El historiador Niall Ferguson y el economista Moritz Schularick acuñaron el término «Chimérica» en 2006. Su neologismo, que combina «China» y «América», se hizo popular porque cristalizaba lo que todos veían: ambos vivían trabados en un abrazo económico.
China enviaba mercancía a Estados Unidos, creando empleos manufactureros que sacaron a millones de la pobreza. EU obtenía artículos baratos y los pagaba con productos estadounidenses como aviones de pasajeros, películas y bonos del Tesoro.
Hoy Chimérica se desintegra. La última señal es el golpe a ZTE Corp., el fabricante chino de equipos de telecomunicaciones que violó los términos de un acuerdo de 2017 y luego mintió al respecto. Como castigo, este abril EU determinó que por siete años ninguna compañía estadounidense venderá componentes críticos a ZTE. Esta determinación enfureció a líderes chinos, poniendo en riesgo la cooperación de Beijing en otros temas de la agenda de Trump, incluidos los planes para negociar una reducción del déficit comercial entre EU y China, y desnuclearizar Corea. Sin embargo, en un tuit del 13 de mayo, el presidente Donald Trump dijo que él y el presidente Xi Jinping estaban trabajando juntos para brindarle a ZTE «una forma de volver al negocio, rápido». Esa publicación fue días antes de que el principal asesor económico de Xi, Liu He, llegara a EU para hablar con el Secretario del Tesoro, Steven Mnuchin.
Aun si las dos partes llegan a un pacto comercial, la evidencia de que EU es capaz de cerrar rápidamente una de las compañías más importantes de China seguramente provocó que los asiáticos estén resueltos a desarrollar sus capacidades nacionales.
«El sentido de urgencia de China de desarrollar tecnologías centrales es más urgente», escribió en mayo Jeremy Stevens, economista de Standard Bank Group Ltd. «Vamos hacia una carrera de armas tecnológicas entre China y Occidente», afirmó.
La desintegración gradual de la simbiosis de Chimérica quizás sea la mayor historia de negocios en los próximos años. La creciente rivalidad económica entre EU y China supone un problema para las multinacionales que han dedicado décadas a construir cadenas de producción globales. «Esto, con el tiempo, dará pie a más, pero menos eficiente, inversión en tecnología a nivel mundial, podría generar presión a la baja sobre los precios en sectores como los semiconductores, e incluso ámbitos separados de reglas de origen y estándares tecnológicos», escribió Louis Kuijs, exinvestigador del Fondo Monetario Internacional y economista jefe para Asia de Oxford Economics en Hong Kong en un informe de abril.
¿Cuál fue el error de Chimérica? Los problemas existían incluso cuando los países eran cercanos. La entrada de productos baratos provenientes de China acabó con millones de puestos de trabajo bien remunerados en la industria manufacturera de EU. Al acumular deuda estadounidense para mantener barata su moneda y la competitividad de sus productos, China ayudó a contener las tasas de interés de EU. Eso alimentó la burbuja de la vivienda, cuyo estallido fue clave en la recesión de 2007-2009 y la crisis financiera mundial.
Los países ya no son tan cercanos, en parte porque económicamente son más parecidos. China quiere competir con las compañías más exitosas. Con el plan «Made in China 2025», lanzado hace tres años, Beijing dijo que aspiraba al liderazgo mundial en industrias como la robótica, los vehículos de nueva energía, la biotecnología, la aeroespacial, las tecnologías de la información y el software.
Para lograr sus metas, Beijing subsidia a empresas nacionales y limita el papel de las extranjeras en su mercado interno o les exige licenciar sus tecnologías a socios chinos a cambio de acceso al mercado.
El otro cambio es que China, que se volcó sobre sí mismo, dio un giro y se está reafirmando diplomática y militarmente. Su iniciativa «One Belt, One Road», que lo conecta con Asia, Europa y África, es el proyecto de infraestructura más grande del mundo.
La participación de China en el gasto militar mundial subió de un 6 por ciento en 2008 a un 13 por ciento en 2017, según el Instituto Internacional para la Investigación de la Paz de Estocolmo. Beijing reclama la soberanía sobre el Mar del Sur de China y está militarizando islotes para respaldar su reivindicación. El país comenzó las pruebas de su primer portaaviones de fabricación nacional y en 2017 abrió una base militar en la nación africana de Yibuti. Hace una década, la opinión era que, a medida que China se hiciera más rica, sería más democrática y orientada hacia Occidente. Sin embargo, esas esperanzas se han ido desvaneciendo, en especial desde que Xi asumió el cargo en 2013. En marzo, la legislatura china anuló los límites del mandato presidencial, allanando el camino para que Xi permanezca en el poder al finalizar su segundo mandato en 2023.
Mientras China y EU tenían fortalezas y necesidades complementarias, la relación era benéfica. Pero mientras pasan de socios a competidores, la perspectiva cambió. La dinámica en los aranceles es un ejemplo. En la ofensiva más reciente, EU propuso subir los impuestos sobre artículos chinos por un valor de 50 mil millones de dólares, incluidos televisores y automóviles; Beijing contraatacó elevando los aranceles de aviones, soya y autos. Las compañías de EU que producen en China o importan desde allí están en ese fuego cruzado. «Los aranceles propuestos por Trump paralizarían mi negocio», dijo Mary Buchzeiger, CEO de Lucerne International, sobre el impuesto de 25 por ciento que EU planea para las importaciones de acero y aluminio.
Expertos en comercio han manifestado el temor de que Beijing pueda calmar a Trump aumentando las importaciones de productos estadounidenses no estratégicos o restringiendo las exportaciones a EU sin corregir sus prácticas anticompetitivas.