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En las últimas décadas del pasado siglo 20, catedráticos, estudiantes y empleados administrativos de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y de otras instituciones de educación superior del país, fueron testigos y, algunos de ellos, actores de primera línea, en el debate sobre la educación superior, cuyo momento más dramático fue el Movimiento Renovador, el mismo que diera lugar a una profunda trasformación del tradicional modelo universitario vigente aquí desde los inicios de la mentada era de Trujillo. Eran tiempos en que los procesos de reforma universitaria estaban a la orden del día en la América española y en la región del Caribe. Esas décadas marcaron el paso de una enseñanza superior elitista a una enseñanza superior de masa.
Antes de la finalización del siglo 20, nos vimos enfrentados a una cadena de innovaciones y cambios tecnológicos que volvían obsoletos, con una gran facilidad, los procesos, los insumos, y las técnicas de producción, ya sea por ser anti económico, por mejor calidad, o por cambios inducidos en las preferencias de los consumidores. A partir de entonces, la gran preocupación de los hombres de empresas fue, y todavía lo sigue siendo, el prever cuál sería la evolución de su producto en el mercado frente a otras opciones no siempre conocidas. El conocer dónde se concentraban los mayores volúmenes de venta de un determinado producto dejó de preocuparles tanto. El mundo dejó de ser el mismo. Las universidades hubieron de enfrentar retos de trascendencia como el de la búsqueda de elementos que permitiera llegar a una dinámica concertación entre los distintos actores de la sociedad y a consensos globales sobre el futuro que guiara el desarrollo de la ciencia y la tecnología. Urgió el ampliar y consolidar los espacios de formación, investigación, innovación y circulación del conocimiento sin trabas y, ante todo, encontrar articulaciones pertinentes entre tales procesos y la vida económica, paso indispensable en el pretendido ordenamiento global.
Cuarenta años después, la educación superior está nuevamente en discusión. Pero, mientras en años anteriores casi nadie dudaba del papel clave de la educación superior en los esfuerzos conducentes al desarrollo económico y hasta se le atribuía a la misma el rol de motor principal del adelanto y la transformación social, el debate actual sobre ese tema se caracteriza por la existencia de toda una escuela de pensamiento, sustentada por algunas que otras agencias internacionales de financiamiento, que pone en tela de juicio la eficacia de la educación superior pública, cuestionando su rendimiento económico y social y la prioridad de las inversiones destinadas a ella.
Dos documentos sobre políticas de educación superior, uno de ellos por el Banco Mundial y el otro por la UNESCO, han sido ampliamente difundidos en todo el mundo universitario. Ambos examinan la situación y las perspectivas de la educación superior, haciendo énfasis sobre la calidad y pertinencia de esta. Pero, mientras el documento del Banco Mundial presenta a las universidades, especialmente las públicas, como parte de la problemática de la sociedad contemporánea, el informe de la UNESCO asume su análisis desde la perspectiva del aporte de las universidades a la solución de esa problemática.
Es decir, mientras los “rubitos” del Banco Mundial ven las universidades como parte del problema, los de la UNESCO lo ven como parte de la solución. Esos dos documentos parten de escalas de valores y concepciones distintas: el del Banco Mundial inspirado en una concepción economicista; y el de la UNESCO en una concepción humanista. Nosotros, los uasdianos, nos inclinamos en favor de este último.