Un hombre mínimamente decente asume una causa, asume una identidad, tiene una palabra, vive con un rostro, le teme a la historia y acepta unos límites. Pero vivimos bajo los símbolos del hedonismo, del relativismo ético, de la cultura de la prisa, y la vida light. Lo que significa una vida hacia la búsqueda del placer, el confort, la opulencia, no importa lo que hay que hacer, para llegar a obtenerlos. Sin embargo, lo pragmático es alcanzar lo tangible en el corto tiempo, al menor sacrificio, sin importar la fidelidad y, muchos menos, el compromiso.
Si existe alguien que ha sabido interpretar el circo y obtener beneficios, y una vida alejada de todo tipo de norma, se llama el tránsfuga. Literalmente, el tránsfuga es un sujeto con problemas viscerales en la fidelidad, el apego, los vínculos y el sentido de pertenencia. No vive atado a nada, no es leal a nadie, no se apega ni se vincula de forma duradera y, mucho menos, conquista la individualidad, ni pone distancia para asumir el diferenciarse del resto que vive sin consecuencia, sin límites y sin resaca moral.
Nada de eso, lo reconoce ni lo asume el tránsfuga. Más bien, el tránsfuga es un amante de los cambios, vive sin ideología, sin compromiso, es poco creyente. Su dios es lo tangible: dinero, poder, confort, riqueza, vanidad, y presencia como las celebridades del mundo mediático.
Para el tránsfuga no existe la palabra empeñada, el honor, la fidelidad del hombre noble o decente; el medio social, la vergüenza a la familia, o la referencia en lo público y lo privado. Nada de eso, el tránsfuga sabe mejor que cualquier actor, juega al cinismo, al drama y el teatro; es un verdadero histrión que alcanza la mitomanía para creerse sus justificaciones.
En la vida, en cada espacio, en cada accionar social, debuta el tránsfuga: en la política, en lo gremial, en lo social, etc. Las razones de esta epidemia de seres mezquinos, oportunistas como los parásitos, e infiel como el alacrán, se han reproducido en la vida partidaria, debido a que es el escenario ideal para lograr la movilidad socio económica más rápida, sin costo, sin riesgo, sin consecuencias y sin pérdidas económicas. Parece el mejor negocio, poca inversión, poco riesgo y, para el colmo, se paga por adelantado, en efectivo, y sin prueba alguna.
Cuando las sociedades imponían reglas y establecían límites, había que practicar la fidelidad, el compromiso, la lealtad, el valor, el honor y la decencia pública y privada, para ser valorado o asumido en la vida social, judicial, religiosa, política, etc. No se concebía un hombre sin palabra, sin rostro, sin vergüenza o sin historia y sin referencia. Pero las sociedades del mercado, del consumo, de la tecnología, de lo desechable, de lo sustituido y de lo relativo, nos ha impuesto ese modelo de comportamiento, de mentalidad y de personalidad: el tránsfuga, el camaleón, el hombre pragmático, esa nueva figura reproducida en la cotidianidad que ya lo asimilamos como normal.
Desde la psicología social, el transfuguismo es producto de una nueva identidad generalizada, de conductas y comportamientos que practican los grupos de tendencia hacia el pragmatismo social, donde la inclusión y el sumar grupos, sin importar la no homogenidad, sino los resultados, las ganancias, sin importar las consecuencias.
Posiblemente, el transfuguismo y los tránsfugas entren a la norma social, como comportamiento esperado, repetido y practicado que se perciba como normal, y no como una práctica indecente, corrupta o prostituta de la vida de un ser humano. Me preocupa que al tránsfuga algunos lo perciben y lo aceptan como “inteligentes”, “pragmáticos” y que saben sintonizar con el corazón del pueblo; se le cambio el corazón, la conciencia, y la dignidad social, todo expresado en la patología social dominicana.