La Casa de las Américas acaba de presentar la obra de teatro Andrea Evangelina, de la poeta, ensayista y dramaturga dominicana Chiqui Vicioso, como parte del programa del Coloquio Internacional La diversidad cultural en el Caribe, donde según la poeta Nancy Morejón, Premio Nacional de Literatura de nuestro país, se constituyó en el evento cultural más importante del Coloquio.
El público cubano conoce a esta autora prolija de producción artística, Premio Nacional de Teatro de su país en 1997 con su obra Wish-ky Sour, pieza vista en escenarios habaneros hace varios años. Vino ahora a La Habana acompañada de la actriz Ruth Emeterio, egresada de la Escuela Nacional de Teatro de Santo Domingo, quien encarna al personaje central, Andrea Evangelina, y del actor Santiago Alonso, egresado también del mismo centro docente y miembro de su claustro de profesores. En el caso de Alonso, es el intérprete de los roles del poeta (Rafael Deligne), del Obispo Rector de la Universidad de Santo Domingo, del torturador y policía trujillista.
La extraordinaria actriz Ruth Emeterio también desempeña múltiples roles en las diversas representaciones de facetas en la vida de la Dra. Evangelina, las cuales se inician con ella como una niña vendedora de gofio, que combinaba el oficio con los estudios y el juego; como estudiante en la Universidad de Santo Domingo; como estudiante en la Sorbona y finalmente como Peregrina del Este, denunciando la dictadura de Trujllo tanto en español como en francés.
¿Quién fue Andrea Evangelina Rodríguez? ¿Qué significó para el pueblo dominicano y en particular para la mujer dominicana? Son preguntas que se agolpan en la mente del público sorprendido tanto por la hondura de los textos de la obra, de su dramaturgia y producción, como por la versatilidad de la actuación de Ruth Emeterio y Santiago Alonso.
La Dra. Andrea Evangelina Rodríguez fue víctima de total discriminación por ser mujer, negra y pobre. Oriunda de San Pedro de Macorís vendió gofio en la calle para sobrevivir y estudiar. Así transcurren las primeras escenas. Con mucho tesón y enfrentando humillaciones llegó a graduarse en Medicina y realizar un posgrado en Francia con tales resultados que el Dr. Jean Faure, pionero en temas de planificación familiar, la convirtió en su asistente. Asimismo, tendrá iniciativas en tierras dominicanas para introducir la educación sexual, fundar los bancos de leche para mujeres pobres y ofrecer tratamiento humano a otros sectores marginados de su tiempo, entre ellos las trabajadoras sexuales, algo que escandalizó a la clase médica de su tiempo, la Iglesia y al Trujillismo.
La obra va subiendo su atmósfera dramática, a veces al punto del patetismo, por los obstáculos que encuentra Andrea Evangelina en su camino y que enfrenta decididamente. Por ocho años le retienen el expediente universitario, (porque el Obispo Rector había declarado que bajo su dirección ningún negro o negra se graduaría, estigma que compartió con el eminente Dr. Heriberto Pieters), lo que dilata cruelmente su graduación.
En el clímax de las escenas finales, esta mujer alienada por las circunstancias que le imponen sufre la tortura de los sicarios de Trujillo, pero desde lo más íntimo de su ser emerge la condena a esa tiranía y a la tiranía que sufre la mujer en esa sociedad. Deambulando, con una virgen de la Altagracia en la cabeza, su paso por bateyes y ciudades del Este, es el grito de rebeldía con el que cierra la obra, en la que se han cruzado melodías de Edith Piaf, “Rien de Rien”, artista francesa surgida también de la extrema pobreza, y versos del poeta martiniqueño Aimé Césaire (co-fundador del Movimiento de la Negritud en Francia, cuyo Centenario coincidió con la puesta en escena de la obra en República Dominicana, un 25 de noviembre, como tenía que ser); y su Cuaderno de Retorno al País Natal, poemario que es piedra angular de los pueblos del Caribe, voz de los pueblos del Caribe.
La propia autora refiere que esta pieza es un sentido homenaje de la dominicanidad al poeta Cesaire y a una de sus más emblemáticas y poco difundidas mujeres, labor de ninguneo de las clases dominantes de los y las grandes luchadores de la nación hermana, que la autora subvierte con su amorosa y poética labor de rescate. Cuba y el Caribe saludan este logro humano y artístico.
Pocas veces un espectáculo teatral logra abarrotar la Sala Che Guevara, la cual aloja a ochocientas personas. Sala multiuso, ambientarla para una obra de teatro, con recursos mínimos fue un extraordinario logro. Ello implicó un manejo Brechtiano del drama ya que el actor y la actriz realizaban todas sus transformaciones en el escenario, el cual también se ubicó dentro del público, dada la falta de tarima y de asientos escalonados, ganando la obra en intensidad e intimidad.
Para la realización de montaje, la dramaturga Vicioso se asistió del también dominicano Cándido Abad, eficientísimo asistente de dirección, a quien vimos en acción antes del inicio de la obra, distribuyendo los programas conjuntamente con los gofios (un ejercicio de nostalgia en una Habana que hace décadas no come ese dulce de nuestra infancia), en una sala previamente inundada con el olor de maíz tostado con azúcar parda.
Profesores de literatura y teatro de la Universidad de La Habana, asistieron con sus estudiantes a esta puesta, así como connotados y connotadas africanistas, y miembros de las delegaciones del Caribe, a quienes la autora explicó en inglés la trama, algo que resultó innecesario, dado el intenso grado de manejo corporal e interpretación del actor y la actriz, quienes en sublimes momentos del montaje hicieron de su paso por el escenario una danza, donde ondeaba la sangre en un inmenso telar rojo.
Conmovidos, todos compartimos con Chiqui Vicioso las lágrimas de su elenco, el de un público conocedor que intenta dominarlas, pero que esta ocasión no pudo, hermanándose.
La doctora Yolanda Ricardo es especialista en Literatura y Filología, profesora emérita de la Universidad de La Habana y exdirectora del Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias de La Habana, Cuba.