Los políticos oficialistas, y de otros litorales, se están desgarrando las vestiduras con motivo del asesinato del regidor del PLD, en el Ayuntamiento de Bayaguana, Renato de Js. Castillo; mandado a matar por el alcalde de su propio partido Nelson Osvaldo Sosa Marte, según las investigaciones de la Policía Nacional. El asesinato de este regidor es el primer sicariato político propiamente dicho, y el nivel de alarma se corresponde con el máximo efluvio de degradación alcanzado en la sociedad dominicana.
Pero las sociedades son un sistema en el cual todos se relacionan. No hay una sola manifestación en el orden social que sea un hecho aislado. Es de esta interrelación sistémica que nace el valor de paradigma. Un paradigma es un modelo, algo ejemplar, imitable. Es por eso que la vida de los grandes personajes se pregona modélica, y los triunfadores sociales son imitados. Es por eso que la vida de los artistas encandila en su trivialidad y se arman novelones sobre lo que hacen. Un líder, un dirigente político, un guía espiritual, un maestro; cualquiera de los rangos sociales que modelan el éxito en la vida de la comunidad es un paradigma.
¿Por qué la sociedad dominicana de hoy está petrificada ante el desborde de la delincuencia y la corrupción, y se ve impotente, cercada, intimidada por la indetenible espiral de los hechos dolosos?
Simplemente porque la construcción de los paradigmas sociales legitima la corrupción y el delito. Aún contra su voluntad, los dirigentes políticos encarnan paradigmas, y su proceder en la sociedad es un referente. Es en la interactuación social donde se gestan el valor y las dimensiones valorativas de la realidad. Por eso, si el paradigma social exitoso excusa la corrupción por la proporción de la jugada política, los antivalores son una carta de triunfo. ¿Quiénes son los “triunfadores”, los exitosos, los que han hecho fortunas millonarias y se pasean en aviones, barcos y helicópteros? ¿Quiénes han logrado un nivel inimaginable de acumulación originaria de capital, que conforman fortunas obscenas, inconmensurables y demenciales, a costa del despojo del erario y la miseria colectiva? ¿No se empina la impunidad sobre el más despreciable paradigma de la práctica política en nuestro país?
Ellos mismos, los dirigentes políticos oficialistas que se desgarran las vestiduras, son paradigmas fallidos que estimulan y legitiman el delito, el crimen. Se puede afirmar que la sociedad dominicana está organizada de tal manera que ser corrupto es como lógico, natural y hasta comprensible. Por ello no hay sinceridad en esos rostros de “los compañeros de partido” preocupados por el crimen de Bayaguana, sino lisura de la ambigüedad aterradora entre lo que dicen en la tribuna y en las declaraciones de prensa, y lo que esta sociedad cosecha de la forma como los dirigentes han fracasado en organizarla, y de los valores con los que, en rigor, actúan. Porque es suficiente, desde el punto de vista de los valores, que los paradigmas sociales aspiren para que el resto de la sociedad aspire a experimentar lo mismo. Es igual lo que se cuece en los ayuntamientos a lo que se reproduce como verdolaga en la cúspide de las otras instituciones públicas. ¿Qué es el “barrilito” o el “cofrecito” de diputados y senadores, sino corrupción legitimada? ¿Se pueden justificar esas riquezas asombrosas de los “compañeritos” que ayer eran humildes pequeños burgueses?
En mi artículo “La inflación moral del país”, publicado en esta columna hace tres semanas, yo decía lo siguiente: “Fue el fenómeno de la corrupción el que transformó la naturaleza de clase de la pequeña burguesía del PLD, abriéndose con la movilidad social unos apetitos cuya ausencia de límites ha borrado cualquier escrúpulo ético”. Eso que escribí en mi columna hace unos días es la causa eficiente del crimen de Bayaguana. ¡Oh, Juan Bosch!