En sociedades como la dominicana, en la que históricamente la mayoría de sus líderes políticos, empresariales, sociales, religiosos y profesionales siempre han pensado, decidido y actuado a partir de una actitud conservadora, las empresas e instituciones tienden a implementar y a justificar, como parte de sus estrategias generales de gestión, la inamovilidad de su personal directivo, ejecutivo, gerencial y de apoyo.
Emplear la inamovilidad como estrategia maliciosa para controlar el curso de los acontecimientos y mantener el poder como sea posible, representa una de las principales barreras para construir climas productivos, competitivos, sanos y creativos.
Por su naturaleza, la inamovilidad es contrarrevolucionaria, limita el cambio, obstaculiza la innovación y marchita la movilidad. En ocasiones, la inamovilidad se emplea como recurso mediático para perjudicar y favorecer. La inamovilidad negativa es una fuerza que restringe el cambio en todos los escenarios: Social, político, económico, empresarial, laboral, profesional, gremial, etc.
A diferencia de la inamovilidad perversa y mal intencionada, la movilidad planificada, consciente y racional es un medio que ayuda a las sociedades, a las empresas y a las instituciones a impulsar procesos inteligentes de cambios, mediante los cuales sea posible alinear y aprovechar los talentos de las personas y ponerlos al servicio del bienestar colectivo.
En República Dominicana, son muchas las personas y organizaciones que emplean la inamovilidad como excusa para justificar “valores”, “leyes”, “procedimientos”, “normas, “ideas”, “estructuras”, “procesos” y hasta llegan a fingir posiciones y actuaciones públicas, con el único propósito de mantener estático el estado de cosas que les posibilitan continuar viviendo en su zona de confort y disfrutando de privilegios que perjudican a otros.