Reapertura de la Sala Ramón Oviedo. El Ministerio de Cultura abrió sus puertas, luego de casi un año de pandemia, con magníficos autorretratos
La Sala de Arte Ramón Oviedo, en el Ministerio de Cultura, significa la referencia permanente a un artista dominicano excepcional en el centro mismo de las actividades culturales del país, donde se planifican y se programan, desde el sector público hacia la población dominicana.
Su nombre y su contenido son, hoy de nuevo, realidad y símbolo: recordamos que Ramón Oviedo había recomendado la apertura de una galería singular, ajena a cualquier concesión.
No cabe duda de que el Ministerio de Cultura precisaba un salón para presentar las exposiciones especiales que organiza.
La Sala de Arte Ramón Oviedo responde a esta necesidad, en primer lugar porque Oviedo se identifica con el arte y la cultura dominicana, llevados a su máximo nivel.
Situada en el acceso al edificio ministerial desde el “Malecón”, invita a entrar; a descubrir y disfrutar. Nos parece ejemplar que la ministra de Cultura haya escogido este sitial para la entrega de los Premios Nacionales de Artes Visuales. Era como si el alma de Ramón Oviedo, por cierto Premio Nacional 2013, hubiese presidido la ceremonia.
La Sala Ramón Oviedo consta de espacios acogedores y bien dispuestos, luego de una entrada que “inicia” al visitante e introduce el circuito. Sus dimensiones, moderadas, pero suficientes, favorecen exposiciones representativas y a la cima del arte nacional, histórico y/o contemporáneo. La primera muestra ilustra esa opción, a la vez privilegiada e incuestionable, con una individual casi “anunciada”: la selección de autorretratos de Ramón Oviedo.
Un héroe cultural Ramón Oviedo pertenece a una generación de artistas plásticos particularmente poderosa en su imagen, que, con excepción de algunos precursores sin par como Jaime Colson, han instalado la pintura dominicana en la modernidad. Además de su fuerza expresiva, se aprecia el compromiso de esa pléyade de pintores, por la época histórica en la cual han surgido.
Fueron los últimos años de la dictadura de Trujillo, la lucha por el retorno a la democracia, y especialmente la década del 1960 al 1970 –Oviedo fue un héroe cultural de la Revolución del 1965-. Jamás la pintura dominicana se reveló tan emotiva y social a la vez, siendo ya Ramón Oviedo uno de sus máximos exponentes.
Hay artistas que maduran toda la vida. Los que maduran aprovechan su pasado, enriquecen su experiencia con el presente, irrumpen hacia lo desconocido. Ramón Oviedo se inscribe entre los que han madurado, cada vez más sabios, cada vez más rigurosos, cada vez más audaces.
Él renegaba de la abstracción, pretendiendo que no le permitía expresar sus compromisos humanos e ideológicos. Algo casi inconcebible fue que se convirtió en el mayor pintor abstracto dominicano de la actualidad, últimamente inmerso en la introspección y su mundo interior.
El autorretrato y Ramón Oviedo. La práctica del autorretrato se pierde en los arcanos del tiempo y ha generado discusiones, interrogantes, dilemas, conjeturas. Ahora bien, ¿por qué razón un pintor se autorretrata? Las razones sobran.
La primera consiste en que, para un artista es el modelo siempre disponible, sin costo, sin problemas. Ramón Oviedo dio ese argumento, agregando que él era la persona a quien mejor conocía y más observaba. Y ponderó que además él recibía muchos encargos de su propia imagen, solicitada por los coleccionistas.
En el autorretrato interviene el reflejo de la memoria, que entonces aumenta la libertad de interpretación, llegando a la fantasía pura y la “de” o “re” formación voluntaria. Así son los de Ramón Oviedo, impactantes, colgados aquí, ¡para no mencionar una curiosa momia con espejuelos, de parecido inconfundible!
Oviedo no se idealiza ni busca los mejores ángulos que le rejuvenecerían. Todo lo contrario. En los retratos realistas, él acentúa los defectos naturales, los bolsones debajo de los ojos, las arrugas que surcan un rostro singular. La mirada dramática, subrayada o no por las gafas, escruta y penetra Ese énfasis despiadado nos recuerda a Rembrandt y su ruta por el avance de la edad, a través de autorretratos geniales e inclementes…
Un factor frecuente percibido en el autorretrato es el ego del autor impulsándole a llevar su persona a la creación plástica. Aparte de la satisfacción de multiplicar su propia imagen, cristaliza la condición humana en el retrato personal: el rostro del artista se convierte en memoria y testimonio de los demás.
Así Pablo Picasso, verdadero maniático del autorretrato desde la juventud hasta la senectud, se señala como paradigma de esa egolatría. Ramón Oviedo negaba, con vehemencia aun, esta característica que obviamente él consideraba desplazada y negativa, atribuyéndola a la frecuencia de sus autorretratos.
¡Habría materia a discusión, y, después de todo, lo importante se encuentra en el resultado, en la calidad de la obra! Para el espectador que recorre la Sala Ramón Oviedo, deslumbrado ante tantas versiones del Yo, solo cuenta la contundencia de la iconografía “oviediana”..
Unidad en la diversidad. Hay una sensación de unidad en la diversidad. Tres modalidades alternan, probando la reflexión y una interés constantemente renovado. La primera consiste en el autorretrato, motivo único de la obra y monumental por su proporción heroica en relación con el espacio de la tela.
Así, colocados uno frente al otro, nos miran los autorretratos en rojo – de estilo post-impresionista y pincelada divisionista- y en azul – óptimo ejemplo del expresionismo de Ramón Oviedo, sin olvidar aquel rostro magnificado y atravesado por la transparencia de un cuerpo femenino.
La segunda modalidad, estremecedora, apasionada, admirable por el virtuosismo del dibujo, insuperable en la distribución espacial y el tratamiento de la distancia, propone el retrato insertado en un contexto más amplio temáticamente, combinado con otras figuras. Corresponde mayormente al período de la crisis y angustias personales, empezando con el Gran Premio de la Bienal 1974.
El tercer enfoque, lo llamaríamos el retrato invisible. No está la cara de Ramón, pero el hombre se proyecta intensa y militantemente. El luchador sin rostro, que enfrenta la boca de los cañones es Ramón Oviedo. Indudablemente, este Guernica del maestro, emparentado con Pablo Picasso, no está en la sala Ramón Oviedo, pero su imagen estuvo recientemente en Bellas Artes.