Parte III
En 2001, como respuesta al ataque del 11 de septiembre, la OTAN, liderada por fuerzas estadounidenses y británicas, invadió Afganistán e Irak con el propósito de eliminar el terrorismo. Sin embargo, el fin no ha llegado, y al menos 12,000 simpatizantes están enfilados en el Estado Islámico (EI), jurando fidelidad a los responsables de las muertes de más de 4,000 militares e incontables civiles.
Pocos líderes mundiales comprenden el concepto de Estado Islámico. Incluso, Barack Obama, presidente estadounidense, ha afirmado, en variadas ocasiones, que “no es islámico” o que es una filial de Al Qaeda. En principio, esto último fue una realidad, sin embargo, actualmente ambos grupos están enfrentados.
Abubaker al Bagdadi es su líder desde el 2010 y solo una fotografía borrosa es la evidencia de su existencia. La misma fue capturada cuando éste subió al púlpito de la Gran Mezquita de Al Nuri, en Mosul, el 5 de julio de 2014, para autoproclamarse el primer califa en varias generaciones, buscando así ser el jefe supremo (lo que aún no ha logrado) de todos los musulmanes. Con la toma de la ciudad de Mosul, el EI ya controla un territorio más extenso que el Reino Unido.
Sus videos y encíclicas de propaganda están en línea y los seguidores del califato han hecho enormes esfuerzos para dar a conocer su proyecto: rechazan la paz, tienen hambre de genocidio; su visión religiosa es discordante con algunos cambios que hasta podrían avalar su supervivencia. Se guían por una corriente del Islam con una peculiar concepción del camino hacia el día del Juicio Final.
Martirio de cristianos, secuestros, decapitación de personas, niños, mujeres y ancianos, asesinato de civiles, tráfico de órganos, drogas y armas, destrucción de obras de arte y piezas arqueológicas son, a grandes rasgos, las consecuencias que ya ha tenido la Sharía, cuerpo fundamentalista de derecho islámico, que impone las reglas separadoras entre el bien y el mal a las que se adhieren la mayoría de los enfilados en el Estado Islámico.
Se ha desatado, a partir de todo lo ocurrido, una campaña bien intencionada, en la que se considera a los líderes yihadistas (el yihad es un concepto del islam que representa el esfuerzo en el camino de Dios) como un producto del mundo laico, con preocupaciones políticas modernas y con embozo religioso.
La realidad es que el Estado Islámico ha atraído en los últimos años a personas débiles de Occidente y Oriente Próximo, formadas en madrazas que son escuelas islámicas que difunden las interpretaciones extremas de la religión musulmana. Ciertamente, la mayoría de los musulmanes rechaza al Estado Islámico, pero el esfuerzo en decir que no es un grupo religioso y milenarista, con una teología que debemos entender para poder combatirla, ha llevado a las potencias a infravalorarlo y respaldar planes débiles y fútiles.
Tres aspectos fortalecen al EI: la caída de los regímenes autocráticos que dio paso al caos en la zona, el desmantelamiento del ejército de Saddam Hussein (el mejor del Medio Oriente en su momento) y su posterior involucramiento en el EI, y finalmente, una férrea voluntad sustentada, generalmente, en jóvenes trabados en condiciones socio-económicas lamentables. Los mismos creen estar involucrados en unas luchas que rebasan, por mucho, sus propias vidas, y que el mero hecho de participar en ese drama, y en el bando de los justos, es un privilegio y un placer que les permitirá gozar de la eternidad.
Que el Estado Islámico suponga, como credo, la obediencia de profecías define su ánimo. No es prudente menospreciar el alcance de su seducción intelectual, emocional y religiosa. Se requerirán de grandes esfuerzos para enfrentar a una organización tan inmune a la persuasión como ésta. Y la guerra, probablemente, será larga, pues tiene condiciones muy parecidas, aunque más difíciles, a la guerra de Vietnam, Camboya y Laos, creando una situación de gran inestabilidad en todo el Medio Oriente y lo que es más grave, es que ya tienen fervientes seguidores en una considerable parte del mundo.