Hostos bajo el gobierno provisional de Gregorio Luperón, su amigo y apoyo, llegó a Santo Domingo proponiendo crear un nuevo sistema de educación. Arribó dispuesto a formar mentes y almas en una escuela que forjaría hombres y mujeres para la humanidad, no que solo enseñara a vivir de lo aprendido. Y tal como nos informa Juan Bosch en su libro “El Sembrador”, Hostos inició esta gran obra el 14 de febrero de 1880 cuando fundó la Escuela Normal.
En el Instituto Profesional abrió cátedras de derecho. Por otro lado, en Chile fundó el Instituto Pedagógico y dirigió el Liceo de Chillan donde dictó conferencias dirigidas a la educación científica de la mujer. Fundó escuelas para padres, la escuela nocturna para la clase obrera y diseñó planes de estudios que incluían la música y el canto. En nuestro país la admirada Salomé Ureña de Henríquez lo acompañó haciendo realidad el gran sueño de Hostos en compañía de Francisco y Federico Henríquez y Carvajal.
Para Hostos la educación era un verdadero arte a través del cual se desarrolla la razón; se propicia el respeto hacia la persona del estudiante y sus conocimientos previos; se estimula la observación y el análisis, y se abogaba por el derecho del niño de buscar la verdad por sí mismo. Aborrecía el uso de la memorización mecánica. Creía en la actividad, la práctica y el sistema de intuir para inducir, inducir para deducir y deducir para sistematizar. Diseñó planes de estudios reformadores orientados al desarrollo de la razón.
El educador pensaba que la educación debía llevar a la liberación del individuo como ente y como ser social. Creía firmemente que el ser humano educado en este sistema sería capaz de liberar a los pueblos del colonialismo. Su filosofía educativa se basaba en valores morales, deberes y derechos y estaba enfocada en el proceso de “atender para entender” y es que sin atención ni concentración no hay aprendizaje posible.
Estaba convencido que nada era más importante para el desarrollo de un pueblo que su educación. Su filosofía educativa tenía como objetivo moral el desarrollo de la conciencia del individuo. Eugenio María de Hostos, además, se adelantó al “movimiento de liberación de la mujer” y luchó por su educación para que pudiera integrarse a la sociedad. Ya en 1873, desde Chile, en su famoso escrito sobre “La educación científica de la mujer”, propone un programa de estudios para la formación integral de la mujer, una reforma educativa orientada a la emancipación personal y colectiva.
Esta filosofía nos muestra la educación como el principal factor de la evolución del ser. Según Hostos, la educación es una de las funciones sociales más importantes y asegura que la falta de la misma produciría un estancamiento social, ya que por medio de esta es que el hombre y la cultura evolucionan al adquirir niveles cada vez más altos de racionalidad. Hostos estipuló bajo su filosofía la separación de la iglesia; esto así, considerando que en el siglo XIX la Iglesia y el Estado eran aliados ideológicos en el control de las colonias. Su actitud es fácil de entender si recordamos que Hostos buscaba liberar las colonias americanas.
Al caer la soberanía española en Puerto Rico, apresurada por la invasión norteamericana, Hostos regresó a su patria bajo el temor de que su país de nuevo se convirtiera en colonia y con el propósito de fundar un movimiento político-educativo: la Liga de los Patriotas. En 1900, desilusionado con la nueva situación colonial en Puerto Rico, partió para Santo Domingo, donde continuó ocupando cargos de gran prestigio.
Hoy, estando de luto por su partida en 1903, celebramos la vida de un hombre que con su trabajo, perseverancia y fuerza impactó el espíritu antillano. Terminemos este recorrido citando un fragmento de “La tumba de Segundo Ruiz Belvis” para que jamás olvidemos la entrega de este hombre que hizo de su vida una misión: primero, por la libertad antillana y segundo, por la libertad individual que da la educación integral del tipo hostosiana:
“Estoy solo con mi idea dominante. Ella es la que me sostiene en mis postraciones, la que me empuja hacia delante, la que apaga en su fuego inextinguible mis lágrimas secretas, la que me hace superior a la soledad, a la tristeza, a la pobreza, a las calumnias, a las emulaciones, al desdén y al olvido de los míos, al rencor y a los insultos de nuestros enemigos. Ella es mi patria, mi familia, mi desposada, mi único amigo, mi único auxiliar, mi único amparo, mi fe, mi esperanza, mi amor, mi fortaleza. Ella es la que me señala en Puerto Rico mi deber; la que me indica en Cuba mi estímulo, la que me muestra la gran patria del porvenir en toda la América Latina…”. (Obras Completas, XIV, 7).