Probablemente el embajador de Estados Unidos James Brewster jamás imaginó que el Presidente Danilo Medina respondería, personalmente, sus olímpicas declaraciones recientes ampliamente difundidas generalizando sobre la corrupción en el Estado Dominicano. Quizás el diplomático pensó que esas graves imputaciones serían ignoradas, como han ocurrido con otros tremendismos y tergiversaciones del representante estadounidense.
Medina, sencillamente, ha retado a Brewster para que señale casos de corrupción concretos, locales, porque –dice el mandatario- “hablar en términos genéricos siempre es peligroso”. E ironizó Danilo con la clasificación consuetudinaria de las agencias antidrogas norteamericanas –“que RD es un puente de drogas”-, comparando a los Estados Unidos “con una avenida de diez carriles” que recibe esa misma droga. Una respuesta obviamente sorprendente, pero que describe la irritación que causa la hipérbole de la DEA. Conviene preguntarse: ¿por qué han fracasado las autoridades norteamericanas, pues no han podido sacar a su país del primer ranking mundial de consumidores de estupefacientes y alucinógenos?
Danilo le pide a Brewster que especifique dónde están los escándalos de corrupción en el Estado Dominicano; ¿Cuál es la corrupción? Tal reto implica la profunda convicción del presidente Medina en el sentido de que la transparencia y la honestidad constituyen la plataforma de su administración en el manejo de los fondos públicos, y, por ende, cualquier hallazgo contrario es improbable.
Creo que la respuesta del presidente Medina a Brewster también aplica para la oposición y la sociedad civil, que sostienen una campaña permanente de descrédito contra Medina, boicoteando el diálogo, calificándole de corrupto y negando la pulcritud electoral con la cual retuvo el poder para un nuevo periodo.