“Lo mejor es estar compenetrado con las situaciones extremas que uno pueda enfrentar, es decir, con la muerte, eso permite que las salidas intermedias no te asusten. Yo era un hombre muerto y se acabó”.
Luis Gómez Pérez conspiraba y luchaba animado por esa convicción. Cuando se lo llevaron preso a las tres de la madrugada se dijo: “Muere contento contigo mismo. Lo negativo es que te desconciertes en medio de las torturas porque entonces no podrás reflexionar”. Esa actitud ayuda a evitar morir porque “desconcierta al enemigo”, razona.
El eterno insurrecto revela este personal proceder al narrar su paso por “La 40” después que cayeron presos Manolo Tavárez Justo, Pipe Faxas y Leandro Guzmán tras ser develada la reunión de Guayacanes donde se dio carácter nacional al 14 de Junio.
Luis vivía con su tía María Ramona Pérez Peña (Mocha) en la calle Cambronal 14 y el 13 de enero de 1960 agentes del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) lo sacaron de la vivienda en ropa interior. En la ergástula encontró a sus compañeros, incluido Miguel Lama Mitre en el área donde estaba la silla eléctrica. Lama estaba siendo interrogado.
En prisión, Gómez demostró indiscutible valor, fue imperturbable ante la crueldad, sereno a pesar del salvajismo de los sicarios trujillistas. Cuando lo ponían en el llamado “Coliseo” sus verdugos eran los que vociferaban: “¡Coño, este hombre no grita!”. Pero eran ellos los que estaban gritando, comenta. “A mí no me podía hacer gritar un calié de Trujillo, no me podían rendir”, declara.
Confiesa que las lecturas de Friedrich Nietzsche le ayudaron en esos momentos y cita “la idea del hombre superior”, situación en la que él se encontraba respecto a los torturadores.
Estuvo en desacuerdo con la consigna de que mientras más cayeran era mejor “para evitar que mataran a los que habíamos caído porque eso hizo que apresaran a mucha gente que no estaba implicada ni sabía qué hacer ni qué decir y dejó en el ambiente una idea de superficialidad del 14 de Junio que no se compadecía con la realidad”.
“Nosotros éramos revolucionarios, teníamos la obligación de matar a Trujillo, hacíamos y poníamos bombas pero no éramos terroristas, tampoco criminales porque ninguno quería la guerra por la guerra, amábamos nuestro pueblo, queríamos la paz, pero para salir de Trujillo había que hacer la guerra y por eso nos preparamos y estudiamos la experiencia mexicana, Los diez días que estremecieron al mundo, etc.”.
Podían tener una vida digna con sus profesiones pero para ellos lo fundamental era hacer la revolución, transformar el país, “aniquilar al dictador”.
En La 40. “Yo le marcho a la realidad y lo inevitable lo disfruto aunque sea amargo”, exclama Luis, que no solo aplicó esta particular filosofía a su encierro lleno de crueldades sino a situaciones adversas del presente.
“Me pusieron a un lado en la silla eléctrica y cuando terminaron con Miguel me entraron con el chucho sin preguntarme nada, me dieron dos chuchazos y te puedo asegurar que no los sentí. Cuando estás sobrepuesto a una situación el organismo la trasciende”, explica. Esos foetazos los aplicaban para “ablandar”.
Le preguntaron si estuvo en la reunión de Mao, dijo que no, le repitieron los chuchazos y Manolo Tavárez, que estaba presente le aconsejó: “No te dejes matar, ya yo dije eso”.
Pero Luis acotó: “Esa reunión no fue en Mao, fue en Guayacanes”. Es un dato que él ha aclarado en condiciones menos tensas.
-Usted si va a sufrir, usted priva en estoico, le dijo el torturador. Pero “el cerebro mío estaba concentrado en lo que venía, que era una cosa más grande: la silla eléctrica”.
Habla de las interminables bofetadas, las órdenes, lo que le obligaban a escribir. En una ocasión lo llevaron al patio y vio a Leandro y a Radhamés Trujillo. Leandro le manifestó que el hijo del sátrapa quería averiguar si Luis sabía “de las armas que se trajeron de Ocoa”.
“Y yo me le cuadré: “¡Mire coño! ¿Por qué usted cree que yo sé de esas armas?”. “Pensé que tú sabías”, significó Guzmán y devolvieron a Gómez a su celda.
En otra oportunidad “las pagué todas”, refiere, debido a que después de dos sonoros manotazos en los oídos lo llevaron frente a Johnny Abbes con esta presentación: “Coronel, ese es el que no grita”.
-Siéntamelo ahí, deja ver, respondió Abbes. Lo ataron a la silla eléctrica y el tenebroso jefe del SIM le preguntó dónde estaba el Centro de Dirección de Mujeres. (Funcionaba en la Pina 38, la casa de Yolanda Bloyse -Yoyoita- donde llevaban a Luis informes de todo el país, canalizados desde el seminario por el sacerdote “Monchú” y el seminarista “Papilín”. Entre los demás informantes estaban Fiordaliza Gómez, Federico Jiménez, Delta Soto…).
Luis contestó a Johnny Abbes con una interrogante: “¿Cómo?”. Él le repitió la pregunta, Luis dijo que no tenía idea y Abbes respondió: “¡Usted está por engañarme!”. “Yo no sé”, siguió Luis y Abbes manifestó: “Pero esos dos amigos dicen que usted es el responsable. Un compañero recomendó a Luis reconocerlo y este reaccionó: “¿Que reconozca qué? ¡Usted está muy equivocado!”. Y entonces le aumentaron corriente.
El jefe del SIM le espetó: “¿Usted sabe quién le mandó esa silla eléctrica a Trujillo? Nikita Khrushchev, pa’ que un mierda como usted no quiera hablar”. Le dijo que sabía todo mientras el verdugo le subía la corriente. Luis pasó un rato largo sin reponerse de esa gran tortura. Estuvo tres meses sin que le pasara agua por la garganta, sentía gran dolor y sufría persistente tos.
“Es verdad que este maldito no grita”, se convenció Abbes y Américo Dante Minervino, que le había dado los primeros golpes, lo desconectó y le dijo: “Los hombres serios pierden, a ustedes les tocó las de perder”.
Luis recibió pelas en las orgías, con trozos de bambú. Las heces fecales llenaron la prisión, muchos daban alaridos de espanto. “Era un cuadro dantesco, una cosa única. Todos amarrados. El general Tunti Sánchez le dio una pela de esas a Víctor Gómez y a César Batista, empleados de la CDA”, miembros del 14 de Junio conquistados por Ilander Selig. A Luis le mandó a golpear, además, Candito Torres, dos hombres se encargaron del combatiente.
Luego de una golpiza el general Gómez fue trasladado a La Victoria y lo introdujeron en una celda, desnudo, junto a 18 personas. A veces debían dormir de pie. “Fue una experiencia muy triste porque algunos compañeros enfermos no encontraban cómo respirar”. Entre estos estaban José Frank Tapia Cunillera, Papi Viñas, Abelardo Marchena, Rafael Francisco Bonnelly Valverde, Andrés Lora Pérez, Juan Germán Arias, Pérez Testal y otros.
Destaca la solidaridad de Minerva Mirabal, presa en una solitaria vecina y el apoyo de Rafael Augusto Sánchez (Papito) “que desde el primer día nos orientó acerca de lo que era ese infierno y lo hizo más llevadero”.