Quiero recordar y dar a conocer a las generaciones que nacieron por los años 1960, a personajes que tuvieron incidencia preponderante en la vida política, social y económica de nuestro país, después de la muerte de Trujillo y que aportaron con su ejemplo, significativamente, los principios morales y éticos que deben tener todos los ciudadanos, sean políticos o no, frente a la sociedad donde viven.
Don Emilio de los Santos, fue uno de esos prominentes hombres que dió ejemplo de honradez, seriedad, solidaridad, responsabilidad y de un ejercicio profesional a toda prueba.
Nunca se doblegó frente a las ofertas banales que le hacían para conquistar sus servicios como abogado, en la dictadura de Trujillo.
Quiero relatar a estas generaciones, los hechos y los acontecimientos en los cuales don Emilio de los Santos se vio involucrado, especialmente, en el 1963 de los cuales fui testigo ocular.
Derrocado el Presidente Bosch el 25 de septiembre del 1963, por los militares y la Unión Cívica y después de cometer esa barbaridad histórica contra el gobierno legalmente constituido, crearon un gobierno provisional, con un estamento, al cual le llamaron triunvirato, cuidándose que las tres personas seleccionadas para desempeñar esas delicadas funciones, fueran personalidades valiosas, con prestigio suficiente y sin rechazo del pueblo dominicano.
Ese triunvirato lo conformaron: licenciado Emilio de los Santos que lo presidía; ingeniero Manuel Tavares Espaillat y licenciado Ramón Tapia Espinal. Eran, sin duda alguna, tres personalidades intachables lo que motivó que el pueblo recobrara confianza en el porvenir inmediato.
Ellos asumieron el poder en un momento muy difícil, porque los militares se envalentonaron y prácticamente tenían bajo su mando el control absoluto del país. La persecución contra los miembros del 14 de Junio era implacable, especialmente buscando a Manolo Tavares Justo.
Sorpresivamente don Emilio, siendo ya Presidente de la República Dominicana, nos mandó un recado con un amigo, a Wiche y a mi, diciendo que nos quería ver para solicitarnos un favor. Sorprendidos por esa invitación, nos dirigimos a su casa; entonces vivía en Ciudad Nueva; luego de saludarnos, nos llevó a un sitio apartado de las gentes que estaban ahí y nos dijo lo siguiente: «como sé lo amigo que son Ustedes de Manolo, quiero pedirles, que lo protejan, lo ayuden y lo aconsejen, porque no quiero que le suceda nada a él ni a nadie en un gobierno que yo presida; dijo también que a Manolo lo están buscando desesperadamente los militares y policías».
Nos agregó, «ustedes deben saber la amistad y el afecto que nos unen a Juan Ulises, su padre y a mi».
Cuando nos habló en esos términos, pensamos que quizás él sabía que Manolo estaba asilado en la casa de papá y mamá. Pero, lo ignoraba totalmente.
El 16 de noviembre de ese mismo año, el General Belisario Peguero, Jefe de la Policía Nacional, acompañado del general Morillo López, se presentó, a las once de la noche, a la residencia de nuestro hermano Tomás Saleta, ubicada en el Ensanche Esther Rosario, Kilómetro 8½ de la carretera Sánchez con el personal de apoyo con que andan los jefes de la Policía Nacional, rodearon la casa y pusieron los cañones de las ametralladoras 30 en cada una de las ventanas. Después de una discusión acalorada que mantuvo la esposa de nuestro hermano, Surama Freites, prohibiéndole al general Belisario entrar a la casa, éste le ordenó a sus subalternos que le cayeran a patadas; por suerte el general Morillo López, que lo acompañaba, le dijo «cálmese general, no haga eso y acató el consejo de Morillo López; se impuso el poder policial y penetraron y revisaron todo, pero no encontraron nada.
El general Peguero le dijo a nuestro hermano que tenía que acompañarlo a la jefatura de la P.N. en calidad de preso. Fue además esposado.
Este allanamiento se produce por una pequeña imprudencia de Juan Miguel Román, encargado de las compras de armas del 14 de Junio, quien llevó a Camilo Thoreman, que les vendía armas y trabajaba en la fábrica de armas de San Cristóbal; Juan Miguel le señaló la casa dé Tomás, diciéndole que se las dejara ahí.
Camilo Thorema andaba con el general Belisario y estaba esposado; cuando llevaron a nuestro hermano al carro, el general Peguero le preguntó, si conocía a ese señor, a lo que respondió: no señor, no lo conozco.
Durante el trayecto para la Policía, el general Peguero le pidió que le dijera donde estaba Manolo, a lo que respondió, «señor, no tengo ninguna relación con él».
El general Belisario: dijo inmediatamente, que lo quería apresar vivo o muerto ya.
Con relación a las armas, sí, estaban ahí, pero en la granja de pollos, ubicada en el traspatio de la casa, a una distancia de 20 metros maso menos. Había alrededor de 20 armas que se enterraron en vista de la situación y que luego se recuperaron bastante deterioradas.
Quiero aprovechar para hacerle un reconocimiento al señor José Saavedra, español, fallecido, que era encargado de la granja y que fue apresado al día siguiente por la Policía, donde lo vejaron, torturaron, desnudaron, golpearon y humillaron, tratando de que dijera algo sobre nosotros. No le pudieron sacar una sola palabra, el español fue liberado luego.
Si ese señor hubiera hablado, no estuviera escribiendo estas líneas ahora.
Gracias, José Saavedra por tu silencio y que Dios te tenga en la gloria.
Cuando don Emilio supo que tenían preso a Tomás García Saleta, llamó a nuestro padre por teléfono, y le dijo que le estaba enviando un cheque por la suma de RD$80.00 pesos para que pagaran la fianza y lo soltaran inmediatamente. Le dijo: «Juan Ulises en un gobierno mío no puede estar preso un hijo tuyo». «Yo lo sé, gracias Emilio; respondió mi padre.
Tomás García Saleta fue liberado el 23 de noviembre de 1963.
La noche que hicieron preso a Tomás Arturo, nos juntamos con Manolo, en la casa de nuestros padres, para discutir la situación que se había presentado. Después de analizar lo ocurrido, Manolo dijo que era prudente cambiar de lugar, porque quizás allanarían a toda la familia. Estuvimos llamando por teléfono hasta las tres de la madrugada, contactando a los que le habían ofrecido a Manolo cooperar en caso de necesidad. Todos pusieron excusas baladíes.
Mi madre le dijo: «No hagas mas llamadas, Manolo, que aquí no lo vienen a buscar y si vienen tenga la seguridad que tendrán que pasar sobre los cadáveres de Juan y el mío».
Manolo, con lágrimas en los ojos, respondió «Gracias, doña Pucha», y le dio un abrazo.
Dos días después lo trasladamos al Colegio Santa Teresa, de ahí lo llevaron a un lugar desconocido por mí. Tres días después recibí una llamada de Manolo; casi no lo podía oír, porque parecía que estaba en una traba de gallos, aves que cantaban sin cesar. Me dijo que estaba bien y que cumpliera con la misión que me había encomendado fuera del país. Así lo haré. Suerte Manolo.
Para finalizar, debo recordar que el ingeniero Manuel Tavares Espaillat, en una presentación en la televisión oficial, dio su palabra de honor, que si el grupo de Manacla se entregaban, les garantizaba la vida a todos.
El doctor Benjamín Ramos, a quien Manolo le encargó dirigir el partido en su ausencia, me llamó y me dijo que el ingeniero Tavares Espaillat era una persona seria y que creía en esa promesa; basado en eso, se hicieron la diligencias pertinentes, para que los guerrilleros se entregaran y así lo hicieron; sin embargo los militares no respetaron la promesa del ingeniero Tavares Espaillat y acribillaron a mansalva, con saña y odio, a todos esos jóvenes valiosos, olvidando que eran dominicanos que estaban luchando por restablecer la democracia, que fue derrocada por esos mismos militares….
Por eso he dicho y repito que ese es el crimen mas atroz cometido en la República Dominicana, el cual quedó inmune y sin castigo los autores, civiles y militares que lo ejecutaron….De los treinta y tres jóvenes que estaban ahí solo se salvaron Emilio Cordero y Fidelio Despradel.
El mismo día que hicieron esa barbaridad don Emilio de los Santos renunció a la presidencia que ostentaba en el triunvirato y se retiró a su casa; recuerdo como ahora cuando dijo: «Me engañaron, me cogieron de tonto», y pese a los ruegos para que volviera de don Viriato Fiallo y el doctor Jiménez Grullón, se negó rotundamente.
El licenciado Emilio de los Santos demostró con su actitud, una grandeza de espíritu y de hombría de bien poco común en nuestra sociedad. Esto es historia, que deben conocer las nuevas generaciones, como un ejemplo a imitar, si a ellos se le presenta la misma situación.