Los testimonios sobre maltratos dados por dos menores que el 11 de este mes resultaron heridos durante un motín en el Centro de Corrección Najayo Menores, y que inclusive expresaron temor por sus vidas, obligan a cuestionar la calidad de la supervisión del trabajo que hace el personal especializado de custodia en ese recinto.
Los jóvenes han hecho señalamientos específicos de al menos un Agente de Tratamiento y Vigilancia Penitenciaria, conocidos por las siglas VTP, y las circunstancias en que se producirían los actos de maltrato.
Debido al hecho de que no es la primera vez que en Najayo Menores se producen situaciones de esta catadura, entendemos que no sólo hay que moderar las conductas de los denominados VTP, sino fundamentalmente establecer medios de supervisión que permitan detectar a tiempo estas ocurrencias.
A mediados del año pasado este periódico hizo revelaciones y publicó fotografías de jóvenes sometidos a vejámenes y torturas por parte del personal de custodia de ese mismo recinto.
Este diario publicó el caso de un joven que quedó parapléjico por causa de un cartuchazo en la espalda que le fuera disparado cuando ya había sido sometido a la obediencia.
Para entonces se dispuso una investigación, se elaboró un informe y se hizo bastante ruido. Sin embargo, no conocemos que alguien haya sido sancionado como corresponde, como responsable del maltrato.
Probablemente la impunidad del caso anterior ha dado origen al trato que están denunciando dos menores que sienten sus vidas amenazadas en posible represalia por sus denuncias.
Aspiramos a que no vuelva a caer un manto de impunidad sobre estos actos de reincidencia en salvajismo, nada menos que de parte de un personal especializado en el manejo de reclusos. Aspiramos a que esta vez haya justicia.
Profanación
La incursión de delincuentes que sustrajeron pertenencias de la iglesia San Mauricio Mártir, de Los Jardines del Norte, podría encajar como un acto más del raterismo vulgar a que hemos estado sometidos desde hace tiempo.
Quizás esta agresión no tenga relación alguna con el hecho de que el párroco de ese templo fue uno de varios que el Viernes Santo tuvieron a su cargo el Sermón de las Siete Palabra. Y quizás sí.
Pero lo cierto es que el mensaje de irrespeto que contiene este acto obliga a tipificarlo como una profanación vulgar y grosera, no sólo en perjuicio de una denominación religiosa, sino del derecho a la tranquilidad y el respeto que merece la sociedad dominicana.
Son los actos de este tipo, frente a la sorprendente benignidad de la Justicia, lo que mantiene desconcertada a una sociedad que merece un mejor ambiente de vida, un poco más de respeto y tranquilidad.
A estos actos hay que ponerles un freno, y pronto.