POR MU-KIEN ADRIANA SANG
Estaban en el calor de la lucha antitrujillista. El Movimiento 14 de Junio se había estructurado y trabajaba afanosamente, junto a otras agrupaciones para socavar el régimen del tirano. Fueron denunciados. Los principales dirigentes fueron cayendo uno a uno. Minerva y María Teresa, sufrieron en carne viva las calamidades de la cárcel.
Lograron salir por las presiones de la OEA. Pero sus esposos no sólo seguían encarcelados, sino que el plan macabro del tirano tenía previsto trasladarlos a Puerto Plata. ¿Para atemorizarlas? ¿Para hacerlas hacer aquel largo viaje y asesinarlas? ¡Quien sabe lo que pudo haber pasado por esa mente que sólo concebía el mal! Pero el temor no iba a detenerlas. Decidieron hacer el viaje. Patria quiso acompañarlas. Rufino de La Cruz, chofer de un amigo de la familia, se sumó a la expedición con la conciencia de los riesgos que asumía. Fueron. Llegaron. Charlaron con los muchachos por mucho tiempo. Al atardecer, tomaron el camino del no regreso. Fueron interceptados en un lugar solitario del camino. Los asesinos dijeron llamarse agentes del Servicio Militar de Inteligencia. Fueron conducidas a un cañaveral próximo. Allí sufrieron las más crueles torturas. Cubiertas de sangre, destrozadas a golpes, estranguladas, fueron puestas nuevamente en el vehículo en el que viajaban y arrojadas a un precipicio. ¡Querían simular un accidente! ¡Qué ironía! Nadie creyó la historia del accidente. Murieron, sí, pero con sus muertes se precipitó finalmente la caída de Trujillo. Murieron, sí, pero se convirtieron en mito. Murieron sí, y hoy constituyen estímulos permanentes para la lucha de las mujeres.
Y así ha sido. Desde siempre sus nombres han tronado por todas partes en el grito colectivo de la libertad. En 1981, 21 años después del atroz crimen, un grupo de valientes mujeres asumieron el 25 de noviembre como el día símbolo de la lucha contra la violencia. La idea se expandió rápidamente por América Latina. Sus caras iluminaron cientos, miles de pancartas para simbolizar la lucha.. Gracias a esta iniciativa, que caló tan profundamente, el 17 de diciembre de 1999, registrada en la resolución 54/134, la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró el 25 de noviembre como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.
Hace dos días, el jueves pasado, volvimos a recordar este horrendo hecho. La prensa se hizo eco del acontecimiento y la triste celebración. Las mujeres del mundo volvimos a enarbolar, a gritar al mundo que todavía existen niveles inaceptables de violencia. Escribo estas palabras y pienso en esas pobres mujeres afganas, que todavía no han encontrado su espacio social. Pienso en las mujeres que son aporreadas, lapidadas públicamente por sus propios hermanos de sangre y vida. Pienso en las mujeres chinas que trabajan horas largas en lugares inhóspitos por salarios miserables. En las chinas que fueron educadas solo para ser soporte silente de la vida de sus amantes y esposos. Pienso en las mujeres japonesas. Inconcebible aún que en un país con niveles económicos y científicos tan elevados, existan mujeres criadas y concebidas para servir a los hombres en condiciones casi de esclavas.
Pero, y aún es pero, pienso y siento en las mujeres de nuestra pequeña y herida tierra. Con leyes que nos protegen, con esfuerzos encomiables de grupos de mujeres comprometidas, aún existen niveles de violencia que golpean insistentemente la conciencia. Cada año cientos de mujeres dominicanas mueren asesinadas por golpes y heridas propiciadas por hombres-machos que no reconocen el sentido del respeto, de la igualdad de género, de que las mujeres somos entes independientes con nuestras propias vivencias y nuestras propias angustias y nuestros propios sueños.
Y lloro hoy también por las mujeres que no son víctimas de la violencia, pero son víctimas de este sistema desigual, y, en su afán de subir a cualquier precio, venden su cuerpo, su conciencia, su auto estima y su propia vida. Cabezas repletas de basura, no pueden, no son, ni serán nunca, mujeres en la más sincera, profunda y amplia extensión de las palabras, a menos que se produzca en ellas un renacer sincero. . A estas mujeres, huecas, vendedoras de su cuerpo, a las africanas que son lapidadas, como a las afganas que tienen que ocultar sus cuerpos en calientes y vergonzantes ropajes medievales, van hoy estas palabras.
Que el ejemplo de esas tres mariposas eternas y universales como Patria, Minerva y María Teresa nos sirva de inspiración. Que no tenga que escribir el próximo año el triste relato de que nuevas dominicanas han sido víctimas de las inexplicables, condenables violencias intra familiar. Que así sea. Amén.
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