Es inevitable evocar los instantes de la dicha cuando se ha podido seguir, apreciar y pensar de cerca -con distensión y discreción- los frutos de una experiencia existencial y una persistencia productiva tan intensa y consagratoria como las que trascienden en la obra y trayectoria creadoras de Luz Severino (1962), una artista que jamás cae en frivolidades ni divagaciones performativas a la hora de “renovarse o morir” creativamente, ¿acaso como las águilas o abrazando el lema místico y vital de su admirado inmortal: Vincent Van Gogh (1853-1890), insistiendo sobre la necesidad del salto hacia los fértiles abismos de lo incierto como preceptiva absoluta del auténtico creador?
Ardorosa, apasionada, persistente, sistemáticamente efectiva en su acceso a unos niveles inéditos de síntesis expresiva y madurez creadora, retorna Luz Severino con las obras de “Ojalá que llueva café”, exposición que presenta actualmente en el Centro Cultural Mirador, localizado en la avenida José Contreras #209 del Ensanche La Paz y compuesta por más de 20 obras en técnica mixta sobre tela, incluyendo una instalación realizada con materiales diversos como especie de una mágica y polícroma “lluvia” de granos de café con la que rinde un poético homenaje a la dominicanidad y ante la cual nos reconocemos fascinados al borde de la maravilla y el asombro.
Lo primero que nos revela el riguroso conjunto de obras que integran esta excelente muestra de Luz Severino es su sólida formación académica y el irrevocable compromiso de renovar una forja de ideas, sueños y esperanzas que operan como levadura de un imaginario personal que brilla esencialmente por su especializada codificación de las profundas escisiones materiales, epidérmicas y emocionales que traspasan la sociorealidad y el mismo proceso de construcción de la subjetividad en el Caribe contemporáneo.
En cuatro obras tituladas “Las cuatro estaciones”, así como en las pinturas “Ojalá que llueva café”; “Una espera”; “Con las manos arriba”; “Con los brazos abiertos” y “Ojalá que llueva café X”, todas del 2016, la intensificación de la síntesis expresiva se aprecia en el virtuosismo de la factura, así como en el proceso radicalmente lúdico de retroalimentación y renovación que experimenta la obra de Luz Severino a partir de su residencia durante los últimos quince años en la isla de Martinica, donde reafirma sus fuentes creativas primordiales: la naturaleza, la magia, las raíces populares-el aire y el alma de las islas-, la interracialidad, la policromía, la multiplicidad de ritmos, variaciones sonoras y mitologías cotidianas consustanciales del Caribe.
Tal como advierte Cécile Bertin-Elisabeth, directora del departamento de Español y catedrática de literatura en la Universidad de las Antillas y Guyana: “Al representar en varias obras de colores vivos, mayormente de gran tamaño como para ser más llamativas, una infinitud de granos de café que caen sobre una población simbolizada a partir de unas siluetas con los brazos alzados para recibir este maná utópico, Luz Severino recalca los afanes de bienestar ubicados “en un rincón del alma” de tantos seres humanos, en la República Dominicana y en el resto del mundo… Luz Severino nos induce a compartir sus esperanzas en una dimensión casi real-maravillosa de mejoramientos de las condiciones de vida del pueblo. Su simbología personal se nutre de dichas esperanzas de luz y de pureza espiritualizada”…
Precisamente, la luz es otro de los elementos principales en la obra pictórica de Luz Severino. En la mayoría de las obras que integran “Ojalá que llueve café”, la manera en que aborda y materializa la luz, encamina su dicción plástica hacia un grado asombroso de depuración, eliminando cualquier exceso expresivo a nivel cromático. Asimismo, la policromía se diluye en ráfagas que apuntan esa luz ardiente y apasionada que la artista logra “vitalizar” con maestría a base de rápidas y finas pinceladas que suscitan el impacto visual efusivo y la misma reactividad química y microfísica de las superficies pictóricas.
En su exploración de los efectos de la intensa luz del trópico caribeño, Luz Severino hace aparecer y desaparecer el color-luz, facturando la superficie pictórica como una especie de llovizna o espejo de arena, donde emergen solidificadas, desvanecidas y transparentes, las tipologías, huellas y transfiguraciones, mediante golpes de pincel, veladuras, raspaduras y toques instintivos que traslucen sujetos, espacios, movimientos, ritmos, estaciones, atmósferas y vibraciones energéticas que nos remiten hacia las múltiples latitudes espirituales y las diversas formas del tiempo que conviven en el Caribe.