Cuando en 1942 comenzó el desayuno escolar, su valor era cubierto por la población. Existía una especie de campaña para que el público donase un centavo para comprar las raciones servidas a los escolares. Los principales alimentos servidos se adquirían en las localidades en que se implantó el programa. Algunos componentes, como mantequilla o embutidos, de fabricación local, podían ser provistos por colmados o almacenes de la localidad. Una bebida, que comenzó a servirse hacia finales del decenio, era fabricada en la capital de la República. Era el chocolate Trópico.
La empresa que lo fabricaba era propiedad de Rafael L. Trujillo Molina. Los camiones repartidores de la industria lo llevaban a todo el país. La producción incluía refrescos carbonatados de guayaba, granada, mango y otras frutas cultivadas en el país. También embotellaron bebidas tradicionales como naranja y frambuesa. El chocolate, sin embargo, representativo de la marca, constituyó la bebida de mayor venta para la fábrica. Por supuesto, debido al desayuno escolar.
La mezcla resultaba de otros productos industrializados, incluyendo el chocolate Luperón y la leche de la Industrial Lechera. Esta última pasteurizadota era, también, propiedad de Trujillo y procesaba leche proveniente de los hatos de la Hacienda Fundación.
Un informe mensual del manejo de este programa tenía dos destinatarios principales. Y otros tantos redactores. Tengo copias de estos informes, suministrados por los inspectores escolares. Al margen de esta información institucional estaban obligados a proveer noticias del mismo, los presidentes de la junta municipal del Partido Dominicano. No pocas veces, los gobernadores provinciales se creyeron en la obligación de transmitir su propia visión del desempeño de sus coterráneos al recaudar y gastar los magros recursos.
Por supuesto, si alguien se intoxicó, nadie lo supo. Eran aquellos días, días inapropiados a la divulgación de ocurrencias tales. De suscitarse inconvenientes, empero, el servicio de salud actuaba con presteza. Con tanta, que los escolares, de centros públicos y privados, éramos vacunados contra males que entonces fueron erradicados y en tiempos modernos han retornado. La tuberculosis, para citar un ejemplo, era combatida con la vacuna BCG y con la obligación de los escolares desde el octavo en adelante, de hacerse tomar una radiografía.
Sujetos los funcionarios que intervenían en la preparación del desayuno al acecho de sus vecinos, dudo que jugasen con los componentes de estas raciones. No pienso que el chocolate cayese mal a los consumidores, pues era una bebida homogenizada de rápida salida en el mercado. Los colmados pedían este refresco en grandes cantidades, pues las gentes lo aprovechaban como fuente de nutrientes indispensables para la salud.
Por supuesto, esta experiencia de los años de los decenios de 1940 y 1950 no es repetible. Pero debe estudiarse con calma, más allá de los intereses de suplidores y otros intermediarios. Porque ese desayuno lo pagaba el pueblo. Y la gente estaba pendiente de lo que se gastaba.