Hace un tiempo en esta columna abordé la “teoría política del resentimiento” (31 de octubre de 2014) y la diferencié de la “teoría política de la indignación” (22 de mayo de 2015). Hoy quisiera referirme al intelectual resentido. Resentido es quien [re]siente “el impulso de venganza contra algún atropello real o imaginario del que habría sido víctima el resentido” (Ramón Escovar León). Por intelectual resentido no nos referimos ni al “intelectual melancólico” de Jordi Gracia, que lamenta los tiempos actuales por considerarlos vulgares, decadentes e ignorantes de la “cultura”, ni tampoco a aquellos intelectuales que manifiestan un “resentimiento hacia el capitalismo” (Thomas Cushman), tan viejo como Rousseau, y que nace del hecho de que el mercado no reconoce a los sectores ilustrados la superioridad que les asigna el sistema de méritos escolar y universitario (Robert Nozick).
Nuestro abordaje lo haremos a partir de los testimonios de tres intelectuales, coetáneos pero procedentes de tres entornos espacial, ideológica y culturalmente diferenciados, que no se oponen al sistema en que vivieron y que, incluso, formaron parte cimera del mismo. Se trata de Carl Schmitt, George F. Kennan y Joaquin Balaguer.
Comencemos con Schmitt. Es 1907 y un joven Schmitt acaba de llegar a la imponente ciudad de Berlín a iniciar sus estudios profesionales. Se siente perdido, un extranjero en su propio país.
Y escribe: “Yo era un muchacho oscuro de orígenes modestos. […] Ni el grupo dominante ni la oposición me incluían entre los suyos. […] Eso significaba que yo, parado enteramente en la oscuridad y desde la oscuridad misma, veía un espacio resplandeciente. […] La sensación de tristeza que me inundaba me distanciaba aún más y despertaba en otros desconfianza y antipatía. El grupo dominante trataba como extraño a todo aquel que no se desvivía por congraciarse con él. Le imponía la elección de adaptarse o excluirse. Así que permanecí afuera”.
Sigamos con Kennan. Estamos en el año 1921 y Kennan acaba de ingresar a la Universidad de Princeton. A pesar de ser apuesto e inteligente, Kennan describe su experiencia en términos lúgubres: «No conocía una alma en la universidad o la ciudad. Me dieron la última habitación amueblada en la más remota de esas lúgubres casas aledañas al campus a las que, en ese momento, los recién ingresados estudiantes de primer año fueron relegados. […] Yo fui una oveja negra en el campus, no excéntrica, no ridiculizada o indeseada, tan solo imperfectamente visible para el ojo desnudo”.
Finalmente, Balaguer. Corre el año 1924. Dos años antes había publicado su primer libro de versos: “Claros de luna”, obra muy criticada entonces. Balaguer, molesto por las críticas, inserta en su siguiente libro, “Tebaida lírica”, el siguiente prólogo: “Abro este paréntesis para llenarlo de odio y de gratitud. Odio a los que en plazas y corrillos me combatieron aceradamente; odio a los poetas afeminados que envidian la virilidad de mi arte; odio al que escondió en el ‘bouquet de rosas de un elogio una mal disimulada flor de envidia’, odio a los consagrados que no han querido tenderle la mano al jovenzuelo imberbe que los abruma con su orgullo, y odio, finalmente a todos los Pachecos que, no atreviéndose a combatirme con la pluma, se encogieron de hombros cuando vieron al mozuelo audaz cruzar tras la apolínea caravana”. Agradece a César Tolentino haber publicado en La Informacion su producción poética, añadiendo que “a él es al primero y quizás el último que puedo agradecer algo”. Termina afirmando: “Yo aborrezco el ambiente en que me ha tocado nacer, pero aborrezco más a los intelectuales (con muy pocas excepciones) con quienes he tenido la mala suerte de codearme”.
Si observamos estos tres casos, veremos que Schmitt, pese a sus modestos orígenes, triunfaría como jurista en la Alemania de Weimar y posteriormente sería considerado como el jurista oficial del régimen nazi, cayendo en desgracia y paulatinamente recuperando su prestigio tras la Segunda Guerra Mundial. Kennan pasaría toda su vida académica como profesor en Princenton, siendo una de las figuras clave de la diplomacia y del ‘establishment’ estadounidense desde los 1940 hasta su muerte. Balaguer sería pieza fundamental de la feroz dictadura de Trujillo y gobernó la República Dominicana durante 22 años. Se trata entonces de tres intelectuales muy exitosos, muertos casi alcanzando el siglo de vida (97, 101 y 96 años, respectivamente).
Sus biografías demuestran que hombres de inteligencia extraordinaria pueden ser grandes resentidos y que el éxito no calma el rencor del resentido, es más, muchas veces lo aumenta.