JOSÉ MÁRMOL
Y la trayectoria de una pasión

<P><STRONG>JOSÉ MÁRMOL <BR>Y la trayectoria de una pasión</STRONG> </P>

Creo en la idea de que la literatura es un diálogo y un encuentro con los otros y  con nosotros mismos. Un diálogo que ilumina y funda al ser a través de la palabra. La palabra que posibilita el diálogo, real o imaginario, entre los seres humanos.

“Al propio José Mármol (Santo Domingo, 1960), agudo pensador, excelso poeta y conversador de los de mayor fruición por las ideas y las palabras, así como tremenda exquisitez y brillante agudeza, le gusta repetir aquella expresión de Goethe que reduce el sentido  de la literatura al pretexto para la sustentación,  de un diálogo entretenido y fértil, una conversación sin más.

“Escribir acerca de José Mármol es momento oportuno para expresar mi interés y admiración por la inmensa vocación y la fructífera trayectoria de un escritor, por demás, entrañable amigo, que, como muy pocos en nuestro ámbito cultural, asumió la literatura, desde un principio, en una perspectiva hondamente vital, irrefutablemente existencial, de trascendente valor humano y con una seriedad abrumadora, radical, sin ninguna suerte de ambages ante la  preeminencia del lenguaje en el oficio de escribir.

“Nos conocimos en 1980. Eran los inicios del Taller Literario ‘César Vallejo’, fundado en mitad de 1979 por el poeta Mateo Morrison, director de la  entonces  Extensión Cultural de la UASD. Ambos empezamos la carrera de Ciencias Jurídicas y, por fortuna o por desgracia, nadie lo sabrá jamás, ambos decidimos cambiar de carrera: él optó por estudiar Filosofía y yo opté por la carrera de Letras, habiéndonos graduado ambos unos años después en la Facultad de Humanidades de esa misma universidad. Eran tiempos difíciles, llenos de privaciones, pero, también de optimismo, resistencia y unas intensas ganas por vivir la vida a como diera lugar y exprimirla con entusiasmo delirante en la duración de una noche o en la génesis simbólica de un poema, un ensayo, un artículo crítico de ocasión.

  “Leíamos, escudriñábamos, esbozábamos nuevas teorías acerca de lo canonizado, derruíamos  las bases de lo consabido y cuestionábamos con juvenil impiedad, pero en forma responsable y sesuda, la doxa y la presunción cientificista de múltiples y cambiantes teorías de lo literario sustentados por las generaciones poéticas o literaturas precedentes de allende los mares y del patio. En ese ambiente, a veces muy insolidario y severamente cáustico desde el punto de vista social y humano, minado por figuras egolátricas, que salvo valiosísimas excepciones, miraban a la muchachada  esteticista de soslayo y la juzgaban con desprecio apodíctico”; en ese ambiente, el mismo que, paradójicamente, acrisoló la idea de lo colectivo como destino de la historia, del apetito por compartir lo poco que se poseía y lo mucho que se leía; en este ambiente de las utopías en mangas de camisa y la clandestinidad contra la intolerancia rapaz del poder fáctico, en este contexto y en su tiempo descubrí el singular valor humano de este querido amigo (es preciso resaltar, aquí, la labor social y comunitaria que desde los años noventa  nuestro querido Jochi ha venido realizando desde el Banco Popular, como vicepresidente ejecutivo de  Relaciones Públicas y Comunicación, y personalmente, apoyando económica y moralmente a todos nosotros, amigos y relacionados, y  a cualquier alma abandonada por la dicha o la fortuna); y, también, decía,  el profundo e inquebrantable amor por la literatura que todavía hoy caracterizan a José Mármol.

 De igual modo, pude descubrir  su generosidad y   apoyo a los poetas de nuestra generación. Generación ochentista que él  mismo bautizó, delineando sus principios teóricos, y que  él mismo, a partir de esos años, empezó a liderar.

Es propicio recordar, también, la intensa labor artística y cultural que José Mármol desarrolló durante los años ochenta, como coordinador del Taller Literario “César Vallejo”, de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), y luego como director del Círculo Literario del Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC), entre los años 1980 y 1990. Durante esos años, Jochi y yo tuvimos la oportunidad de ir formando, por todo el país, numerosos talleres y círculos literarios que hoy ofrecen a la sociedad poética dominicana sus mejores y más sólidos talentos. De ahí que su dedicación y entrega a este singular oficio, el cual ha sabido asumir, desde muy joven, con una pasión y lucidez inalterables, rindan hoy sus mejores frutos.

Una cualidad que retrata  lo esencial del poeta, filósofo y crítico que hoy nos congrega es su elevado sentido del pensar y el preponderante papel que ese espíritu insaciablemente curioso y reflexivo ha desempeñado en el decurso de nuestras letras nacionales.

Durante los últimos treinta años, José Mármol ha venido desarrollando una intensa labor artística y literaria, que abarca la poesía, el ensayo, el aforismo y el fragmentarismo breve y reflexivo. Lo mejor de esta poética, parte, precisamente, de estas  reflexiones.

Poesía inteligente, sino simplemente intelectual. Lo abstracto en ella (como cuando se habla de pintura) está lejos de todo simbolismo conceptual.

Se trata, más bien, de la concentración de todo sentir que, por ello mismo, se convierte en una visión; esta  visión busca transparentar lo visible. Es, también, por tanto, una forma de imaginación imposible. Además, es un modo de conocimiento interior, de auto-contemplación, espejo de sí mismo y del mundo.

Desde la publicación de su primer libro de poesía, “El ojo de arúspice”, en 1984, pasando por “Encuentro con las mismas otredades 1 y II”, “La invención del día”, con el que obtuvo el Premio Nacional de Poesía “Salomé Ureña”, en el año 1987, “Lengua de paraíso”, que fue galardonado con el Premio de Poesía Pedro Henríquez Ureña 1992, “Deus ex machina”, libro que recibió simultáneamente los premios Casa de Teatro 1994 y el Accésit del Premio Internacional “Eliseo Diego” 1994, de la revista “Plural”, perteneciente al diario “Excelsior” de México, “Criatura del aire”, publicado en 1999, hasta “Torrente sanguíneo”,  con el cual obtuvo, nuevamente, el Premio Nacional de Poesía “Salomé Ureña” 2007, incluyendo el más reciente libro “Lenguaje del mar”, publicado por la prestigiosa editorial española Visor, y  con el que obtuvo  el XII Premio Casa de América de Poesía Americana, José Mármol  llega a  resumir su visión del poema y la literatura como un espacio del pensamiento, y, asimismo, se consolida como uno de los poetas dominicanos más difundidos a nivel internacional, inaugurando con este acontecimiento sin precedentes en nuestro país, una nueva y promisoria etapa en su ya dilatada carrera literaria.

La poesía de  José Mármol bien puede ser la más intensa de su generación. Dotada de un vigoroso lirismo espiritual,  esta obra se define como la poética del pensar, que se explora y da cuenta de lo que encuentra o pierde pero, lo hace con una osadía formal pareja a la audacia de las emociones, una exaltación lírica hecha con un lenguaje transparente y sensual.

Si el lenguaje, por una parte, pierde su fundamentación, se convierte, por otra, en la fundamentación  de todo. En el pensamiento moderno —podría decirse—, el lenguaje sustituye a la verdad. De igual modo, en la poesía moderna, el lenguaje sustituye la realidad.

Tal situación central del lenguaje no conduce, como podía creerse, la confianza total de este autor. Al contrario, Mármol comienza su obra interrogándolo, reflexionando sobre su ‘poder o eficacia’. Por una parte, su objetivo es llevar al lenguaje a su máxima posibilidad expresiva; por la otra, el mismo Mármol tiene conciencia no sólo de la máxima imposibilidad de lograrlo, sino el equívoco que expresa que encierre la expresividad misma.

 En uno y otro caso, su actitud es crítica. En su búsqueda de una máxima posibilidad expresiva, lo que  Mármol intenta es crear otro lenguaje: una alquimia verbal o una magia evocadora y expresiva de la experiencia radical del ser.

 Es obvio que esta obra se nutre de un conocimiento erudito. Sólo que no el simple resultado de él. José Mármol sabe desdibujar y concentrar, sincretizar: por ello su lenguaje tiene la ambivalencia de lo inédito.  Misteriosa virtud esta de reavivar, en el vértigo de la escritura, los abundantes pliegues de una tradición poética y que, al mismo tiempo, vibre sobre ella el timbre de una voz propia. La búsqueda que Mármol ha emprendido de sus orígenes —el poético y vital— le ha acarreado la recompensa de la innovación, y el intercambio simbólico del comienzo de una nueva tradición.

 Es curiosa la lealtad de Mármol por unos registros tan congruentes con la tradición de la lírica dominicana moderna de arraigo paisajístico (desde los vacíos sertones fronterizos de Manuel Rueda a los trópicos negros de Manuel del Cabral) y a la vez, hoy tan apartados de una inmediatez que ha descartado la posibilidad del paraíso. Una vertiente de la generación nacida en las postrimerías abrileñas de posguerra (René del Risco Bermúdez, Alexis Gómez Rosa) se topa si acaso en las ciudades con pequeños paraísos de cascajo, paisajes diminutos cargados de revelaciones, perdidos entre los tristes tinacos y tendederos de las  ciudades monstruosas, siempre en presente, muchas veces con desgarros  de ironía. Mármol, por su parte, persiste, (sobre todo a partir de sus libros,“Premisas para morir.  Aforismos y fragmentos” (1999)  y “Maravilla y furor. Aforismos y fragmentos” (2007), y en sus ensayos críticos y filosóficos, “Ética del poeta”, “Cansancio del Trópico”, “Las pestes del lenguaje”, “El placer de lo nimio”, “La poética del pensar y la Generación de los Ochenta” (2007), “Defensa de la poesía: defensa de la vida” (2012), entre otros), en la navegación de una naturaleza que no es solamente metáfora del mundo o inventario del  edén, sino interlocutora viva de la realidad, sede elemental de pulsiones vitales con sus alegrías y tragedias, materia prima ante la que se pregunta “¿cómo podría permanecer impávido?”

 El suyo es un lenguaje no para guardar ideas, sino música como idea, capaz de extraer del tiempo mítico objetos secretos y revelaciones insospechadas. Una melodiosa materia verbal que concelebra con el lector, asediado por insistentes vocativos.  Una voz que es treno funeral, que salta a cosas suntuosas  para luego desbaratarlas en tono menor, murmullos apenas, pedacería disonante. Estos cambios de tono y volumen parecen adecuarse al hecho de que Mármol es un poeta que salta entre sus diferentes edades y en los personajes que lo observan en esas edades diferentes.

 Esta confesión nos revela que el erotismo no le es extraño al poeta, y que Mármol es muy sensible a su presencia, tanto como fantasía o  como carencia. De ahí la necesidad de compartir  flujos. Identidad pero no posesión, sabiduría pero no conocimiento. Lo que en Mármol es el goce del Otro  puede transfigurar lo material y lo inmaterial, lo concreto y lo virtual.

Se trata de escribir, como diría Braulio Arenas, “el nombre mágico que conciliará amor y vida, de una vez para siempre”. Para escribir ese “nombre mágico” nuestro autor no llega, sin embargo,  a violentar el lenguaje; le basta con  “trans-escribirlo”, transfigurarlo, metamorfosearlo.  Esta metamorfosis verbal, el lector percibe que corresponde a la metamorfosis del  amor mismo y así, desde tal perspectiva, su lectura se convierte a un tiempo en participación y distancia, en placer y lucidez.

“Me uno, pues, al júbilo de Soraya, Yasser y Alberto, esposa e hijos de José Mármol, por demás, cómplices de sus exploraciones creativas y filosóficas, así como al goce de todos aquellos que hemos tenido la suerte de compartir el paso por la vida con uno de los hombres que a mí, al menos, y me siento premiado con ello, me ha demostrado la utilidad dialógica, conversacional y amena de la literatura, yo que creí siempre en su inutilidad visceral; pero, que sobre todo, me ha dado a conocer el más fraterno y franco sentido de la amistad”.

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