la misma que avanzó en su primera discusión con él: que Kuhn es un relativista. El cargo no es nuevo. De hecho, la principal crítica a Kuhn desde el momento que fue publicada su obra seminal ha sido que, al presuponer la inconmensurabilidad de los paradigmas, resultaría que cualquier paradigma es tan bueno como cualquier otro. Esto, llevado al extremo, podría conducir a la idea de que, por ejemplo, tan válido es optar por una biología basada en las diferencias raciales como por una biología que no parta de esas premisas. Por eso, Morris llega incluso a acusar a Kuhn de ser el culpable de la “degradación de la verdad” que ha originado las “fake news” y que contribuyó a elegir a Trump.
Pero, en realidad, Kuhn nunca postuló ese relativismo radical, estando consciente de que la historia de la ciencia revela que los partidarios de paradigmas conversan entre sí, como ilustran las discusiones entre quienes defendían la astronomía ptolemaica ante la astronomía copernicana, la física cartesiana ante la newtoniana, el creacionismo ante el darwinismo, y la física newtoniana ante la teoría de la relatividad de Einstein. Es cierto que Kuhn comparte la idea de Max Planck, para quien “una nueva verdad científica no triunfa porque haya convencido a sus oponentes y le haya hecho ver la luz, sino más bien porque sus oponentes mueren finalmente, y una nueva generación crece más familiarizada con ella”. Posteriormente, sin embargo, Kuhn postularía una visión evolucionista del desarrollo de la ciencia, en donde los paradigmas que se imponen son los que resuelven mejor los problemas y la revolución científica se produce cuando, a partir de «investigaciones firmemente cimentadas en la tradición científica contemporánea”, un “insider” del establishment “rompe esa tradición y da nacimiento a otra nueva”.